CAPÍTULO XXXVII

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NYLISS

Urien gimió, clavando las yemas de sus dedos en mis caderas con fuerza. Sus uñas rotas y sucias se clavaron en mi bronceada piel, marcándola con heridas superficiales que se mantendrían un par de días.

Yo apreté las sábanas, separando aún más mis piernas y arqueando mi espalda. Cada estocada dolía más que la anterior, y no de una forma placentera que se acumulaba en tu vientre bajo hasta explotar en decenas de fuegos artificiales, si no de una forma que erizaba el vello de tu nuca y te hacía contener el aliento. En el fondo, sabía que esto no estaba bien, pero no le detuve cuando gruñó por última vez y sentí aquella sensación caliente y húmeda estallar en mi interior.

Tragué saliva con fuerza, soportando su último bombeo, y poco después aquel guerrero cayó contra mi espalda. Estaba sudoroso y aún temblaba hasta la última hebra de su cabello. Rodó hacia un lado y se estiró sobre el colchón, sin siquiera echarme una segunda mirada. Aún así, él parecía complacido, y cuando por fin reparó de nuevo en mi existencia sus ojos brillaron satisfechos.

—Eres preciosa, Nylass —él suspiró.

Aclaré mi garganta, avergonzada, justo antes de corregirle —: Soy Nyliss, en realidad.

Yo sí que conocía su nombre. Normalmente, solía entablar alguna que otra conversación con los hombres con los que me acostaba, pero él no parecía recordarlo.

—Claro —dijo, como si no hubiera sido más que un insignificante error verbal —. Bueno, deberíamos vestirnos. Ni siquiera sé de quién es esta habitación.

Él se rio estruendosamente, como si hubiese sido una broma magistral, y palmeó mi hombro mientras se retorcía. Tras eso, yo misma me levanté, desenfundándome de aquellas sábanas alabastrinas y encaminándome hacia donde se encontraba mi ropa desparramada.

Tragué saliva duramente cuando Urien me dijo toda clase de alabanzas hacia mi cuerpo desnudo, y no pude evitar sentirme...  engañada. Me había hecho una imagen de él tras aquellas palabras compartidas que aparentemente no era real. Este hombre no era más que un gilipollas que no podía distinguirme de un objeto que le ayudaba con su excitación.

Pensé en pedir su ayuda para anudar mi corsé, pero mi sonrisa se desvaneció de un plumazo al ver que aquel hombre lo había hecho trizas mientras nos desvestíamos.

Preferí no comentar nada sobre aquello, y me deslicé por el vestido verdinegro que había elegido para esta noche. Hoy estábamos de celebración por la conquista, así que no me había contenido en cuanto a polvos, miel y pellizcos en mis mejillas. También había ayudado a Cala a realzar sus facciones con el maquillaje, aunque ella había preferido quedarse con Cade en algún rincón de la mansión, y yo no había podido evitar moverme de un círculo a otro tratando de conocer a personas nuevas.

Y la noche no podía haberme traído a nadie más que...  a Urien. Un hombre que me doblaba la edad, de facciones afiladas y sombreadas por una barba que cubría su mentón, curtido en duros entrenamientos que habían logrado que su figura fuese musculosa y con una boca que no había hecho más que soltarme halagos. Me avergonzaba admitirlo, pero era tan estúpida que unos cuantos cumplidos podían hacerme caer a los pies de cualquier idiota.

Sinceramente, estaba acostumbrada a ello.

—Nyliss, debes seguir intentándolo —espetó mi padre, derribándome de nuevo con su espada. No llegaba a cortarme con el filo, pero ya había caído suficientes veces sobre la arena.

—Papá, estoy cansada.

—Con el cansancio no se logra ser la mejor, hija. Sigue intentándolo hasta ser perfecta.

Reino de mentiras y oscuridad Where stories live. Discover now