Capítulo 35.

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Al fin y al cabo Justin ya no tenía motivos para seguir fingiendo. Y sin embargo las escenas eróticas del día anterior, la pasión que habían compartido, o que ella había creído que habían compartido... Pero Justin le había dicho un día que le daba miedo el amor. Había crecido sin amor y había aprendido a vivir sin él. Y así se había dio haciendo Justin, un hombre incapaz de compartir nada, incapaz de sentir para no arriesgar ni un ápice de orgullo.
El papel que Max le había obligado a representar había llegado a su final.
_____ sintió escalofríos. Justin le servía en bandeja la libertad que había peleado semanas atrás, él no iba a esperar para desembarazarse de la hija de Max. Entre lágrimas, pensó que no valía la pena sufrir por un desgraciado como él.

—Ha estado muy bien cariño.
Cuando _____ levantó los dedos del piano el atractivo americano que se apoyaba en él no disimuló su admiración hacia ella.

—¿Conoces una que es así? —silbó una canción un poco desafinada, y volvió a su asiento, después de que ella le respondiera con una sonrisa.
A esa hora el bar solía estar lleno de gente, y algunos le pedían sus canciones preferidas. No le pagaban bien, pero se las arreglaba para vivir, y además en breve tenía un par de entrevistas de trabajo.
Por lo tanto sobrevivía. Llevaba un mes apartada de la vida de Justin. Había aprendido a estar ocupada todo el tiempo, y así estaba tan cansada que dormía toda la noche sin pensar en nada. Se había apuntado a un curso de informática, miraba los avisos de trabajo del primero al último, y había escrito a varios de los que parecían estar a su alcance. Y todos los días rogaba que fuera un día en el que no pensara en Justin. Pero lamentablemente el tocar el piano no le servía de mucho en ese sentido.
Por lo tanto cuando _____ alzó la vista y vio a Justin a unos pasos de ella, pensó al principio que no era una imagen real, sino una mala pasada de su fantasía. Siguió tocando, pero sus ojos no se apartaron de él.

—Toca para mí —dijo Justin.
_____ había dejado de tocar el piano sin siquiera darse cuenta. Su corazón dio un vuelco. ¿Cómo y por qué le había seguido el rastro? —Por favor... —murmuró; sonaba extraña esa palabra en él.

—¿Qué quieres que toque? —preguntó _____ como si se tratase de un cliente cualquiera.

—Cualquier cosa.

—¿No puedes decir el nombre de algún compositor?

—Chopin.
Tocó algo de Bethoveen, porque sabía que le daría igual. Justin se quedó al lado del piano todo el tiempo, algo que a _____ le molestó.

—¿Qué quieres? —dijo ella, tensa, mientras veía al dueño del establecimiento que los miraba, con recelo por la confianza que se estaba tomando el cliente.

—El camarero me ha dicho que a las nueve tienes un descanso.

—No para compartirlo contigo.
Justin había dejado un estuche de joyería forrado en piel sobre el piano.

—Es el collar de tu abuela.

—¡Lo he vendido!

—Te lo estoy devolviendo.

—¡No lo quiero! ¡Y quiero que te vayas y que me dejes sola!

—¿Es este caballero un amigo suyo, señorita Harrington? —el encargado se había acercado a ellos.

—No.

—Si estuviera en su lugar no haría caso a esa mentira —le advirtió Justin al encargado— Su pianista es mi esposa.

—¿Es cierto eso?
_____ hubiera querido gritar que era una farsa, pero estaba segura de que Justin iba a seguir su disputa. Por fin asintió con la cabeza.

—Y está a punto de hacer una pausa... —agregó Justin.
_____ atravesó el salón hasta la mesa reservada para su uso personal, cerca del bar. Justin se sentó frente a ella y la miró inexpresivamente. Había perdido peso, se le notaba en los rasgos sobresalientes de su cara.

—¿Cómo me has encontrado?

—Con esfuerzo.

—¿Qué quieres?

