CAPÍTULO XLIX

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KEELAN

—¿Qué mierda te ha pasado? —cuestioné, tocando con la punta de mis dedos aquellas marcas en su cuello. Estábamos en su habitación, ella misma me había hecho llamar, y al ver aquella especie de símbolos sellando su piel no pude evitar contener la respiración.

Éire se separó de mí lo suficiente como para no permitirme volver a tocarlos.

—No te he llamado para hablar de eso. Antes de irnos, quiero hablar contigo.

—¿Por qué siento que esto es una despedida? —interpelé. Ella solo se encogió de hombros.

—Quizá lo sea, Keelan. Esto es una guerra.

—Ambos sabemos que no te preocupa lo que puedan hacerte otros. Así que, cuéntame, ¿por qué te despides?

—Solo sé que tras este día no me verás igual, Keelan. Sé que has estado mirando para otro lado, obviando que ya no soy la misma, que es hora de que te alejes de la oscuridad. De mí. Así que, si tú no das ese paso, lo daré yo.

Ella se adelantó y sujetó mi mano; sin embargo, no fue para sostenerla ni apretarla, dejó allí justo lo que más me temía: el anillo casi marchito que le había entregado aquella noche sobre el puente de Normagrovk.

La miré a los ojos y, sorprendentemente, parecía segura. No imperturbable, pero sí con sus ideas y acciones claras.

—¿Esto es lo que quieres? ¿Un adiós definitivo?

—Quiero que seas feliz —respondió, genuinamente sincera —. Y yo ya no soy alguien que pueda brindarte eso.

—Claro que puedes, buscaremos una solución. Te curarás, Éire. He estado leyendo y...

Ella negó inconscientemente con la cabeza y retrocedió, justo antes de interrumpirme —: Ese es el problema, que no tengo que ser curada. Esto es lo que soy y te enamoraste de la versión que murió hace meses contigo. Lo triste es que yo aún te sigo amando, pero puedo aceptar esa realidad. Puedo aceptarme y conmigo la magia que llevo toda mi vida aborreciendo. Puedo alejarnos por los dos, si es necesario.

—Eres mi familia, Éire. No puedo perder a mi familia de nuevo.

—No me estás perdiendo, Keelan. Ya me perdiste. Esa "yo" de la que hablas ya no existe y eso está bien. Ahora cada uno puede tomar su camino y...  podrás formar una familia lejos de todo esto, en tu reino, con una mujer que esté hecha para esa vida.

—Vas a ser reina, Éire. Podemos hacerlo juntos. —Traté de alcanzarla, pero cada vez parecía más lejos, y no solo físicamente.

—Sabes que no es lo mismo. Esta es mi gente y quiero protegerlos. En Zabia...  no tengo nada.

—Igual que yo aquí —murmuré, dándome cuenta de a lo que se refería.

—Solo nos tenemos a nosotros y, aunque para la Éire de antes hubiese sido suficiente, ahora entiendo a qué te referías aquel día en el bosque: el amor no es suficiente y si lo fuese, en circunstancias como esta, sería dependencia.

Yo asentí y no pude evitar esbozar una sonrisa triste.
Estaba orgulloso de que hubiese recordado aquello, pero por una parte...  deseaba que no fuese cierto.

—Te quiero y quiero que seas feliz. Con o sin mí, hechicera. Pero...  si alguna vez me necesitas, estaré ahí. —Entonces, y solo entonces, aplasté aquel anillo hasta que se redujo a trizas. Cuando el viento se lo llevó y Éire y yo lo seguimos con las miradas, contemplativos, me permitió tocar su rostro, cada vez más oscurecido. Aquellas lineas empezaban a surcar sus sienes y su barbilla, cada esquina de su rostro tomada por las garras de aquella oscuridad brumosa.

Reino de mentiras y oscuridad Where stories live. Discover now