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No había barco, la ayuda iba a demorar en llegar, más de mil fallecidos.

Le Liberté fue atada a un desastroso final.

Un bote se estaba moviendo, específicamente un ayudante del capitán estaba trasladándose gracias a una pala se doble hoja parecida a las que se usan en el kayak. Dentro del bote había 10 personas, las cuales estaban tapadas completamente por mantas gruesas, algunos niños estaban presentes, completamente asustados.

El ayudante poseía un silbato, con el cual pretendía llamar la atención de quién seguía vivo.

— disculpe... — una señora de cabellos anaranjados habló en un hilo de voz — creo que nadie más cabe acá, si sigue subiendo gente podemos hundirnos... — Catriel, el ayudante quién manejaba el bote, volteó a observar a la mujer sumamente molesto, con el ceño fruncido y la nariz arrugada — ¡haremos caber a cualquier persona que esté viva! yo no tengo el corazón tan frío como para dejar a alguien morir — gritó.

La mujer sabía que él tenía razón, pero sus deseos egoístas le gritaban en su cabeza que iba a morir ahogada si seguía rescatando a más gente, por horrible que sonara, ella creía que quienes seguían en el mar ya estaban condenados a la muerte, como un ciclo natural el cual nadie debe intervenir.

Excepto Catriel.

Luego de unos minutos consideró volver al punto de encuentro que quedó estipulado con los demás subordinados sobrevivientes y que, al igual que él, manejaban botes, pero con una linterna alumbró a la lejanía, y vio un bote en mitad de la nada, alejado del sitio del suceso.

Iba a ir hacia allá, nadie iba a detenerle.

En el transcurso del viaje algunos se quejaron de que se estaba alejando y que quedarían varados en mitad del océano, él simplemente gritaba con desespero que se quedaran callados y que tenía una pistola de bengala si ocurría una emergencia.

Mientras se acercaba se hacía más clara la escena. Una chica joven, con solo una camisa y una falda, su parte superior estaba postrada boca abajo sobre el bote, su parte trasera estaba sentada, y sus brazos se hundían en el mar. Se apuró lo que más pudo mientras gritaba — ¡señorita! ¡señorita! ¿puede oírme?

— ya está muerta ¿para esto vino? vaya pérdida de tiempo — se quejó un hombre de mediana edad, largo bigote y cabellos oscuros.

Catriel no hizo caso, avanzó desesperado con su respiración agitada hasta llegar al cuerpo femenino que yacía en el bote. Con dos de sus dedos tocó una zona de su cuello la cual indicaba si la persona tenía signos vitales.

Estaba viva.

— ¡¡está viva!! ¡¡abríguenla con sus mantas!! — gritó mientras dejaba la linterna en cualquier lugar del bote para tomar a la mujer con sus dos brazos.

Acercó lo suficiente el bote con el que estaba varado para tomar a la chica por debajo de sus hombros y arrastrarla a su bote, allí pudo ver que bajo su falda no traía nada, y el cuerpo gélido de ella le hizo pensar cómo pudo sobrevivir tanto tiempo.

A penas dejó a la chica boca arriba sobre el bote, una pareja joven recurrió rápidamente a su auxilio, la mujer se desprendió de su manta para taparla a ella, antes de eso desabotonó su camisa para secar su cuerpo que aún estaba húmedo, los chupetones y mordidas fueron completamente opacados por el color morado debido a su estado de congelamiento, luego la envolvió como si fuese un bebé recién nacido, mientras que el hombre frotaba sus manos para entrar en calor y pasar sus manos calientes por el rostro ajeno.

— ¡mierda! — exclamó al tocar su rostro — ¡está completamente congelada! y sus pestañas... — pensó que su rostro era capa de quemarlo; todos notaron sus pestañas escarchadas, Catriel al ver la escena sintió muchas ganas de llorar por la impotencia.

Tragedia de la Libertad (Kurapika | Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora