30. Resignación.

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Desde pequeño, el príncipe dragón escuchó cientas de bonitas historias. El Señor Conejo pintó en su mente un mundo hermoso; lleno de colores, criaturas sorprendentes y paisajes de ensueño... La ausencia de su querido cuidador dejó manchones grises en aquella imagen idealizada del exterior. La realidad derrumbó gran parte de sus ilusiones, y el dolor de una incomprendida traición pintó de negro parte de su corazón. No obstante, la bestia era fuerte, la inocencia fue apartada, reemplazada por conocimiento, y las vivencias de un viejo sabio avivaron sus ganas de seguir adelante.

Cómo desmerecer la contribución de un irresponsable conejito que metió sus orejas donde no debía y, fortuitamente se convirtió en un gran apoyo para la bestia que, sin importar cuán grande fuera, necesitaba algo suave y esponjoso para rellenar los espacios vacíos de su corazón.

En definitiva, el príncipe Vante estaría bien, su alma cobraba fuerzas y recuperaba el hermoso azul de su aura como el de los mechones de su cabello. Estaba a un paso de sus más grandes sueños, libre fuera del reino y listo para conocer el mundo... Lamentablemente, no se podía decir lo mismo de su predecesor.

La noche en que el rey índigo cayó del cielo mal herido, la necedad oscureció su conciencia haciéndolo comportarse como una bestia salvaje. Gruñó y atacó como una bestia recelosa durante un par de horas, fatigando la paciencia de quienes trataban de salvarle la vida. Fue un desafío para el Rey Luna sanarlo desde segura distancia, mientras la hechicera lo amordazaba con su magia... ¿Cómo una bestia malherida podía forcejear con semejante insistencia? Quizá, lo más difícil para los presentes fue ver cómo se reducía el tamaño del que alguna vez fue el protector de Cyaneus.

Índigo se reducía hasta medir poco más de tres metros de alto.

Creyeron que la disminución de su tamaño se debía a la partida de su hijo, quizá a la gran herida en su orgullo tras haber sido derribado por un ser humano, o porque estaba dejando su reino al ejército de Bella Nocte. La verdad, aunque aquellos eran factores importantes atacando el orgullo del dragón, el centro de su desgracia fue su última discusión; haber bajado la cabeza ante un humano que jamás aceptó el lugar que la sociedad le dio, y reconocer que su rebeldía siempre tuvo la razón.

Lamentaba haber acatado el orden que desde su nacimiento le fue impuesto. Dolía hacerse consciente de que, tras de los siglos en los que creyó ser una criatura sabia, que defendía una causa justa, fue víctima de un engaño a su moral que lo dañó a él, a sus predecesores, a su sucesor y a los mismos humanos a quienes siempre dijo defender.

En resumidas cuentas, los quinientos años de vida del "gran dragón", todo su esfuerzo y aquello por lo que luchó, estuvo mal enfocado y convirtiendo su eterna juventud en una pérdida de tiempo.

Admitido el error. Perdido todo... ¿Qué debía hacer?

Cerca del mediodía, el escuálido dragón se resignó con el cuello en el suelo, escuchando al viento agitar las hojas de las encinas que caían calmas sobre él. El otoño se presentaba en sus fosas nasales, lo aceptó resoplando y gruñendo a ratos, permitiendo al Rey Luna acercarse centímetro a centímetro cual cazador furtivo.

Gin tenía miedo, claro que tenía miedo, a cada paso que daba más cerca de la cabeza del dragón temía que le arrancara las piernas de un mordisco, pero no podía dejarlo así mientras Loretta y Moshie pasaban del asunto a cien metros armando un picnic. La polilla fue paciente hasta que logró posar las manos entre los ojos del dragón, quien lo miró rabioso... El aura blanquecina de la luna iluminó las escamas plateadas del lomo de la bestia, haciéndolas reflejar la luz ambiente como espejos. Sanó sus heridas internas con magia, calmando un poco su dolor y frustración.

—No importa qué dicho Dandelión —comentó Gin en voz baja, inclinándose sonriente hacia uno de los ojos del dragón—. Ni cuán dolorosamente certero parezca su juicio... Como su mejor amigo, quiero que sepas que está tan roto como tú y... Por esa misma razón no deberías dejar que sus palabras te reduzcan por completo. Quien vive de sus heridas no puede llevar la razón ¿Oíste? Tienes que perdonar, aprender de los errores y el dolor, del tuyo y del de los demás. Es lo que hace un gran y sabio dragón ¿Sí?

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