Capítulo 3

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-Mierda-Musité en voz baja al ser despertado por los rayos solares y caer en cuenta que me levanté tarde para el trabajo.

Al final me quedé dormido en el sillón después de tanto llorar. Y la respuesta es un rotundo no, llorar por lo sucedido no me benefició en absoluto, de hecho, me arrepentía de haberlo hecho porque gracias a eso mis ojos se hallaban hinchados. Se venía venir que al llegar al hospital Hange me preguntaría qué pasó, cosa que no tendría sentido, porque de algún modo siempre adivina la razón por la que me sentía mal.

Me levanté del mueble con un fuerte dolor en la espalda baja, en consecuencia de que el sillón tendía a ser un poco estrecho y no podía acostarme en el cómo en una cama, evidentemente; dormí torcido. Mis ojos ardieron cuando los abrí del todo, haciendo que de inmediato volviera a cerrarlos. Logré levantarme del lugar con mucha dificultad, quejándome por el dolor que sentía en todo mi cuerpo. Hubiese terminado en el suelo si no me hubiera alcanzado a sostener de la mesita que se encontraba a lado de donde estaba. Este no iba a ser un buen día.

Encaminé mis pasos en dirección a mi cuarto, con el objetivo de bañarme lo más rápido posible y arreglarme un poco decente.

Todo iba bien hasta que me encontré con el arreglo en la mesa que horas antes Erwin había tocado. Con esto, recordé perfectamente todo lo que pasó. El rubio me había engañado con eso de que venía a buscar más pistas para atrapar a los Jaeger; solo para seguir insistiendo en lo de antes. Me sentí estúpido al saber que sin tanta dificultad logró convencerme de algo que me había prohibido hacer. Y es que por un maldito demonio, ese desgraciado siempre conseguía que hiciera cosas a las que me oponía, podía tener un gran control en mis actitudes sin esforzarse tanto, lo que también me hacía un idiota.

Mi sangre hirvió al recordar que admitió que seguiría insistiendo en lo que me negaba, y por primera vez conseguí sentir algo de coraje con él. Mi mirada se desvió a donde se encontraban las pequeñas flores, no aguante, agarré el arreglo y lo lancé a cualquier dirección, donde se estrelló y algunos vidrios del jarrón salieron volando.

Digamos que al llevar a cabo tal acción mi coraje venció a mi razonamiento, así que ahora que me había tranquilizado un poco, me quedé observando las flores ficticias tiradas en el piso. Una vez más dejé que los malos sentimientos me vencieran, primero llorando por alguien que prometí no hacerlo, y ahora desquitándome con algo que no debía, aunque me trajera recuerdos inoportunos.

-Odio esto-Mencioné, mientras me agachaba a recoger el desastre que había creado. Era difícil, así que no pude evitar llorar por lo que hice.

Una vez que terminé de recoger los trozos de vidrio regados en el suelo, me levanté con la intención de ducharme, quizás eso serviría para dejar de lado el mal momento.

Entré en la ducha luego de haberme despojado de mis ropas, ya me estaba retardando más de lo debido y acostumbrado, seguramente Hange ahora se debería encontrar como loca por pensar en que me estaría retrasando. Sonreí al imaginar a mi amiga jalándose el cabello tal cual loca, con los demás enfermeros y doctores, observándola con ganas de reírse. No cabía duda que esa mujer loca de lentes era la única que podía hacerme sonreír cuando todo iba mal, esa paz que me proporcionaba en mis peores momentos; era algo que simplemente nadie en la vida sería capaz de igualar.

Ahora mi único problema iba en que necesitaba llegar al hospital para terminar de revisar los informes de nuevos pacientes o viejos. Con eso mente, tuve suficiente para acelerar mis movimientos y terminar rápido. Y sí, no planeaba tomar en cuenta los días libres que me dieron, no pretendía perder el tiempo.

 Y sí, no planeaba tomar en cuenta los días libres que me dieron, no pretendía perder el tiempo

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In the hands of the enemy. (EreRi)Where stories live. Discover now