5. Raro.

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Louis, a pesar de su ignorancia en ciertas áreas, no mentía al asegurar ser un conocedor del arte y un buen pintor, especialista en retratos. Sabía de los ángulos correctos para favorecer cada rostro en escena... Pero, por más que lo mirara con recelo, no conseguía hallar uno solo en el que el príncipe dragón se viera perjudicado.

Sentado en el borde de su cama, apoyado hacia atrás sobre sus manos en el colchón, Vante debía verse fatal desde el suelo donde Louis estaba ¡Nadie puede verse bien desde ese maldito ángulo que expone las fosas nasales, la papada y arquea las cejas! Pero, para desgracia del vampiro hormonal; se hallaba ante una excepción.

«Ojos almendrados y expresivos, sombreados por pestañas largas y caídas. Nariz suavemente contorneada en compás con la mandíbula, perfilando curvas hasta el mentón... Parece moldeado a mano ¿Y qué gracia guarda esa mueca asqueada? resaltando los labios en un arco de infelicidad que muero de ganas...», pensaba Louis medio ido ¿Cuánto tiempo le tomaría acostumbrarse a la singular belleza del joven dragón?

«Ganas de retratarlo», prosiguió asintiendo para sí mismo, cerrando los ojos en genuinas ansias por siquiera esbozar unos trazos en carboncillo para analizar la gloriosa simetría ante sus ojos.

Sí; otra vez se desconcentraba en mal momento.

-¿Liebre? -dudoso, Vante habló bajo y se inclinó al frente con los codos en las rodillas.

-Ah ¡Ah! ¿Qué? -rió entrando en razón-. Oye, me llamo Louis, no me digas liebre.

-¿Me enseñas tu forma humana? -pidió tan dulce que no parecía ser el mismo cretino que lo sacó del agua por una oreja.

-¡Ah! Eso ¡No~! Es que... era broma -rió como un completo idiota, evitando verlo a los ojos-. No puedo convertirme en humano ¡Nadie puede! Sólo los dragones. Tú sabes.

-Pero...

Vante lo observó por unos segundos, boquiabierto. Pronto vino la decepción y rodó los ojos al techo en un resoplido. Tragó pesado con la vista esquiva.

Louis supo que lo había fastidiado.

«Pero te lo mereces, por zopenco», el conejo trató de justificarse, odiaba mentir. «Ay, no», veía venir una gran queja; Vante estaba muy inquieto, mordiendo sus labios y frunciendo el ceño volvió titubear sin soltar las palabras.

Nada. El príncipe se levantó y se dirigió al armario para buscar algo entre sus cosas sin decir una palabra.

Louis sabía que era mala idea, pero lo siguió. Notó que su semblante empeoraba más allá de su arrogancia; parecía a punto de vomitar y sus manos se movían de forma errática.

-Eres raro -resopló el príncipe sin quitar la vista de las prendas.

-Oye ¿Te sientes bien?

-¡Claro que sí! -Bufó repentinamente rabioso, arrancando la mitad de las perchas de un tirón para lanzarlas al suelo. Louis se enfadó; era la segunda vez que lo hacía saltar del susto- ¡No te necesito!

-¡Ni yo a ti! -aclaró lanzándole una de las perchas en la cabeza. Vante ni siquiera volteó a verlo- ¡Ni que fueras tan importante! Voy a buscar lo que necesito yo solo.

«Maldito estúpido ¿Qué demonios le pasa?», resopló la liebre negra por los pasillos, decidido a dejar al príncipe solo hasta que su servicio fuera requerido o, mejor dicho; su cena estuviera servida al anochecer. «Ya verá ¡Lo voy a dejar como pasa! Más vale que su sangre esté tan buena como su trasero ¡O me voy a enojar en serio!».

-¡Louis! -alguien llamó desde el jardín alertando sus grandes orejas.

«¿Quién les dijo mi nombre?», dudó el nuevo acudiendo al llamado con desconfianza. En el patio, ante la entrada principal del palacio, una conejita amarilla con vestido morado se paró en dos patas para saludar sonriente, tras ella flotaba la ropa mojada y el librillo que él había olvidado junto al estanque minutos atrás.

New WonderlandWhere stories live. Discover now