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Todo está en silencio, con las luces apagadas. Estoy muy cómodo y calientito en esta cama. Qué bien... Abro los ojos, y por un momento me siento tranquilo y sereno, disfrutando del entorno, que no conozco. No tengo ni idea de dónde me encuentro. La cabecera de la cama tiene forma de un sol enorme. Me resulta extremadamente familiar. La habitación es grande y está lujosamente decorada en tonos marrones, dorados y beige. La he visto antes. ¿Dónde? Mi ofuscado cerebro busca entre sus recuerdos recientes. ¡Maldita sea! Estoy en el hotel Heathman... en una suite. Estuve en una parecida a está con Samy. Está parece más grande. Oh, mierda. Estoy en la suite de Spreen de Luque. ¿Cómo he llegado hasta aquí? Poco a poco empiezan a torturarme imágenes fragmentarias de la noche. La borrachera. –Oh, no, la borrachera, la llamada, oh, no, la llamada, la vomitada, oh, no, la vomitada... Cellbit y después Spreen. Oh, no. Me muero de vergüenza. No recuerdo cómo he llegado aquí. Llevo puesta la camiseta, y los boxers. Ni calcetines ni jeans. Maldita sea.

Echo un vistazo a la mesita de noche. Hay un vaso de jugo de naranja y dos pastillas. Ibuprofeno. El obseso del control está en todo. Me incorporo en la cama y me tomo las pastillas. La verdad es que no me siento tan mal, seguramente mucho mejor de lo que merezco. El jugo de naranja está riquísimo. Me quita la sed y me refresca. Oigo unos golpes en la puerta. El corazón me da un brinco y no me sale la voz, pero aun así Spreen abre la puerta y entra.

Vaya, ha estado haciendo ejercicio. Lleva unos pants grises que le caen ligeramente sobre las caderas y una camiseta gris de tirantes empapada en sudor, como su pelo. Spreen de Luque ha sudado. La idea me resulta extraña. Respiro profundamente y cierro los ojos. Me siento como un niño de dos años. Si cierro los ojos, no estoy.

—Buenos días, Roier. ¿Cómo te encuentras?

—Mejor de lo que merezco -murmuro.

Levanto la mirada hacia él. Deja una bolsa grande de una tienda de ropa en una silla y agarra ambos extremos de la toalla que lleva alrededor del cuello. Sus impenetrables ojos violetas me miran fijamente. No tengo idea de lo que está pensando, como siempre. Sabe esconder lo que piensa y lo que siente.

—¿Cómo he llegado aquí? -le pregunto en voz baja compungida.

Se sienta a un lado de la cama. Está tan cerca de mí que podría tocarlo, podría olerlo. Madre mía... sudor, gel y Spreen un coctel embriagador, mucho mejor que el margarita, y ahora lo se por experiencia.

—Después de que te desmayaste no quise poner en peligro la tapicería de piel de mi coche llevándote a tu casa, así que te traje aquí -me contesta sin inmutarse.

—¿Me metiste tú en la cama?

—Sí -me contesta impasible.

—¿Volví a vomitar? -le pregunto en voz más baja.

—No.

—¿Me quitaste la ropa? -Susurro.

—Sí

Me mira alzando una ceja y me pongo más rojo que nunca y mi olor se dispara.

—¿No habremos...?

Lo digo susurrando, con la boca seca de vergüenza, pero no puedo terminar la frase. Me miro las manos.

Los Juegos Oscuros De Un MillonarioWhere stories live. Discover now