Kim JongIn

394 41 4
                                    

Junio

Llevo treinta y tres días de tortura en
Kim e hijos cuando tengo la primera bronca con mi padre. Ya me lo esperaba, y de alguna manera —bastante retorcida, por cierto—, hasta tenía ganas de que llegase.

Desde que me mudé otra vez a casa después de las clases, mi padre básicamente me ha estado dejando en paz. No me ha preguntado sobre la uni ni el hockey.

No me ha soltado los habituales dardos de culpabilidad sobre cómo me da todo igual y no les visito. Todo lo que ha hecho ha sido quejarse del dolor de piernas y ofrecerme latas de cervezas mientras suplicaba:

—Tómate una birrita con tu padre, JongIn.
Sí, claro. Como si eso fuese a ocurrir alguna vez. No obstante, agradezco que no haya estado encima de mí. La verdad es que estoy demasiado cansado como para pelearme con él ahora mismo.

He estado cumpliendo con el estricto programa de entrenamiento, que los entrenadores han diseñado para nosotros para las semanas que no estamos en temporada.

Y eso significa levantarse al amanecer para
hacer ejercicio, trabajar en el taller hasta las ocho de la tarde, ponerse a entrenar otra vez antes de irse a la cama, dormir durante la noche y vuelta a empezar al día siguiente.

Una vez por semana voy al estadio cutre de Munsen para practicar lanzamientos y hacer ejercicios de patinaje con Vic, uno de nuestros segundos entrenadores, que se hace todo el camino desde Briar para asegurarse de que me mantengo en forma.

Lo adoro por eso y espero con impaciencia el día en que toca ir al hielo, pero, por desgracia, hoy no es. El cliente al que estoy atendiendo en este momento es el capataz de la empresa de construcción del pueblo.

Se llama Bernie y es un buen hombre…
Bueno, eso si uno ignora sus constantes
intentos de persuadirme para que me una
a la liga de hockey de verano de Munsen, algo que no me apetece nada.

Bernie se presentó hace tres minutos con un clavo de cinco centímetros clavado en el neumático delantero de su pick-up, me soltó la habitual chapa sobre cómo tendría que formar parte de la liga del pueblo, y ahora estamos discutiendo las distintas opciones para el problema de su rueda.

—Mira, puedo hacer un apaño si quieres —le digo—. Quito el clavo, parcheo el agujero e inflo el neumático. Es sin duda la opción más barata y rápida, pero tus neumáticos no están del todo bien, Bern. ¿Cuándo fue la última vez que los cambiaste? Se frota la tupida barba canosa.

—¿Hace cinco años? Tal vez seis. Me arrodillo junto a la rueda delantera izquierda y le echo otro vistazo rápido.

—El dibujo de las cuatro ruedas está gastado. No llega al mínimo de 1,6 mm legal, pero está muy, muy cerca. Unos pocos meses más y podría dejar de ser seguro conducir el vehículo.

—Puf, chaval, en este momento no tengo dinero para cambiarlos. Además, mi equipo está llevando a cabo un trabajo bastante gordo en Brockton.

— Le da un buen golpe al capó—. Necesito
a esta pequeña conmigo todos los días
esta semana. Por ahora, hazme solo el
apaño.

—¿Estás seguro? Te lo digo porque tendrás que volver cuando el dibujo esté peor. Te recomiendo de verdad que los cambies ahora. Él rechaza la sugerencia agitando una mano carnosa.

—Lo haremos la próxima vez. Asiento con la cabeza sin discutir más. La primera regla de la empresa: el cliente siempre tiene razón. Además, no es que sus neumáticos vayan a reventar en las próximas horas. Todavía queda bastante tiempo para que el dibujo esté completamente gastado.

—De acuerdo. Ahora mismo lo hago. Me debería llevar solo unos diez minutos, pero tengo que acabar con la alineación de este Jetta primero. Así que tardaré más bien una media hora. ¿Quieres esperar en la oficina?

Tu y yo (Kaisoo)Where stories live. Discover now