18. Paradise Ice Cream

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30 DÍAS ANTES.
Jung

—Chicos, recuerden entregar la tarea a tiempo —pide Miss Edwards, tratando de hacerse oír por encima del ruido del timbre escolar.

    Muchos no la escuchan, pues ya llevan sus mochilas al hombro y van saliendo por la puerta, otros elegimos ignorarla e imitar a los primeros.
    Salgo al pasillo atestado de estudiantes, mientras reviso el horario en mi iPhone. Una vez en mi casillero, dejo los libros dentro y tomo un maletín de color azul. Dentro, está el uniforme del equipo de fútbol, las zapatillas de correr, una toalla, y ropa interior limpia y útiles de aseo.
    Me cuelgo el bolso al hombro, y me dirijo a uno de los baños que hay en este piso.
    El interior está pintado de color azul pastel. A la izquierda hay unos diez cubículos, con puertas blancas riveteadas en dorado, mientras que a la derecha hay ocho mamparas de cristal oscuro, que ocultan duchas. Un banco de madera maciza ocupa toda la pared al fondo, justo debajo de una ventana que siempre permanece cerrada.
    Ya hay varios chicos allí, a medio vestir.
    Me acerco hasta allí, y coloco encima el bolso, mientras les saludo.
   Me deshago de la chaqueta azul del uniforme, y la doblo cuidadosamente, dejándola junto al maletín. Me aflojo la corbata y también la doblo. Luego, sigo con la camisa, los pantalones y los zapatos. No me retiro los calcetines, porque aunque el piso está visiblemente limpio, prefiero no correr riesgos. Me pongo los pantalones grises de algodón que forman parte del uniforme deportivo y me ajusto las almohadillas protectoras que llevan incorporados. Luego, me siento en el banco, cerca de Jonas, uno de los chicos allí presentes, y me cambio los calcetines por unos azules que me llegan por debajo de la rodilla, justo donde termina el pantalón. También me calzo las Nike blancas, con tacos de plástico en la suela. Rebusco en el bolso de deporte hasta dar con el peto blanco que protege mis hombros, pecho y espalda. Me lo ajusto al cuerpo, apretando los cierres, y encima me coloco el jersey azul con mi número y apellido.

—¿Habéis ido a la fiesta de Matías el sábado? —pregunta Jonas, colocándose los calcetines. Varios chicos asienten, yo incluido. —Ha estado bestial. ¿Os acordáis de Laura? Me he enrollado con ella en la Ranger.

    Jonas tenía dos pasatiempos favoritos: presumir su Ranger Rover, una camioneta de color rojo fuego que solía dejar mal aparcada en todas partes, y tirarse a las chicas en esa misma camioneta. Era un patán en toda la expresión de la palabra y, por supuesto, me caía bien.

—¿La castaña de ojos verdes? —inquiero  mientras trato de de ubicar el nombre con algún rostro en mi memoria.

—No, no, esa es Mía. Laura es la rubia que siempre va con ella —informa Jonas.

—¿La rubia del tatuaje? —pregunto, con el ceño ligeramente fruncido, mientras me abrocho los guantes. Un silencio denso se establece en la habitación, y yo levanto la vista. Jonas me mira.

—¿Cómo sabes tú de su tatuaje? —pregunta, algo crispado. Me encojo de hombros.

—Me lo mostró una vez —respondo, sin más, y tomo el casco blanco y azul y cierro el bolso. —Los espero en el terreno, chicos.

      Me cuelgo el bolso al hombro, y. me dirijo al terreno.
   A cada lado de la explanada de tierra hay ocho filas de largas y altas gradas. El terreno está cubierto de césped, perfectamente cortado, y dibujos que marcan las yardas y las divisiones del campo. A cada lado hay dos aros cuadrados, levantados del suelo unos dos metros por un tubo de grueso metal.
     A medida que me acerco, veo a varios miembros del equipo allí, calentándose. La mano del jugador número 8 se alza para saludarme, cuando dejo mi bolso en una de las gradas
    Es Ernest. Voy hasta él. Se encuentra de rodillas en el césped, con los pies del jugador número 6 entre sus piernas y las rodillas de este último bien sujetas. Marcus no lleva el casco, y me dedica una radiante sonrisa mientras eleva el torso, en un abdominal.

SOUL-A. D. Casanova.Where stories live. Discover now