CAPÍTULO XXIII

18 7 0
                                    

AUDRY

No supe cómo decirle a Éire que Keelan continuaba en su tienda cuando fui a verle. Que su cuerpo continuaba inerte y gélido. No tuve el valor suficiente para plantarme frente a ella y confesarle aquello, así que ni siquiera me mantuve mucho tiempo junto con el cadáver de Keelan; en cambio, giré en redondo sin pensármelo dos veces, y me dirigí hacia quién sabía dónde. Ni siquiera yo mismo era capaz de aceptar que Keelan continuaba sin pulso, sin respiración. Había tratado de hacer entrar a Éire en razón, pero sería un mentiroso si dijera que yo mismo no había fantaseado con que aquello pudiese ser cierto.

Así que avancé y preferí no mirar atrás. Ni real ni figuradamente, porque el pasado era lóbrego y siniestro, y prefería el desconcierto del futuro. Simplemente di algunas zancadas, miré hacia adelante y serpenteé entre las tiendas, los hombres y los monstruos. Últimamente, y para el pesar de muchos, las criaturas razha pasaban demasiado tiempo entre nosotros.

Aún así, ni los monstruos se atrevían a sisearnos ni nosotros a gruñirles, ya que Éire le cortaría la lengua a quien osara romper la armonía de su campamento. La armonía que pensaba que alguna vez mantendrían el hombre y el monstruo. Lo que sí era cierto, era que convivíamos mejor de lo que cualquiera esperó.

Un kolbra pasó aleteando por mi lado, con sus puntiagudas alas translúcidas rozando mi hombro. No pude evitar reprimir un siseo adolorido al sentir como traspasaba mi carne superficialmente. La piel reluciente del pequeño monstruo relució mientras se giraba en mi dirección. En cuanto reparó en el brote de sangre que comenzó a surgir de mi hombro, sus ojos se entornaron súbitamente y se apresuró a presionar mi herida con sus manos húmedas.

Yo no pude evitar alejarme por inercia. Al siguiente instante, me sentí profundamente mal por la mirada herida de aquella criatura, pero no tuve tiempo a hacer nada cuando echó a volar con una rapidez inesperada. Sabía que no debería haber retrocedido, que no fue justo de mi parte aquel rechazo, pero yo mismo había tenido que defenderme de monstruos así. Yo mismo había escuchado historias escalofriantes de ellos, así que por mucho que tratase de verlos con otros ojos más cordiales, no me sentía capaz aún.

Agarré mi zona herida con fuerza, intentando que la escandalosa sangre se detuviese para poder continuar mi camino. No sabía a donde, pero quería continuarlo. Aún así, tampoco hizo falta esperar mucho para saber a dónde me dirigiría, ya que en aquel instante una conversación llegó a mis oídos por casualidad.

—Entonces ¿qué harás cuando ganemos la guerra? ¿Volverás a Güíjar? —Era Brunilda. Ese tono severo podría reconocido en cualquier parte.

Inconscientemente, seguí la voz de la guerrera, asomándome por la rendija que habían dejado entre las pieles de su tienda.

Nadie a mi alrededor reparó en qué estaba haciendo.

La mayoría estaban dormidos ya a estas horas, aguardando para el entrenamiento del amanecer. Haakon hoy les había empujado hasta el límite, ladrándoles insultos a ellos y asustándolos hasta la última hebra de su cabello. Dioses, me habría asustado hasta a mí, si no fuera porque ese cuerpo de escándalo podía incluso opacar las palabras que salían de su boca. No del todo, pero ayudaba.

—No lo sé. Sabes que siempre he querido viajar por Nargrave. —Y hablando de Haakon...Tenía que ser él quien hablase con la hechicera persuasiva, cómo no. Ahora que hacía memoria, ni siquiera los había visto separados durante más de un par de minutos.

—¿Y por qué no lo haces? —preguntó Brunilda.

Entre las sombras de la tienda, donde solo un par de velas cerosas mantenían una débil iluminación, vi a la perfección como la mujer rubia tomaba la mano de Haakon entre las suyas propias.

Reino de mentiras y oscuridad Where stories live. Discover now