CAPÍTULO XVII

26 9 0
                                    

ÉIRE

Aterricé sobre el asiento tapizado de la casa de Serill, arrastrando el cuenco rebosante de patatas cocidas con legumbres. Justo por encima del guiso, Serill esparció una pizca de pimentón, mientras ella misma pescaba un mendrugo de pan y le daba un buen mordisco.

—He oído que recientemente Eris ha atacado Güíjar —comentó la anciana, alcanzando una patata con migas de su panecillo —. Es bastante curioso que la reina de Iriam decida comenzar una guerra contra Evelyn cuando la dejó ir hace unos meses. Provocando, además, disturbios en la capital y conspiraciones entre los nobles para sacarla del trono.

Me esforcé por no compartir una mirada con la elaboradora. Habíamos plantado la semilla en la mente de los ciudadanos y ahora debían considerar que Eris no debía ser la más adecuada para gobernar. Si conseguíamos que la aristocracia y la baja clase social comenzase a dudar de la eficacia de la corona, ni siquiera tendría que tratar de convencerlos de que yo era una mejor opción.

—Es bastante curioso, sí. —Asentí, tragando duramente unas cuantas legumbres. Limpié el sudor de mi frente, pero aquello no rebajó el calor que me atosigaba —. ¿Y cómo se supone que sabes eso?

Sus ojos brillaron peligrosamente en mi dirección. No conocía apenas a mi tía, pero podía afirmar que cada gesto de su cuerpo parecía ocultar tras de sí un pensamiento malicioso o una intención escondida. Era como si siempre estuviese un paso por delante, como si supiese exactamente qué estabas pensando aún cuando no debería saberlo.

—Mucha gente pasa por aquí. Al fin y al cabo, es el punto de encuentro de los cinco reinos. Decenas de mercaderes y buhoneros atraviesan este bosque constantemente, así que si prestas la suficiente atención, puedes averiguar algunas cosas.

Asha carraspeó, limpiando la comisura de su labio con un pañuelo. Ambas aún teníamos el pelo revuelto tras el viaje por los túneles del dragón, aunque ella había conseguido mantener su pelo trenzado casi intacto, ahuecado bajo unas sedas pajizas.

—Adelante, decidme: ¿qué hacéis aquí? —La vieja nos miró de hito en hito, pasando su lengua por sus encías y finos labios. Desde que llegamos, mi tía había compartido más palabras con Ashania Minceust que conmigo, preguntándole sobre su familia y viéndose genuinamente interesada en ello.

A mí, sin embargo, tan solo me había mirado un par de veces y había farfullado que alejase a mi dragón de Lulú.

Lo había hecho, y ahora el monstruo escarlata nos observaba desde mis tobillos, sin moverse de mi lado.

Miré a la elaboradora sesgadamente, pidiéndole silenciosamente que nos dejase a solas. La mujer de piel ébano asintió solo una vez y arrastró la silla hacia atrás, retirándose en dirección al pasillo. Lo último que se vislumbró de ella antes de desaparecer entre las sombras fue la falda sin armazón que rozaba sus talones.

—Se te ve fatigada, ¿quieres una copa? —Casi pudo parecer desinteresada, pero ambas sabíamos que se trataba más bien de un tanteo del terreno. Parecía saber que yo no podía beber alcohol en estos momentos. Ni siquiera quería detenerme a preguntarle de nuevo sus fuentes para saber también sobre mi desintoxicación. Al fin y al cabo, no obtendría respuesta alguna, así que debería conformarme con suponer que se trataba de su clarividencia.

Miré a mi tía con un desagrado poco disimulado.

—No bebo. Ya no —respondí, quizá con demasiada rapidez, y supe de inmediato que no pasó desapercibido el ligero temblor de mi voz. Mi tía pareció satisfecha mientras mojaba sus labios parsimoniosamente con un trago de vino —. Pero eso es irrelevante ahora mismo. Vengo aquí a hablar de Keelan.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora