23. La vida que soñamos

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Geb

Alana dormía tranquilamente con su rostro hacia el otro lado de la cama y una mano en su frente.

Yo solo estaba ahí, observándola como su pecho subía y bajaba al respirar, sus ojos cerrados en una tranquilidad que me generaba una paz interna.

—¿Por qué me miras así? —murmuró aún somnolienta. Se giró en mis brazos, observándome con atención.

—¿Cómo sabías que te estaba mirando?

—Porque eres tú, y te conozco —respondió, acariciando mi mejilla—. Además, puedo sentir tus dudas mezclándose con la tranquilidad y la alegría. Cuando duermes tus emociones también lo hacen. Son menos intensas.

—Me siento terriblemente expuesto —solté divertido. La tomé de la cintura y acerqué sus labios a los míos en un beso casto.

—Ya sabes lo que sufrí yo, entonces.

En mi defensa, también sufrí, solo que en ese momento no sabía asimilarlo. Percibir sus sentimientos como deseos era incluso más invasivo, y no me hacían bien. No cuando yo estaba desarrollando sentimientos desconocidos que no eran correspondidos. O eso es lo que yo pensaba.

—¿No puedes dormir? —quiso saber.

—Sigue sin gustarme —acepté, dejando caer la cabeza en la almohada—. Verte dormir me tranquiliza. Temo que al cerrar los ojos caiga de nuevo en un sueño eterno y esta vez tú no estés ahí.

—Geb... —susurró—. Eso no va a pasar... estoy aquí, contigo. Y no dejaré que nadie nos haga daño.

Asentí en silencio, dejándome arrastrar por ese optimismo que desencadenaban sus palabras.

Busqué sus labios en un beso que empezó como algo tranquilo, y poco a poco se transformó en una necesidad imperiosa de sentir cada punto de su cuerpo desnudo, pegado al mío.

Sus manos recorrieron mi piel, con caricias delicadas y sensuales que me hicieron desear detener el tiempo en este instante, poder entrar en ese sueño eterno con ella, justo así.

—No sabes lo feliz que me haces —murmuré sobre su boca—. Amira...

Sus uñas se clavaron ligeramente en mi espalda provocándome una tensión en los hombros. Quisiera poder sentirla, percibir su lujuria dentro de su cuerpo, enredándose con el mío, pero por más que lo había intentado, Alana seguía siendo un enigma.

Pero me bastaba.

Los humanos no tienen esa capacidad. No perciben los sentimientos de la otra persona a menos que lo manifiesten de alguna manera. Con gestos, con palabras, con pequeñas acciones que demuestren lo que hay en su interior. 

Y sus besos me demostraban mucho. Amor, deseo, confianza; todo lo que quería y no sabía que necesitaba.

—Geb. —Mi nombre salió de su boca casi en un gemido—. ¿Estarás conmigo pase lo que pase?

—Siempre he sido tuyo, Amira.

—¿No importa lo que sea?

—Ni aunque me pidieras que trajera el infierno a la tierra —susurré con los ojos cerrados.

Sentí su sonrisa contra mi mejilla y el roce de sus labios bajar por mi cuello.

Tal vez no estaba sintiendo lo que le pasaba a ella en este momento, solo me sentía a mí mismo, y con eso ya podría ser suficiente para encenderme en combustión espontánea e iniciar el infierno en la tierra, como le había prometido.

[#2] El deseo de un recuerdo©Where stories live. Discover now