—Quería que vieses esto —Justin sacó un papel del bolsillo, y lo extendió ante ella— Tienes derecho a ello, ¿no?
Era el certificado. Ella no sabía si reírse o llorar. Un certificado en el que ponía que un tal Justin Bieber había nacido hace treinta años, hijo de Ariadne, en una clínica suiza.— No pone nada del padre. Cuando se lo pregunté a Evanthia me dijo que era un hombre casado, a quien mi madre no había querido nombrar. También me dijeron que Stavros no tenía ni idea de que Ariadne tuviese un hijo ilegítimo. Me recordaron también las ventajas que había tenido el que se mantuviera en secreto. La vida que hubiese tenido de no haber permanecido dentro de la familia. También me dijeron que tenía el deber de mantenerme callado y no avergonzar a Ariadne con el recuerdo de la relación que nos unía —dijo Justin con severidad.

—¡Qué cruel!

—Hasta el día en que Max me mostró esto, yo no tenía la menor idea de que no era hijo de Evanthia. El engaño me destruyó. En todos esos años nadie me había dicho nada. Quise hablar con Ariadne. Quería respuestas a mis preguntas. Tenía derecho a ellas. Pero ella salió corriendo. Y al hacer eso me confirmó lo que Evanthia me había dicho. Por lo tanto no me acerqué nunca más a ella. Se ponía tan nerviosa...

—Tú la protegiste.

—Por supuesto —dijo él guardando el certificado.

—¿Has hablado con ella ahora?

—Sí. Y con Stavros. Gracias por haberme aconsejado que lo hiciera.

—Pensé que era mejor que no te lo dijera yo.

—Estoy muy contento con Stavros. Siempre me hubiese gustado tener un padre que me amenazara si disgustaba a mi madre.
_____ lo miraba sin decir nada. —¡Al fin sé a quién salgo! —le dedicó una sonrisa que llegó al alma de _____— Me gusta. Siempre me ha gustado.

—Me alegro de que se haya resuelto todo —murmuró _____. Sentía que él quería dedicarle a ella un final feliz, después de que Max hubiese empezado la historia como una pesadilla.
Se hizo un silencio. Justin miró el reloj.

—No quiero entretenerte más —dijo ella, preguntándose si él oiría el latido de su corazón.

—He comprado una casa en el campo. He puesto a la venta la casa de Londres.
Parecía un buen principio, aunque no entendía su elección. Ella siempre había deseado vivir en el campo, en cambio él no.

—He pensado que quizás quieras venir a... bueno a verla.

—¿Por qué?

—Se me ha ocurrido simplemente —contestó él, llevándose la bebida a la boca, que estaba intacta hasta ese momento.
Hubo silencio nuevamente.

—Has encontrado trabajo —dijo él nervioso.

—No pienso estar aquí toda la vida. Estoy empezando. Y saco lo justo para vivir. Si te preocupa eso...

—¿Por qué iba a preocuparme?

—Quizás te hubiera gustado que no pudiera salir adelante.

—Quizás —él no lo negó.

—¿Has tenido noticias de mi abogado ya? —Hubo un silencio sepulcral.

—Has tirado todos mis calcetines —dijo Justin apesadumbrado.

—Era una especie de declaración de principios.

—Sí, me he dado por enterado.

—Fue una tontería —dijo ella dibujando el borde del vaso con el dedo— ¿Cómo está Eleni? —le preguntó sin poder reprimirlo.

—Feliz... su marido volvió a buscarla el mismo día de la cena. Ella ha prometido trabajar un poco menos, y él ha prometido aprender a cocinar o algo por el estilo.

—¿Era eso de lo que estabais hablando aquella noche?

—Sobre todo me estaba diciendo cosas sobre mí. Que le había roto el corazón hace cinco años, y que ni siquiera me había dado cuenta. Y que si me hubiera casado con ella y le hubiese hecho lo que te hice a ti, me habría castrado. 

Un matrimonio diferente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora