20. El caos que precede

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Jayden

Para cuando llegué al jardín trasero de la casa, no había ningún rastro de Alana.

La mezcla de magia que hubo hace unos instantes hizo que se volviera momentáneamente invisible para mí, pero sabía que estaba aquí en alguna parte. Al menos hasta hace unos momentos.

Di unos pasos por el jardín, buscándola en vano, hasta que algo crujió bajo mi pie. Me agaché y tomé el colgante de corazón alado que le había regalado hace solo unos minutos. Me quedé observándolo unos momentos, intentando descifrar que había pasado. Ella no podría haberme dejado, no podía... no podía.

Envolví la joya en mi puño, presionándolo con fuerza. Era un bonito objeto, de oro blanco y pequeños diamantes incrustados. Solo rocas y minerales que le daban un valor extraordinario, pero en mis manos, con mi poder, no eran nada mas que polvo.

Me limpié los restos en el pantalón y me di la vuelta para volver a la fiesta. El antifaz me ayudaba a pasar desapercibido y el alcohol a evadir mis sentimientos.

Desde un rincón del jardín, observaba a todos divirtiéndose al ritmo de la música, compartiendo risas, abrazos, besos... sentimientos que no estaban destinados a mí. Al menos no de parte de quien yo esperaba.

—¿Puedo hacer algo por ti?

Esa voz embriagadora.

Asmodeo se paró a mi lado; vestido con un pantalón negro formal y una chaqueta de vestir azul calipso, a juego con el chaleco de tela que llevaba sobre la camisa blanca, lucía absolutamente radiante.

Era la primera vez que se dejaba ver por alguien diferente a mí, y lo humano y real que parecía entre todos los demás, me hizo dudar.

Llevaba el anillo, me lo puse en algún momento y Asmodeo acudió al llamado silencioso que mis amargos sentimientos estaban gritando.

—¿Jayden? —insistió.

Aparté la mirada y guardé silencio, observando a todos mis invitados en el lugar.

No quería esta fiesta. No quería a ninguna de estas personas aquí. Todo lo había hecho por Alana y esta se había marchado, dejándome de lado y eligiendo a Geb una vez más.

—Que termine la fiesta —murmuré, con los labios casi pegados al filo del vaso de alcohol que llevaba en la mano—. Y sin sorpresas, Asmodeo, solo deseo que todos se marchen.

Cerró sus ojos claros, enmarcados por un antifaz de algún tipo de animal que no quise pensar en descifrar. Asintió en silencio y lo rodeé camino a mi habitación. Antes de entrar a la casa, detuve a un camarero y le quité una costosa botella de alcohol que llevaba en las manos. Rodeé el cuello de la botella y continué mi camino sin dar explicaciones a nadie.

Una vez en mi habitación, me derrumbé.

Sentí el vacío de golpe, la fatiga, la sensación de querer rasgarme la piel y rellenarla de cualquier cosa que hubiese a mi alrededor para no sentir ese hoyo que cada vez se expandía más y más en mi interior.

Ese vacío que Alana llenaba como algo sólido, pero volátil.

Ese vacío que Asmodeo ocupaba con humo.

Ese vacío que por una vez no lo sentí como un vacío, cuando estuve cerca de Kardelem.

Bebí copa tras copa, hasta perder la claridad de mi visión y de mis pensamientos. Dando tumbos por la habitación, llegué hasta la cama donde me dejé caer de espaldas con la vista clavada en el techo. Tal vez si bebía lo suficiente, ese vacío se sintiera ahogado por el líquido, o al menos perdería la conciencia lo suficiente para dejar de sentirlo.

[#2] El deseo de un recuerdo©Where stories live. Discover now