Tú, Andrés y el tabaco

2.6K 140 26
                                    

Encendiste un cigarro con un mechero de plata que había pertenecido a tu abuelo. Detalles como aquel, pequeños objetos que te recordaban a tu familia, era el tipo de cosas de las que le gustaba rodearte.

No solías fumar a menudo, pero habías adquirido la fea costumbre de llevarte un cigarrillo a la boca cuando te ponías nerviosa.

El móvil que sostenías en la otra mano, vibró. Llamada de Martín Berrote.

"Martín Berrote", pensaste. "Ya le llamaré más tarde". Colgaste.

Un copo de nieve se posó sobre la pantalla del móvil, haciéndote ver que estaba empezando a nevar, sin embargo, aquello no hizo que te pusieras a resguardo del frío. Estabas cómoda allí fuera.

Te encontrabas en la estrecha terraza de la suite del Hades, un hotel del casco histórico de la ciudad de Florencia, disfrutando de un momento de paz con temperaturas bajo cero y tan sólo una camisa de Andrés lo suficientemente grande como para cubrir todo tu tronco y buena parte de tus piernas desnudas. La camisa olía a su perfume.

Te gustaba estar ahí fuera. No sólo por evitar que la habitación se llenase del humo de tu cigarro, sino porque estaba de frente a la catedral de Santa Maria di Fiore, una basílica de estilo renacentista de gran belleza que adorabas, sobre todo a aquellas horas en las que el sol ya se había puesto y la hermosa edificación tan sólo estaba iluminada por las débiles farolas de la calle, lo que le daba un aire nostálgico y taciturno.

- __________, por favor, entra- te pidió Andrés desde el interior- no quiero que te resfríes.

Apagaste el cigarrillo y obedeciste desganada, entrando de nuevo en la habitación y estremeciéndote por el contraste de temperatura que la calefacción de dentro otorgaba.

- Soy dura, un poco de frío no puede conmigo- dijiste al tiempo que te tirabas sobre la cama totalmente abatida por el cansancio.

En realidad, tu cansancio no estaba demasiado justificado. Llevabas cuatro días con Andrés sin salir de la suite del hotel, y casi sin salir de aquella cama. Habíais dejado vuestras responsabilidades de la preparación del robo del oro al Banco de España de lado y os habíais encerrado allí con la excusa de un falso viaje de negocios a Budapesh para una reunión con un proveedor ilegal de armas.

Nadie sabía que estabais allí. Tampoco Tatiana, la esposa de Andrés.

Te acurrucaste en sus brazos mientras intentabas evadir la triste realidad de que eras la querida de un hombre casado. Nunca imaginaste que llegarías a ser la amante de alguien, tú, que siempre te habías considerado una mujer cuyos valores y principios de impedirían hacer algo así, pero allí estabas. Andrés era diferente a cualquier hombre que hubieras conocido antes. Con él siempre acababas sucumbiendo.

- ¿Por qué estás nerviosa?- preguntó al rodearte con sus brazos.

- ¿Cómo sabes que estoy nerviosa?- responder con preguntas era una manía que tenías desde pequeña. Te ayudaba a evadir conversaciones que no querías tener.

- Estabas fumando. Recuerdo una tarde en el monasterio en la que te oí comentar con Martín que fumar era lo único que calmaba tus momentos de inquietud.

- Ah- dijiste cerrando los ojos, acurrucándote más en su pecho desnudo. Andrés, que siempre fue un hombre paciente, esperó con serenidad a que te decidieras a contestas a su pregunta- estoy un poco nerviosa por lo que va a pasar cuando volvamos al monasterio, es todo.

Andrés carraspeó extrañado.

- ¿Por qué? ¿qué va a pasar?

Decidiste erguirte lentamente para mirarlo a los ojos, por mucho que te costase ver su rostro escuchándote decir aquello.

- Andrés, cuando estos días de aventura tonta e inconsciente se acaben y volvamos al monasterio con Martín y Sergio, no quiero seguir con esto. Tú eres un hombre casado, tienes una buena mujer que te está esperando y yo no soy el segundo plato de nadie.- cogiste aire después de soltar aquella frase que llevabas preparando todo el día- Fue bonito pero no puedo seguir así. Lo mejor es que vuelva a ser tu compañera de trabajo, no tu aventurilla extramatrimonial.

Cuando acabaste tu pequeño discurso, te fijaste con atención en su rostro. Estaba serio, observándote como si tus palabras le hicieran daño, como si estuviera conteniendo una ira que no te esperabas que apareciera.

- "Aventurilla extramatrimonial"- repitió- ¿eso crees que eres para mí,________?

- Bu- bueno- titubeaste- sí. Eres infiel a tu esposa, recién casados por cierto, y me mantienes en secreto porque sabes que lo que hacemos no está bien.

- No digas eso- te interrumpió- lo que hacemos sí está bien. Lo nuestro está bien. ¿Cómo va a estar mal algo que me ha dado tanta vida en tan poco tiempo?- no contestaste. Estabas decidida a acabar con aquello y no querías hacerlo difícil, pero la verdad es que lo estaba siendo- ________, yo....- cerró los ojos para buscar con rapidez las palabras exactas que quería utilizar para hacerse entender- Sé que no debí casarme con Tatiana. Lo hice intentando convencerme de que era la única manera en la que podría olvidarme de ti, pero mi plan no pudo salir peor.

Tu corazón iba a mil por hora. Sólo querías que el tiempo se parara, encerrarte de por vida con Andrés en aquella suite y no salir nunca de allí, de aquella cama.

- Andrés... ¿te arrepientes de haberte casado?

- ...Sí.- se frotó los ojos con la calma a pesar de que le notabas nervioso. Nunca había sido tan abierto contigo como en aquel momento.- Dame uno de tus cigarros- te pidió. Te deslizaste hasta la mesita de noche y alcanzaste la caja de Malboro Light y el mechero para él. Se encendió un cigarro y le dedicó una profunda calada con la mirada fija en la nada.- yo también voy a necesitar tabaco para calmar mis nervios- hizo una pausa para otra calada, y continuó- cuando volvamos al monasterio voy a dejar a Tatiana y pedirte matrimonio.

BERLÍN Y TÚ. LA CASA DE PAPEL. ONE SHOTS.Where stories live. Discover now