06.Gimpo

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162 DÍAS DESPUÉS.

Jung

     —¿Ya tienes las maletas listas? —pregunta Ha Na. La luz del pasillo se cuela en mi habitación a través de la puerta semiabierta. La silueta de Ha Na se dibuja en la moqueta de madera oscura, mientras mi hermana asoma medio cuerpo a través del umbral. La ignoro. —Jung, te estoy hablando. —La miro brevemente y, con estudiada lentitud, tomo los cascos que descansan en mi mesita de noche y me los coloco. Finjo colocar música.

    Con el rabillo del ojo, la veo atarse el cabello en una coleta alta y salir de la habitación, tirando la puerta. La escucho gritar algo a mi madre y, poco después, la puerta de mi habitación se vuelve a abrir.
    Está vez es mi madre.

—Jung, ¿ya estás listo? Dentro de poco tenemos que ir al aeropuerto. —Con desinterés, señalo mis audífonos y fijo la vista en mi celular. —Jung, te estoy hablando. —Continuo ignorándola. —Sé perfectamente que no estás escuchando música —me reclama. De un tirón, se acerca a mi cama, me arranca los audífonos. —¡Te estoy hablando! —Me pongo en pie y la observo, intentando parecer amenazante. Soy mucho más alto que ella, sin embargo, sus ojos rasgados y oscuros me intimidan.

    La oigo resoplar, mientras se dirige a mi clóset, dejando los audífonos en mi mesita de noche. De un tirón, lo abre de par en par y, del fondo, saca una maleta gris con la que llevo casi toda una vida. No recuerdo cuando la compramos, pero, definitivamente, la pobre ha visto tiempos mejores.
     Sin mediar palabras, mi madre abre la maleta y la lanza al suelo. Luego toma al azar dos o tres perchas con pulovers y jeans y los lanza dentro sin siquiera mirar. Yo permanezco quieto, junto a la cama, mientras mi madre rebusca en mis cajones. Poco a poco,el interior oscuro de la maleta se va llenando con mi ropa, mis calcetines, mi ropa interior y mis zapatos.
      Luego, de un tirón, cierra la cremallera y me mira. Está respirando superficialmente por el esfuerzo y la indignación.

—¿A que no era tan difícil? —masculla, tirando de la maleta hacia afuera.

     En silencio, la veo marcharse, arrastrando el equipaje.
    Me dejo caer en la cama, con la vista fija en el suelo de madera, intentando comprender lo que acaba de suceder. ¿Acaso el maldito viaje es en serio? Decido tumbarme y cerrar los ojos. Definitivamente necesito un toque de heroína.
    Salgo de la habitación y luego de la casa, en dirección a la playa. Las rocas grises y marrones se extienden desde donde termina el último escalón hasta donde comienza el océano pacífico. El mar, de un azul celeste, me murmura una bienvenida cálida.
       Dejo que el sol de la tarde me acaricie el rostro y me siento sobre un saliente rocoso. Meto la mano en el bolsillo de mis vaqueros y doy con un porro. Bien. Con lentitud, lo paso bajo mi nariz e inhalo. El olor dulzón me atonta y sonrío.
     Prendo el porro y le doy una calada, mientras fijo la vista en el horizonte.
     Tengo raíces coreanas, pero nací aquí, en Estados Unidos. Corea no corre por mis venas, Corea no significa nada para mi.
     O sí, quizás, sí significa algo. Después de todo, fue en ese país donde cambió mi vida para siempre. Fue mi última visita a Corea la que marcó un antes y un después en mi.
    Realmente no tengo intenciones de subir a un maldito avión para cruzar el mundo. Sé que si lo hago, voy a reencontrarme con el pasado, con la obscuridad..., con mis demonios. No quiero regresar a Sur Corea. No puedo. Sí lo hago, me derrumbaré por completo.
     Termino de fumar y subo de vuelta a la casa. Por culpa de la marihuana, siento la boca seca, así que me desvío hacia la cocina. Me detengo al ver a mi madre. Ella me observa y frunce el ceño.

—¿Estabas fumando? —Asiento, y doy un paso al frente. —¿Agua? —pregunta y es mi turno de fruncir el ceño. Mi mamá sonríe. —Llevas..., ¿Qué?..., ¿Seis meses? ¿Cinco? Metiéndote esa basura en el cuerpo, ya nada me extraña. —Permanezco impasible, mientras mi madre me sirve un vaso con agua y me lo entrega. Nunca me he escondido para drogarme. No es un secreto. —Sé que la marihuana te provoca sed, que la heroína te da fuertes dolores de cabeza, y que el LSD te deja inconsciente durante cinco horas. —Me entrega el vaso con agua, y me mira fijamente mientras bebo. —No tienes idea de como me duele ver como te  destruyes de esta manera. —Sus ojos se llenan de lágrimas, y yo me siento incomodo. Doy otro trago al agua. Mmm. Sabe rara, pero no le doy importancia. Mamá me observa y me observa. Le entrego el vaso. Ella niega con la cabeza. —Bébetela entera. —Frunzo el ceño. —No quiero que tengas sed luego.
   
     Dubitativo, termino de beber y le extiendo el vaso vacío. Estoy a punto de marcharme cuando siento que la vista se me desenfocada y mi cuerpo se desestabiliza. Extiendo una mano para sostenerme con ayuda de la pared más cercana, pero el suelo se acerca con rapidez, demasiada rapidez. Todo se vuelve negro.
    Despierto aturdido, con la voz de una mujer resonando en mis oídos. Pego un brinco, pero algo me ata. Me llevo las manos al pecho, y comienzo a toquetearlo, nervioso ¿Es un cinturón de seguridad? ¿Estoy en un coche? Comienzo a hiperventilar. Siento que me ahogo. Unas cintas de tela se cruzan en mi pecho, reteniendome, y algo esponjoso me rodea el cuello. Miro frenéticamente a todas partes. Esto no es mi habitación. Esto es... ¿la cabina de un avión?

SOUL-A. D. Casanova.Where stories live. Discover now