6. Intentar distraerme no vale la pena, siempre vuelvo a él, ¡Odio volver a él!

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Al finalizas las clases, Phoebe decidió que sería una buena idea llevarme a esa cafetería de nombre raro que dijo que tenía que visitar.

Se la pasó diciendo todo el camino que las malteadas que venden ahí son las mejores del sur de Holbrook. Si soy honesta, creo que exageró quizás un poquito.

Por fortuna, la dichosa cafetería no quedaba tan lejos del internado, solo a un par de calles por lo que nos fuimos a pie, ella seguía charlando de la buena comida que tenían.

—Oh, ¡Y sus postres son todavía mejores! —exclamó Phoebe—, te encantará el pastel de chocolate de siete capaz. Es mi favorito, y sabe aún mejor acompañado de un batido de vainilla —ella deja ir una risita—. Diablos, ya me dió hambre.

Por tanto parloteo de comida a mí también se me había abierto el apetito, claro y porque cierta señorita no me dejó almorzar solo para «hacer espacio» para este momento.

—¡Hemos llegado! —anuncia, esbozando una gran sonrisa emocionada, deteniéndose a mi lado y señalando con los brazos abiertos al local, como quién muestra un premio fabuloso.

La dichosa cafetería no era más que un edificio largo y achaparrado parecido a un búnker, en el letrero ponía en letras rojas y corridas «Shumpox Coffee», la puerta de cristal con bordes de metal tenía una campanilla encima que indicaba la llegada de un nuevo cliente, un enorme ventanal con vista a la calle estaba del lado derecho. El ShumPox me recordaba a esas cafeterías de los años cincuenta que veía en las viejas películas con mi papá; el piso a cuadros blanco y negro, una barra larga donde tenían taburetes con revestimiento de cuero, casi al final había un exhibidor con diferentes tipos postres. Detrás del mostrador estaba la cocina con esa ventanilla donde los cocineros ponían la orden recién salida.

¡Incluso tenían esa campanita que avisaba sobre la orden! El lugar estaba fresco, lo cual era un alivio porque afuera había un calor horrible. En el ambiente había un aroma impregnado de comida recién hecha, olía todo delicioso. Sonaba una música moderna de fondo, por un momento pensé que salía de la rocola que estaba al final. Me decepcionó un poco cuando encontré los parlantes en las esquinas del techo.

—¿No funciona? —le pregunté a Phoebe en cuanto tomamos asiento en un de las mesas cerca de la entrada.

—¿La rocola? —asentí—. No, está más que todo de decoración.

Observo una vez más a mi alrededor. Todo era tan lindo y antiguo a la vez, y eso no estaba mal, le daba un aire particular y a la vez increíble a la cafetería, me gustaba.

—La temática principal del lugar son los años cincuenta —comenta Phoebe—, por lo que tengo entendido, era una cafetería de aquel tiempo que cerró poco después de abrir. Los dueños actuales compraron la propiedad hace... no sé, ¿Diez años? No lo recuerdo bien, el caso es que quisieron dejar intacta la decoración que tenía, nada más hicieron algunas remodelaciones. Del resto, sigue igual.

—Fue una buena decisión —vuelvo a mirar fascinada el lugar—, le va todo esto.

—¿A qué sí? Es como estar en una máquina del tiempo. Es mi cafetería favorita de por aquí. Además de la más cerca del internado —agrega con una risita.

Se nos acerca una mesera joven, de seguro rondaba entre los veinte. Iba con un delantal parecido al que se usaban en los cincuentas, de color negro y borde blanco, tenía también una libreta para tomar nuestra orden. La chica saluda con total confianza a Phoebe, quién después nos presentó a ambas.

—Polet, ella es Ada, una buena amiga mía y de los chicos. Ada, ella es Polet, una chica nueva en el internado.

Ada me sonríe mostrando en sus dientes un aparato dental, las ligas de los brackets hacían juego con sus ojos.

A Través De Mis Ojos Where stories live. Discover now