12. Dragón Negro.

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Mientras el Rey visitaba reinos lejanos, Louis perdía su tiempo durmiendo hasta tarde y cuchicheando con los roedores del castillo cada mañana. Le parecía bien dar a Vante su espacio personal, después de todo progresaba magníficamente con sus lecciones nocturnas... Lecciones nocturnas de lectura y escritura; la liebre negra no podía creer lo rápido que el dragón asimilaba la información ¡no hacía falta repetirle nada!. «Qué jodida envidia», suspiraba el orejón cada tanto, se le revolvía el estómago en sonrisas bobas, encantado por los dones del dragón; su brillante comprensión, sedosa voz cual arrullo, y de último la impecable caligrafía que sin esfuerzo aprendía a trazar.

Louis se derretía, por sobre cualquier cosa, por su mirada; los destellos de interés que reflejaban los ojos de zafiro cada vez que aprendía algo nuevo... No obstante, también estaba preocupado por él.

Vante se veía satisfecho con las lecciones pero apenas alcanzaba a sonreír, su presencia seguía siendo la de un suspiro; sin risa ni llanto, ira ni energía alguna, el halo de resignación y miedo que lo envolvía crecía misterioso. Lástima que, tras el embrollo en el que antes se metió y advertido de que a Vante no le estaba permitido hablar de sus emociones, la liebre tuviese tanto miedo de preguntar qué pasaba por su mente... No por miedo a Índigo, sino a la frustración que invadía al príncipe cada vez que le preguntaba si estaba bien. No quería forzarlo.

«Todos necesitamos tiempo a solas para pensar», suspiraba el conejito negro al despertar solo en la cama otra vez. Vante llevaba la semana levantándose temprano silenciosamente... Lo que Louis ignoraba era que alguien más era quien lo despertaba y llevaba consigo cada mañana; un gato de lengua áspera e influyente.

Era el gato quien abría los ojos del muchacho a la cruel verdad; le reveló que su padre le mentía y explicó el por qué. Advirtió que la poción que lo hacían beber cada noche no lo hacía crecer, sino al contrario, mas guardó el detalle de cómo funcionaba aquello para no espantarlo con las sensaciones que el adolescente descubriría por sí mismo... Louis ya las había notado; cuán inquietos, cálidos y húmedos se estaban volviendo los sueños del príncipe con el que estaba obligado a dormir.

El gato asesino, oculto sobre el dosel, sonreía viendo a la liebre dar digna lucha a su instinto y acomodarse cerca de los pies de Vante cada vez que la situación ameritó tomar distancia. El vigilante sonreía descarado, cada vez más satisfecho por la inesperada fuerza de voluntad de Louis. «Como noté al primer vistazo ¡Es perfecto para mi plan!», estaba seguro; exponerlo a la tentación cada noche era una prueba de fuego antes de conferirle una gran responsabilidad.

Pero ¿Y si Louis fallaba y se propasaba con el ""bello durmiente"? Iba a matarlo, claro.

«Anda, Louis, no pierdes nada ¡Le gustará aprender un juego nuevo!», pensaba el conejito tentado en la oscuridad pensando mil obsenidades. Para fortuna de su cuello, se acobardaba, ya no tanto por las normas del Rey sino por el cargo en su consciencia; Vante no estaba bien, lo sabía, y no era capaz de aprovecharse de él como un maldito degenerado.

 Para fortuna de su cuello, se acobardaba, ya no tanto por las normas del Rey sino por el cargo en su consciencia; Vante no estaba bien, lo sabía, y no era capaz de aprovecharse de él como un maldito degenerado

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