Prólogo

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Asechaba desde lo alto de un árbol, en esa posición tenía una mejor visión del bosque, sus compañeros y sus enemigos.

Vio a su madre luchando elegantemente con una espada de plata que reflejaba la luz de la luna llena, los pequeños rayos blancos resaltando los definidos razgos le daban el aspecto de un ángel vengador mientras atravesaba con el filo el pelaje espeso de su atacante.

Esa noche Merlina se encargaba de cuidar a sus compañeros de combate y por esa razón tenía cargada su ballesta con una red de contención con filos en los extremos que solían clavarse en la piel para inmovilizar y dañar.

No tenía dudas de que su madre podía contra el animal frente a ella, y probablemente con el que se acercaba por su espalda también, pero no quería arriesgarse, así que con la precisión digna de una Addams presionó el gatillo.

Sabía que había sido un tiro perfecto, y aún así, un cuerpo mas pequeño pero de la misma naturaleza de los que enfrentaban se interpuso en el medio. Escuchó un chillido y el animal cayó bruscamente en el suelo antes de girarse furioso con tres grandes surcos sangrantes en la zona frontal entre el pecho y la pata.

Merlina no se dejó intimidar mientras bajaba de un salto de la rama, ni por los afilados y enormes dientes en las fauces de aquel ser ni por las prominentes garras que atravesaban la tierra de aquel bosque; en su lugar apuntó su ballesta, ahora con una flecha, a la frente dispuesta a matar, no sería su primera baja y tampoco la última.

Sin embargo, a través de la pequeña mira del artefacto en sus manos pudo ver la expresión de aquel ser, diferente a todas las que alguna vez había presenciado. No le estaba suplicando con la mirada como solían hacer la mayoría de sus víctimas, lo cual le resultaba aburrido; tampoco la estaba retando como hacían unos pocos que se creían valientes, escasos pero más entretenidos; ni siquiera era una expresión de miedo; no, eso era totalmente nuevo.

Los ojos, cuyas diversas tonalidades azules había ignorado hasta ese momento, se movían analizando todo su rostro y cuando la vio fijamente le pareció distinguir un brillo de reconocimiento, el amarillo pelaje anteriormente erizado tomó un aspecto casi sedoso y todo el cuerpo del animal se soltó, como si hubiera dado un suspiro de alivio.

Desconcertada por como su objetivo había reaccionado a su presencia se distrajo lo suficiente para que otra de esas bestias la embistiera por el costado y la hiciera soltar su arma.

- ¡Merlina! - el grito de su progenitora a lo lejos la hizo reaccionar y alargando su brazo a un costado de su pierna sacó una daga negra como el carbón y con un corte horizontal alcanzó la zona del cuello.

Gotas rojas salpicaron su rostro, pero no cerró los ojos, en ese tipo de situaciones tenía que fijarse en cada detalle, por ejemplo la gran pata retrocediendo le dio el espacio que necesitaba para levantar su pierna y golpear con su pie el hocico, un bote hacia atrás fue suficiente para volver a tener libertad de movimiento.

Sin embargo, aquel error no solo la había puesto en peligro a ella, sino que también había dejado a su preocupada madre expuesta; antes de que pudiera advertirle, una sombra se alzó detrás de la mujer y clavó los afilados colmillos en su hombro.

Con algo de alivio vio a uno de sus familiares ir a auxiliar a su madre así que volvió al lobo frente a ella encontrándose solo con un rastro rojo que se perdía entre los árboles, había escapado, todos lo estaban haciendo.

Levantó la cabeza, aparte de un cuerpo tendido en el césped quedaba uno más en el perímetro, el mismo al que le había disparado la red. La estaba mirando como si se disculpara mientras caminaba de espaldas con la cola entre las patas y las orejas pegadas a su cabeza, un último vistazo y siguió a los suyos desapareciendo en la oscuridad.

Permaneció quieta durante varios segundos antes de sacudir la cabeza y correr hacia su madre, ya le habían vendado la zona y a pesar de la sangre que manchaba la blanca tela, Morticia daba órdenes de retirada con la firmeza de una líder.

Al llegar a su lado recibió una atenta mirada, creyó que la llegaría a regañar por haber sido tan descuidada, pero solo le dedicaron una sonrisa tranquila.

- Recoje la ballesta, sabes que era muy preciada para tu abuelo - dijo con voz calmada, sintió como si la arrullaran.

- ¿No estás enojada? - preguntó con precaución.

- ¿Por qué lo estaría? - la mujer caminó hacia el arma en el césped y la levantó con cuidado - Eso fue mi error, cometí la misma equivocación -

- ¿Cuál? - la ballesta volvió a estar en las manos de la menor y pronto colgaba de su espalda.

- Subestimarte - comenzaron a avanzar de regreso a la mansión donde se estaban quedando - Siempre me equivoco olvidando que eres capaz de cuidarte por tu cuenta, esto fue una lección para las dos -

Merlina asintió en silencio y así se quedó el resto del recorrido, en cada paso recordaba esa mirada y no podía deshacerse de ese sentimiento de familiaridad que crecía en su pecho.

Sombras Entrelazadas (Wenclair) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora