CAPÍTULO XXVIII

25 7 0
                                    

ÉIRE

—¿Cómo has podido hacerle eso? Era solo una niña, Éire —gruñó Keelan, cerrando con fuerza sus manos en torno al borde de la mesa. Estábamos en mi tienda, donde él se había encerrado desde hacía horas para tratar de no cruzarse conmigo, y yo había procurado no molestarle. Aún así, había acabado entrando para ver cómo se encontraba.

Después de aquella última mirada que me echó tras la muerte de aquella niña, supe que no se encontraría bien en un tiempo. Que sus ojos ámbares se oscurecieron hasta casi tiznarse por el dolor, no por el ángulo del sol.

A mí misma me dolía la muerte de Clarén. No había sido mi intención matarla, pero había tenido que hacerlo. Había tenido que hacerlo. No había sido placentero ni divertido, fue una reacción involuntaria.

—Ella había venido aquí para matarme. ¿Qué pretendías que hiciera?

—¿Así que esa es tu justificación? ¿Puedes matar niños siempre que tú creas que te han dado motivos?

Alcé una ceja, desconcertada por sus palabras. Ella... había querido asesinarme, se había descontrolado y casi había matado a Cade... Claro que podía matarla. Tenía todo el derecho a acabar con su vida.

—Yo lidero este lugar. Todo lo que ocurra me incumbe y todas las decisiones las tomo yo. Si digo que Clarén merecía morir, lo merecía —farfullé, aguantando su férrea mirada dorada sobre mí. Sus ojos me juzgaban con una dureza aplastante, que precisamente de él no podía soportar por demasiado tiempo.

—¿Cómo...? ¿Quién....? —comenzó él, tratando de encontrar las palabras para formular aquellas preguntas. Al parecer, finalmente cedió y exclamó —: ¡Joder, Éire! Ni siquiera debería tener que explicarte porqué estás sonando como si estuvieras loca.

Por inercia, retrocedí, profundamente herida. Crispé mis labios con fuerza y traté de no maldecir.

¿Acababa de decir lo que creía que... acababa de decir?

—Ni siquiera pareces arrepentido por lo que acabas de decir. —Mis labios estaban apretados y mis palabras sonaron tajantes y duras. Él, aún así, ni siquiera pestañeó.

—¿Debería parecerlo?

—Sí, Keelan. Deberías —afirmé —. Soy una líder y las líderes toman decisiones complicadas.

Él soltó una risa carente de gracia.

—Yo seré rey y no asesino a masas enteras.

—Entonces quizá no eres un buen líder —ladré, sin poder evitarlo —. Ni siquiera estás ahí protegiendo a tu pueblo, y sin embargo te atreves a juzgarme a mí por proteger al mío.

Sus hombros se hundieron, como si estuviera dándose por vencido conmigo. Entonces, suspiró —: No llevo ni siquiera un día aquí y ya estoy cansado de esto. No voy a discutir contigo, porque es perder absurdamente el tiempo.

Él mordió su labio inferior con fuerza, y su mandíbula se tensó hasta que pudo desencajársela. Entonces, sus ojos se transformaron en oro líquido y puro, en una cascada líquida de color brillante.

Él nunca me había mirado así. Como si acabase de golpearle. Como si estuviese... decepcionado.


Cuando pasó por mi lado pude ver como sus ojos relucían extrañamente mientras murmuraba —: Que tengas una buena tarde, Éire.

—No, espera —intenté detenerle, pero fue demasiado tarde. Cuando traté de alcanzarle, él ya había desaparecido.

Exhalé con fuerza, sintiéndome sumamente mal por aquella pelea, pero no le seguí ni insistí. Sabía que ahora... necesitaría estar solo. Sabía que ahora no querría ni siquiera verme.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora