CAPÍTULO XXXVI

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KEELAN

Había pasado la mañana, y parte de la tarde reunido con el consejo. Después de todos los altercados de este año, apenas habíamos tenido tiempo para decidir quién sería el prometido con el que contraería matrimonio mi hermana. Lynette, sin embargo, lo tenía bastante claro. Ella quería desposarse con un señor de Hork llamado Yeiven que le triplicaba la edad. Además, contaba con una larga lista de amantes y pasaba sus días en casas de placer de poca monta.

Según la princesa, Yeiven de Hork era sumamente apuesto, ingenioso y con un ácido humor que ella adoraba. Sin embargo, tras confesarme que habían compartido seriamente ideas de un futuro matrimonio, había intentado explicarle, airado, porqué eso no era factible. Traté de hacerla entrar en razón, razonar porqué no estaba de acuerdo con aquel enlace, y que nunca sería feliz con aquel hombre. Pese a todos mis esfuerzos, ella siguió en sus trece y se encerró en su habitación cerrándome la puerta en las narices.

—Bien, descartando al asaltacunas, ¿quiénes son los solteros, de una edad aproximada a la princesa, que nos quedan? —pregunté, mirando a Skandar Eyfeir, quien había sido consejero de mi padre y pronto sería el mío. Señor de las mayoría de las tierras desde el sureste hasta el suroeste de Zabia. Desde Tierras de Fuego hasta Los Valles Fronterizos.

El anciano de porte elegante y mirada seria me observó, meditabundo. Su cabello ya no era tan azabache como su chaqueta, si no que las canas se habían comido su color, pero aquel hombre seguía siendo austero y de facciones severas. Aún así, era la persona de corazón más noble que alguna vez había conocido. Lo había dado todo por la corte, había abandonado la posibilidad de tener esposa e hijos y se había dedicado en cuerpo y alma a su trabajo como consejero del rey desde corta edad.

—El hijo del rey Kiryan Visseyn cumplió quince años hace poco. Sería una unión poderosa, y la princesa podría ser reina de Draba. Dicen que es un muchacho amable, de corazón gentil, aunque no demasiado apuesto.

—Muchos rumorean que Kyrian nombrará a su segundo vástago como su heredero. Con tan solo trece años ya ha destripado a algunas pequeñas bestias. Es bueno con las armas y fiero como su padre, no como el príncipe Llyr II, quien dicen que es un ratón de biblioteca que se echa a llorar cuando le hablan demasiado alto —replicó Daeres, otro consejero, quien solía contradecir a Skandar en cada cosa que decía. Muchos decían que por envidia, yo apostaba más bien que por demostrar que él llevaba la razón.

Skandar se encogió de hombros.

—Vos mismo lo has dicho, el segundo hijo del rey de Draba es un joven sádico que no haría más que torturar a la princesa. ¿Acaso quieres eso para la hermana de nuestro rey, Daeres?

—¿Qué insinúas? —espetó él, dando un golpetazo en la mesa que hizo retumbar las copas llenas de vino.

—Deberíais callaros. Ambos —ordené —. Ninguno de esos dos príncipes es digno de la princesa de Zabia. No un niño cruel, y no alguien débil. Si voy a enviar a Lynette lejos, será con alguien del que pueda enamorarse.

Entonces, fue cuando el tesorero por fin habló —: El joven señor de Asolium tiene catorce años, y ya es jinete, lancero y escudero de su padre. Dicen que viaja continuamente por su reino, que es alegre y carismático, además de agraciado.

Daeres se carcajeó abiertamente del consejero.

—Qué casualidad que sea tu sobrino del que habláis tan bien, Stival.

Yo alcé la mano, acallándole antes de que soltara algún otro comentario receloso. Miré a Stival con fijeza, y él me mantuvo la mirada con seguridad. Confiaba en este consejo y en sus familias, habían sido parte del de mi padre y del suyo antes de él.

Reino de mentiras y oscuridad Where stories live. Discover now