Capítulo 28 «No otra vez»

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Edward

—Cariño, si es cierto todo lo que estoy diciendo, ¿qué estás haciendo con esa muchacha? —insiste, confundida—. ¿Acaso no sabes que eso puede arruinar tu imagen?

Sonrío de soslayo ante las palabras sin sentido de la Vizcondesa y todos retiramos nuestras máscaras del rostro.

—Jane no necesita ser como Alexia. Al contrario, es mucho mejor.

—¿Cómo puedes decir eso? ¡Es sacrilegio! —protesta Lady Johnson.

—No entiendo que está mal con mis palabas. Volverme a enamorar no es un pecado. El carácter de la institutriz que ustedes humillan fue el que me abrió los ojos después de tanto tiempo. Lexie dijo sus primeras palabras gracias a ella. Mi hija no para de decirme papá o hacer actividades conmigo, y todo eso se lo debo a esa chica que ustedes ven de una forma tan aberrante.

—Edward, eso puede arruinar...

—Vizcondesa, le pido de favor que no hablemos de mi imagen. No es menos cierto que la institutriz me da dolores de cabeza casi a diario por cada una de sus locuras, o por las quejas que llegan desde la ciudad, pero es la dueña de cada uno de los latidos de mi corazón. —Sonrío levemente mientras pienso como esa pequeña mujer se ha ganado a pulso mi amor y cuán increíble es—. La calidez y ternura con la que trata a mi hija hacen desaparecer cualquier molestia que pudiera tener con ella.

—Eso lo dice porque no has visto lo peor de ella. No es la indicada para usted, Su Excelencia.

—Lady Johnson, si no sabe lo que habla, mejor no comente —la atajo, cortante—. Aquí donde usted me ve tan sonriente y feliz, he visto y vivido las partes buenas, malas y peores de esa rebelde institutriz. No tiene ni idea de aquello a lo que Jane se ha enfrentado desde joven. Para mí, ella tuvo la mejor de las educaciones. Sabe defenderse por sí sola, sus padres prefieren su felicidad por encima de lo material, y no necesita de un hombre que la respalde para decirle a las personas aquella verdad que muchos callamos por miedo a lo que la sociedad pueda decir.

—Estás cegado por completo —insiste la Vizcondesa y asiento con una sonrisa en los labios.

—¡Pues no me importa! Si Dios así lo desea, pues no me importa estar cegado por esa mujer, porque Jane no merece ser duquesa. El puesto que le corresponde es de reina.

—Y lo es, jovencito —añade una señora que nunca había visto—. Es la reina de tu corazón. Ama a la chica justo como es. Te felicito. Pocos quedan como tú.

—Edward —interviene a condesa Victoria, y sus ojos alarmados me asustan—, se trata de Jane.

El vaso de cristal se resbala de mi mano y se rompe en pedazos al tocar el suelo. Salgo al balcón, la busco en cada rincón, pero no veo señales de ella. Frunzo el ceño cuando veo un pedazo de tela morado en el césped.

—Fue corriendo al bosque —insiste la condesa.

—Oh, Dios, seguro escuchó todo lo que decíamos —insiste la mujer extraña.

—De haber sido así, no hubiera huido —digo con frustración.

—A menos que no hay escuchado tu declaración por completo —añade la señora una vez más, aumentando el terror dentro de mí.

—Ve. Hay un caballo esperando por ti en la entrada.

—Gracias, condesa.

—¡Ve, muchacho! —insiste la condesa Victoria y corro por el pasillo.

Empujo a varios en mi camino y algunos protestan por las bebidas que caen en sus finas ropas, pero yo solo tengo un pensamiento.

«Debo encontrarla. Esto no puede pasarme otra vez».

—¿Qué ocurre? —inquiere Thiago agarrándome por el brazo y me suelto de su agarre—. ¿Qué le hiciste ahora, Edward?

—Debo encontrarla. Usen el carruaje para regresar —finalizo y salgo a la fría noche. Bajo los escalones de dos en dos y subo a un bello caballo color café—. Vamos al bosque, muchacho. Necesito encontrar a nuestra rebelde.

Golpeo levemente con mis talones al animal. Este se eleva en sus patas traseras y corre a todo galope. Atraviesa la enorme verja y somos engullidos por la oscuridad hasta que salimos a campo abierto.

La luna es lo único que ilumina mi camino. El desespero aprieta mi pecho y los latidos de mi corazón puedo escucharlos con claridad galopando al mismo tiempo que el caballo.

Mi sonrisa se amplía cuando me detengo en lo alto de una colina y reconozco un vestido a mitad de camino.

—Vamos, muchacho. —Palmeo el cuello del animal y este corre en dirección a ella.

La institutriz detiene sus pasos y mira por encima de su hombro. Perplejo me quedo cuando veo que ella comienza a correr en dirección al bosque. El caballo la adelanta y se detiene frente a ella.

—¿Qué estás haciendo? ¿Acaso te volviste loca?

—Oh, por favor, ya deje de fingir.

—¿Qué? —Desciendo del animal y seco las gotas de sudor de mi frente—. ¿A qué te refieres?

—¡Ya deténgase, por favor! —dice con voz quebrada y el miedo me embarga.

—¿Te hicieron daño? ¿Estás herida? —inquiero, acercándome, pero ella se aleja.

—Sí, Edward, me hirieron de la peor forma.

—¿Qué?

—Sé que nunca voy a ser Alexia, ¿entendido? No quiero ni pretendo reemplazar a tu mujer, pero no creo merecer todo aquello que esas señoras decían de mí.

—Jane...

—No. Usted fue el primero en dejarme en ridículo cuando aceptó todo lo que decían. Sí, es verdad. Soy respondona, mal hablada e incluso si tengo que abofetear a alguien lo haría.

—Jane...

—No, Edward, estoy cansada de las personas falsas. Esas que solo quieren mostrar algo que no son solo por agradarle a la...

Sus palabras son cortadas cuando la atraigo hacia mí y la beso con pasión. Ella se remueve e intenta zafarse, pero la retengo lo mejor que puedo. Dejo que el aire pase entre nosotros cuando me quedo casi sin aliento y pego mi frente a la suya.

—Si hubieras escuchado hasta el final, sabrías que les dejé claro que no necesito a Alexia. Tú eres suficiente para mí.

—¿Qué? —susurra, mientras su pecho sube y baja con celeridad.

—No tuviste la educación de alguien de alcurnia, pero te enseñaron a defenderte. Eso te sirvió cuando escapaste de casa. Eres mucho más fuerte de lo que crees, aunque no lo sepas. Tienes una carga sobre tus hombros que deseo liberar a tu lado, pero solo si me lo permites.

—¿Entonces por qué...?

—Porque no era mentira lo que decían. Tu terquedad y falta de tacto fue lo primero que me encantó. Nadie me había encarado de esa forma, y así encendiste el fuego que pensé apagado hace años atrás cuando Alexia se fue.

—Edward —sus palabras se quedan en el aire. Y me dejo embelesar por su mirada gris, ahora no tan cargada de tristeza.

—Esa era mi antigua realidad. Ella es mi pasado, pero ahora te tengo a ti y, amor mío, tu eres mi presente y mi futuro. Mi alma clama por ti.


Final (Por Siempre II )Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora