09.Seodaemun-gu

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156 DÍAS DESPUÉS.

Eun Jo

No debería estar a estas horas en la calle, y menos en un barrio tan peligroso. Sí mi abuela pudiera verme, de seguro me ganaría una buena reprimenda, y un castigo de por vida. Pero, gracias a Dios, la abuela no se encuentra en Corea,sino en Japón, en un evento empresarial.
Mi nombre es Laura Creiss, aunque, aquí en Corea, todos me conocen por Eun Jo. Quizás debido a mis razgos asiáticos (ojos razgados, y piel de tono crema) muchos podrían pensar que soy coreana, como mi madre y mi abuela. Sin embargo, nací en Alemania, a las afueras de Berlín.
Mi madre, Eun So, era apaneas una estudiante de 20 años cuando cayó rendida a los pies de mi padre, Jhon Creiss, un escritor alemán, veinte años mayor que ella.
Por aquel entonces, papá estaba divorciado de su primera mujer, quien había huido a Estados Unidos con el dinero que ambos tenían en el banco, y acompañada de su amante, el major amigo de mi padre.
Papá era un hombre realmente guapo. Tenía una larga y enmarañada cabellera rojiza, y unos espectaculares ojos verdes. Además de un físico bien definido y una Harley 150 esperando en su casa de Alemania (había visto las fotos en el álbum de recuerdos).
Según mamá, John Creiss gritaba peligro por todas partes, pero, una vez lo conocías, era el hombre más tierno del mundo. Y además era cristiano.
Cuando mamá decidió casarse con él, ¡La abuela enloqueció! Dijo que jamás aceptaría que su única hija se casase con un hombre pobre que además era veinte años mayor que ella. Sin embargo, mamá no se amedrentó. Le dio a escoger a la abuela, o aceptaba el matrimonio, o no volvería a hablarle nunca más en la vida. Esa misma noche la abuela la echó de casa y cambió el testamento.
Mamá se mudó a Alemania. El cambio cultural la dejó aturdida al principio, pero, poco a poco comenzó a adaptarse.
Papá solo tenía a otro familiar vivo, su hermana Helen, cuatro años mayor que él. Helen era viuda y tenía seis hijos. Mi madre le llevaba apenas dos años a la mayor de ellos. A pesar de la clara diferencia de edades (y de que mamá no hablaba alemán), la familia Creiss la acogió en su seno y la trató como a una más.
Dos años después nací yo. Me nombraron Laura, por mi abuela paterna.
Conocía la historia de memoria. La había leído cientos de veces. Y digo "leído" porque mi padre, John Creiss, la había inmortalizado en un libro. Y no cualquier libro, sino su primer éxito de ventas. Porque sí, mi padre es escritor.
De seguro os preguntaréis "¿qué se siente vivir con un escritor?", aquí va la respuesta: es asfixiante.
Los escritores son personas distantes, sobre todo si están en proceso creativo. Son personas intelectuales, dadas a discutir sobre las nuevas técnicas narrativas o los peores clichés, siempre están pensando, moldeando la historia, hablando de ella. Para vivir con uno se requiere paciencia. Como todos los artistas, tienen un espíritu libre, aborrecen las ataduras y sus horarios distan mucho de los de la gente normal. Como decía, es asfixiante.
A pesar de sus peculiaridades, papá es un hombre cariñoso (siempre y cuando no esté escribiendo o haya sido interrumpido). Siempre parece estar en otro mundo, aunque, según mamá, esto se debe a que está muy ocupado creando los mundos de sus libros.
Hace seis años, mamá enfermó con cáncer. Por aquel entonces, la abuela viajó a Alemania, tratando de recuperar la relación con su única hija. Al ver su condición, decidió traerla a Corea, para que fuese atendida por los mejores médicos.
Mi padre ya no era un hombre pobre. Sus libros (y, sobretodo, la venta de los derechos de autor de estos al cine y la televisión) , sí bien no nós habían colocado en la cúspide social, nós habían provisto de un cómodo colchón económico.
Sin embargo, nuestro dinero no era suficiente para pagar el tratamiento de mamá, por lo que mi padre, a pesar de de su orgullo, accedió. Diecisiete años atrás, mamá había abandonado todo por él, ahora era su turno.
A pesar de las suplicas de la abuela, nós instalamos en una bonita casa en Seodaemun-gu, la zona bohemia de Seúl.
Allí las casas eran altas y estrechas, con techos de tejas y rodapies de losas blancas. Nuestro barrio estaba lleno de artistas. Por ejemplo, nuestra vecina, era una excéntrica exgeicha, de procedencia japonesa.
Me encantaba aquel lugar. La vida, la vibra, la esencia..., todo era diferente.
Sin embargo, cuatro años atrás, la condición de mamá empeoró. Papá se volcó en su cuidado y me comencé a sentir algo..., aislada. No me malinterpreten. Sabía que mamá estaba enferma y que necesitaba la máxima atención posible, pero yo apenas tenía 13 años, había cambiado bruscamente de país, de amigos, de entorno, y no me estaba adaptando bien a los cambios.
Después de mucho discutirlo, se llegó a la conclusión de que lo mejor sería que me fuera a vivir con la abuela, después de todo, ella era un anciana joven y lo suficientemente estricta para hacerse cargo de una adolescente.
No voy a mentir, me pareció injusto. Pero no me adapté mal. Después de todo, la abuela no era el nazi que papá describía en su libro. Fue amable y cariñosa conmigo, y me apoyó en mis peores momentos. También era rica.
Quizás no debería decirlo, pero eso influyó muchísimo.
La abuela vivía en un lujoso condominio situado en Jongo-du. Su casa era una mansión antigua, que había pertenecido a la familia Lee desde hacía generaciones.
Mi abuela, la presidenta Lee, como le decían muchos, era una mujer de porte regio. Tenía el cabello plateado y corto, justo debajo de las orejas. Siempre vestía trajes de dos piezas cuando iba a trabajar, y vestidos de colores pastel cuando estaba por casa. Su mirada nunca abandonaba el aire crítico, y su boca siempre tenía una mueca de desaprobación.
Mi abuela era la presidenta de una importante firma de abogados, en consecuencia, viajaba mucho. En ocasiones (y cuando la escuela me lo permitía), la acompañaba. La abuela era una mujer sabia. Hablaba siete idiomas, y sus consejos siempre eran fiables. Estaba orgullosa de ella.
Había heredado una empresa en quiebra y la había levantado ella sola después de la muerte de su esposo, y con una hija pequeña a cuestas. Ella era mi ejemplo a seguir, aunque, por supuesto (y como toda familia), teníamos nuestras discordias y desacuerdos.
El principal era la religión. Yo, al igual que mis padres, soy cristiana, mientras mi abuela, al igual que sus antepasados, es budista.
Siento el pito de un coche y salgo disparada de mis cavilaciones. Tengo un defecto, al igual que mi padre, soy algo distraída y eso, en la carretera, es fatal.
Tengo una bicicleta rosa a la que apodo Buddy. Me la regaló mi padre hace tres años y voy con ella a todas partes, es mi mejor aliada.
La abuela ha intentado deshacerse de ella varias veces, aludiendo a qué sería mejor un coche, pero me niego rotundamente cada vez. Amo esa bicicleta.
Me orillo y dejo que el coche me adelante, mientras las luces de la ciudad titilan a mi alrededor.
Seúl es la nueva ciudad de las luces. Cientos de diminutas lámparas Brillan como estrellas a mi alrededor, como si alguien hubiese bajado el firmamento para colocarlo allí.
Bajo el pie izquierdo, haciendo fuerza en el pedal y la bicicleta avanza un tramo. Luego el otro pie y así sucesivamente. De pronto, siento un desnivel en la calle y mi vehículo rosa se desnivela. Frunzo el sueño y cuando intento avanzar siento que la bicicleta me pesa demasiado. Un ruido extraño llama mi atención. ¡Oh no!
Me acerco a la cuneta y, cuando veo que estoy segura y que no hay peligro a la vista, bajo de la bicicleta. Se ha pinchado la rueda trasera. Suelto un gruñido nada elegante y subo la bici a la acera. Miro a mi alrededor, tratando de centrarme donde estoy, y llamo al secretario Kim.
Justo cuando estoy a punto de presionar su número para llamar, recuerdo que está en Japón, con la abuela..., y que la abuela no se puede enterar que estoy en la calle a estas horas.
Me pellizco el puente de la nariz y suelto un suspiro, mientras pienso a quien llamar. Al quedarme sin opciones, opto por pedir un taxi. Estoy parada junto a un restaurante callejero, cuyo letrero principal anuncia Soju con letras de neón. Decido alejarme unos pasos del local, mientras me envuelvo más en mi bufanda de colores. Otro regalo de papá. Estoy mirando a mi al rededor, cuando escucho un ruido extraño.
Llena de curiosidad, miro a mi al rededor. El sonido proviene de la pared junto al restaurante. Inclino la bici sobre su soporte y me acerco allí. Vuelvo a escuchar el ruido y frunzo el ceño, ajustando mi visión a la oscuridad. Apoyado en la pared del local y sentado en el duro suelo, hay una figura. Es delgada y, a pesar de estar encorvada, puedo ver que es alta. Vuelve a emitir el sonido. Es un gemido. Me acerco otro paso, y las luces del local contiguo iluminan las sombras. Es un chico. Tiene la cabeza apoyada en las rodillas y la espalda encorvada. El cabello negro se escurre entre sus dedos y su camiseta se alza un poco de atrás. Está vestido de negro y gris, y va descalzo.
Luchando contra todas las alarmas de mi mente, me acerco a él.

SOUL-A. D. Casanova.Where stories live. Discover now