Epílogo

56 9 1
                                    

—Debes tener tantas preguntas.

Gerard cruzó una pierna encima de la otra, el castaño había puesto la cafetera a andar antes que tocaran a su puerta porque comenzaba a ocultarse el sol, no tenía idea de lo que le esperaba, había sido un día bastante ocupado y sólo había regresado a casa para relajarse. Tenía en mente salir a pasear un rato, últimamente se iba en su auto a dar una vuelta por la ciudad, viendo los negocios y las luces de las calles, a personas caminar sobre la avenida. No le importaba que bajara dos rayitas de gasolina del tablero, a este punto de la vida el dinero le comenzaba a sobrar por todos los éxitos que había acumulado y no tenía realmente un siguiente propósito, pues se sentía vacío y solo. 

Frank no era de esas personas que le gustase gastar en cualquier tontería, justo ahora era un donador frecuente en tres refugios de animales, pero aún haciéndose cargo de ello, el dinero que tenía no parecía acabarse. 

Gerard era un amante del café nato, y lo había descubierto en los últimos días que pasaron juntos, también porque él le dijo que su café (el cual compraba en una cafetalera de una zona rural específica) era el más rico que había probado en su vida, y su cara de satisfacción no podía ser falsa. Ahora, sabía que eso les caería bien a ambos, pues estaba descendiendo la temperatura.

Entonces cuando las tazas estuvieron listas le dio una al pelinegro y éste dio un sorbo con cuidado. Frank asintió levemente.

—Pasó mucho tiempo, pero regresaste... ¿por qué?

—Te dije que lo haría.

—No —el avellana negó con una sombra de sonrisa en el rostro, apretando la cerámica entre sus dedos nervioso. —Créeme, me aprendí esa carta al derecho y al revés. Nunca mencionaste eso.

Gerard soltó un suspiro, estirándose para dejar la suya en la mesita del centro. Su corazón latía fuerte, tanto que le dolía. 

—Regresé por ti.

Guardó silencio y luego añadió:

—Sé que no fue la mejor manera. Irse sin despedirse es cosa de cobardes, era un cobarde todavía. Tenía mucho miedo, no quería arrastrarte a mi vida porque tú ya la tenías hecha, sentía desesperación porque no tenía claro lo que seguía para mí. Quise empezar desde cero, en un lugar donde no me conocieran, donde no tuviese vergüenza de ver a gente en la calle y que me señalaran con sus asquerosos dedos. Me acosté con muchos, no quería sentirme juzgado otra vez. 

Bajó su cabeza, en sus cabellos no había ni un rastro de tintura, ahora se veía sano y natural. Incluso, se dio cuenta que no era negro como cuando se lo había pintado, podría decir que el color era un castaño bastante oscuro, pero al final de cuentas castaño. Frank suspiró pesadamente. Todos estos años, todos los días, pensaba en él. Quería saber qué hacía, qué pensaba. 

—¿Yo te juzgué alguna vez?

—No, tú no. Pero la gente es muy cruel y mi salud mental no era la mejor en ese momento —nuevamente alzó la mirada. Los ojos de Frank no tenían ese brillo que lo caracterizaba, y supuso que en parte era su culpa. —Los primeros meses fueron difíciles, no te voy a mentir. Estuve viviendo en un albergue, como inmigrante, pero realmente no me fui tan lejos. Conseguí un empleo y me cambié muchas veces de casas, en lo que juntaba para establecerme y vivir medianamente bien. También conocí a muchas personas, y decidí que tenía que estudiar algo. Fue mucho tiempo de aprendizaje, crecimiento y experiencias. Sé que si no me hubiese ido las cosas habrían sido distintas, pero no lo hubiese logrado solo. Tenía que hacerlo. 

Frank asintió. 

—Lo sé, Gerard. Lo sé. Nunca me molesté contigo por tu decisión, sólo me lastimó. Después de un tiempo en terapia comprendí que no debo responsabilizarte por lo que yo sienta. Ahora conozco tus razones y me da mucho gusto que sepas que eres capaz de hacer todo lo que te propongas. 

El pelinegro esperó que dijera algo más, pero no lo hizo. Titubeó. 

—Perdóname. 

—No me debes ni una sola disculpa, no pasa nada —terminó su bebida y dejó la taza que no había soltado en ningún momento cerca de la suya. —Pero no entiendo, ¿hay algo ahora que pueda hacer por ti?

Sus ojos se miraron fijamente unos segundos, el labio inferior de Gerard tembló ligeramente, pero aún no había indicios de llanto en sus ojos. 

—¿Hay alguien en tu vida?

Frank no se esperaba esa pregunta, por lo que lo agarró desprevenido. Se ahogó con su saliva. Gerard rápidamente se levantó y se acercó para golpearle la espalda, sólo hasta que el mayor se tranquilizó lo volteó a ver. 

—Gracias. Y no, no hay nadie.

La proximidad de Gerard le provocó a Frank que se sintiera nervioso, ambos corazones palpitaban a una increíble velocidad. Esa respuesta podría ser una luz de esperanza para el menor, Frank tenía la mente en blanco. 

—¿Me permites amarte por el resto de mi vida?

Frank no dijo nada.

Cortó la distancia que faltaba y se fundieron en un tierno beso. Porque por más que sus dudas habían disminuído, tenerlo cerca se sentía como un sueño, y si somos sinceros, no quería perderlo otra vez. 

—Te extrañé mucho. 

—Yo también —contestó Gerard limpiando las lágrimas de él, asintiendo y reprimiendo un puchero. 


Fin. 


***

Hola chulxs, les saluda An. Quiero abrir este pequeño espacio para que dejen todas las preguntitas, dudas o comentarios que tengan de esta fic que tanto me costó terminar. Les mando muchos agradecimientos y nos estamos leyendo pronto <3 


I'm (not) okayWhere stories live. Discover now