33. Dos caras de la moneda

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Alana

Asmodeo cayó al piso de espaldas, aun sosteniéndome en sus brazos, evitando que yo recibiera el golpe.

El portal parecía habernos empujado hasta el otro lado y nos deslizamos por el piso en cuanto caímos.

—¿Estás bien? —preguntó el Genio mientras me ayudaba a levantarme.

—Sí.

Me miré las manos sintiendo un cosquilleo extraño en mi cuerpo. El cansancio y la fatiga que llevaba días sintiendo, habían desaparecido de un momento a otro cuando traspasamos a este lugar. Asmodeo me observaba en silencio, evaluándome.

—¿Qué? —cuestioné.

—Estás recuperando tu fuerza —dijo, con una pequeña sonrisa engreída en su boca—. Es la magia de este lado, creí que te tomaría más tiempo, pero eres más poderosa de lo que creí.

—Cállate.

Miré a mi alrededor, estábamos en una sala circular sin nada más que el portal del que acabábamos de salir. La espiral de magia seguía girando con calma, creando un punto que se extendía al infinito.

—¿Crees que Geb y los demás puedan venir tras nosotros?

—Lo dudo mucho. Cuando traspasas un portal este inmediatamente se cierra.

—¿Por qué?

—Ni idea, princesa. Tendrás que preguntárselo a Sidi.

Vi una puerta en una de las paredes y caminé hacia ella. Los pasos del Genio me siguieron en silencio sin necesidad de darle ninguna orden. Al abrir la puerta, un largo y vacío pasillo se extendió frente a mí.

—¿Qué es este lugar? —pregunté, saliendo al solitario pasaje.

—Es la fortaleza de Sidi.

—La fortaleza del Rey, quieres decir.

—Considerando que Sidi es y ha sido el único Rey desde nuestra existencia, no estoy equivocado al decirlo de ese modo.

—¿Entonces podría estar aquí?

—Seguro que sí, tú deberías poder sentirlo, es tu padre.

Le di una mirada dura y él elevó sus manos en defensa. Ese hombre no era mi padre. Yo no tenía un padre.

Caminé por el largo pasillo con Asmodeo tras de mí, el lugar no tenía puertas ni otros pasadizos que nos condujeran a algún lugar, solo un largo e interminable camino, delimitado por dos paredes blancas que parecían no tener fin.

La magia de este lugar era perceptible de cualquier parte, y sentía como renovaba mis energías. Podría estar caminando durante horas y no me agotaría.

Asmodeo empezó a silbar una melodía extraña que hacía eco rebotando en las paredes, lo observé y este hizo un mohín.

—Perdóname, princesa. Es que no soporto los silencios. Se parecen demasiado a estar en el letargo y no me agrada.

—Geb solía decir eso —murmuré, recordando cuando Geb estuvo en la misma posición—. Tampoco le gustaba el letargo.

—Ese es nuestro verdadero castigo —dijo en un murmullo—. Estar en el letargo no es nada grato, en comparación, servir a los humanos es algo que podemos manejar.

Si tuviese que seguir caminando por este lugar durante la eternidad, podría entender por qué los genios no soportan estar encerrados. Es una barbaridad.

Pero, así como los humanos tienen sus propias leyes y castigos para quienes las rompían, los Djinn también debían controlarlos de alguna manera.

—Tú te lo buscaste —murmuré, dándole una mirada sobre mi hombro—. Si hubieses seguido las reglas, no estarías así ahora.

[#2] El deseo de un recuerdo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora