CAPÍTULO XXIX

11 6 0
                                    

AUDRY

—¡Ya sé! Es una gaviota. Estoy seguro —afirmé, observando atentamente como Haakon sacudía los brazos con fuerza. Era totalmente ridículo, y ni siquiera podía justificarse con que estaba borracho. Aún así, era divertido, y debía agradecerle el hecho de estar haciéndome reír.

Brunilda chasqueó la lengua justo a mi lado, mientras Cala y Nyliss compartían miradas desconcertadas entre ellas. Al parecer, ellas estaban tan perdidas como yo sentía estarlo buscando el sentido de mi vida.

Naaah, era broma... O no, quién sabía.

—No, es una persona muriendo por culpa de un rayo —dijo la mujer de gruesas trenzas rubias, completamente segura de lo que acababa de afirmar.

Contra todo pronóstico, Haakon gritó victorioso y soltó un par de carcajadas mientras aterrizaba a mi lado sobre el suelo.

—Tenéis un humor muy... bizarro —murmuró Cala.

Nyliss, a su lado, golpeó su manga fruncida y ladró:

—Dilo bien: tienen un humor de mierda.

Yo asentí, totalmente de acuerdo, mientras ojeaba al enorme guerrero que me seguía con sus ojos fijamente.

—¿Un... hombre siendo atravesado por un rayo? ¿En serio? ¿Por qué no una gaviota?

—¿Acaso las gaviotas se mueven así? —saltó Brunilda, echándome una mirada despectiva por encima del hombro. Yo crispé los labios y la miré deliberadamente mal de vuelta, pero entonces Haakon volvió a rodearme con su brazo y no pude evitar sentirme triunfante al ver como Brunilda apartaba la mirada.

Jódete. Tu y tu magia persuasiva barata.

—Bueno, Brunilda, te toca —le dijo Haakon, mientras yo me acurrucaba contra su cuerpo. Había descubierto que su presencia me era... ligeramente analgésica. Sentía que todo se alivianaba con él cerca, pese a no conocerle demasiado. Pese a que sabía que él estaba conforme con todo lo que hacía Éire, incluso con lo que había pasado con... Clarén.

Y, aún así, me sentía cómodo a su lado. Me gustaba.

Sinceramente, era un profesional en elegir malas compañías. En elegir gente que en el fondo me hacía más mal que bien. Lucca había sido mi mayor victoria en eso. Una victoria que aún dolía.

Brunilda se puso justo frente a nosotros, pasando con su pierna por encima de las llamas de la hoguera, como si se tratase de un simple leño que podías saltar sin riesgo a dañarte. Entonces, su mirada se posó siniestramente sobre mí y comenzó a pasar su pulgar parsimoniosamente por su cuello desnudo. Era obvio lo que quería decir, pero por un instante las palabras se estancaron en mi garganta y preferí pensar que no era lo que creía que era.

—¿Por qué quieres cortarle el cuello a mi comandante? —intervino una voz que llevaba evitando desde esta mañana. Era Éire.

Ella era mi amiga... Mi mejor amiga, más bien. Pero era cierto aquello: había rehuido de su oscura presencia cada vez que la notaba cerca. Tras el asesinato de Clarén, no podía... No podía tenerla cerca.

Yo mismo había estado de acuerdo en ejecutar al duque y a sus aliados, pero la forma en la que habían muerto fue demasiado para mí.


Clarén murió con el horror de asesinar a quienes amaba, transformada en un monstruo que se había empeñado toda su vida en no ser. Aquellas mujeres...
Dioses, ni siquiera podía imaginar lo doloroso que pudo ser soltar su último aliento pensando que su amiga las podía haber traicionado. Y por último la peor muerte: la muerte del duque. Quien lo había visto todo. Quien había muerto pensando que Éire le haría todo tipo de monstruosidades a su nieto.

Reino de mentiras y oscuridad Where stories live. Discover now