9. ¿Por Qué?

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2 de Septiembre de 1985.


Pomposo, lanudo; una nube de pelos con ojos grandes y celestes como el cielo descendió flotando hasta posar sus silenciosas patitas en el suelo. Caminó alrededor de la cama con su esponjosa cola en alto, pensando... El llanto del dragoncito, idéntico al canto de las ballenas, le daba clara pista de qué clase de criatura sería el príncipe en un futuro, así como de la profunda angustia, frustración y tristeza que lo ahogaban.

Un tímido miau fue suficiente para llamar la atención del dragón que se escondía bajo la cama. Jamás había oído algo así, era la primera vez que veía a un gato en persona. Calmó el sollozo con ojos grandes y curiosos, sin entender la mágica facilidad con la que el extraño ruido del minino lo calmaba. Sí; Agustino era un asesino de primera, pero sabía hacer ojitos tiernos y ronronear.

—¡Príncipe Vante! —habló el felino frotándose contra el escamoso cuello del dragón como si fueran buenos amigos— ¿Quieres que te cuente un secreto?

—¡Príncipe Vante! —habló el felino frotándose contra el escamoso cuello del dragón como si fueran buenos amigos— ¿Quieres que te cuente un secreto?

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El sol alcanzaba lo más alto del cielo cuando Índigo fue por su hijo al palacio. Lo halló sentado al pie de la cama... Vante parecía petrificado, permaneció inexpresivo a pesar de sus ojos enrojecidos y pálido semblante tras el llanto.

—¿Qué pasó? —preguntó el padre. Su tono severo era un recordatorio; los dragones son criaturas fuertes y sabias; no deben llorar... O eso decía Índigo.

—Es una tontería —el menor frunció el ceño, endureciendo su sentir—. Discutí con Lupi.

—La liebre... —rodó los ojos; su paciencia se agotaba— ¿Qué le dijiste?

—Que su alma es negra como él.

La bofetada que volteó el rostro al príncipe resonó en la habitación. Insultar el alma de alguien era bajo, aún más bajo que meterse con su madre o cualquier otro descalificativo, colmando la paciencia del Rey; un alma pura no podía decir semejantes necedades.

—¡Insolente! —bramó el dragón con furia— ¡El alma es sagrada! No me importa qué haya dicho Louis, lo ganaste por tu obstinación; lo has insultado desde que llegó, pero no más ¡Vas a disculparte con él!

«Disculparme...», resonó en la mente atiborrada del príncipe. Con o sin razones, disculparse formalmente asumiendo el propio comportamiento como inadecuado significaba un duro golpe para un dragón, perder un poco de aquello por lo que el mundo los conocía y calificaba duramente. Aquello por lo que él vivía encerrado, invisible; su tamaño.

Vante se avergonzaba de su reducido tamaño ¡Llevaba años esperando crecer!, no soportaba la idea de perder un centímetro, pero no podía negarse a la voluntad de su padre. Asintió tembloroso, dando un fugaz vistazo a los ojos tristes del gatito que se ocultaba bajo el armario antes de levantarse y vestirse presuroso.

De haberse detenido a pensar en lo que estaba sintiendo y exponerlo en los escasos términos que manejaba, Vante hubiera dicho que estaba roto. Una parte de él así lo gritaba; estaba roto, descompuesto al levantarse con las piernas flojas y el pecho hundido, luchando por meter un poco de aire a tirones. Se movía y avanzaba por la fuerza, como si no fuera él mismo quien vivía esos instantes, las cosas sólo pasaban. Él permitía que pasaran, esperando que todo terminara pronto pero ¿Qué? No sabía, sólo sabía que no le gustaba tener el estómago tan vacío como revuelto, el cuerpo flojo y los sentidos idos en mareas invisibles que anulaban su concentración, convirtiéndolo en una bestia tan vulnerable como rabiosa que debía permanecer en constante alerta, ocultarse y defenderse de todos.

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