Misión 1.0: Seducir al seductor o morir en el intento

504 95 11
                                    

Las cosas tomaron su curso al cabo de una semana. Peige estaba bajo prisión preventiva hasta el juicio que sería dentro de unos días. Mi agenda seguía llena y cada vez se acercaba más el día en el que tendría que abandonar el país para llevar mi música por toda Europa.

Ayla se mudó tres días después de que ocurriera lo de Peige. La casa era hermosa y estaba llenada de recuerdos de sus vacaciones en familia, cuando eran felices, antes de que todo pasara. Al final la tuve que obligar a que se fuera, según ella, y ocultando que solo era una escusa para no volver a esa casa y enfrentar sus propios fantasmas; le daba miedo dejarme sola. Y así es como estoy, sola. Sin él, en este momento me siento sola. Estuve en el infierno y regresé, pero en el camino puede que haya perdido al amor de mi vida. Max no quiso verme mientras estuvo en el hospital, no me ha llamado ni mucho menos enviado algún mensaje de texto.

   Sé que yo tenía razón. Él nunca hubiera creído que su hermana era capaz de hacer tanto mal si no lo hubiera visto con sus propios ojos. No entiendo por qué no es capaz de verlo, no entiendo por qué se ha alejado tanto. Cada día que pasa lo siento más y más distante.

    —¡Quita esa cara, tal parece que viste a un gatito herido! —exclama Ayla, entrando en mi cocina, sobresaltándome. 

  —Primero que nada ¿Qué haces aquí? Tienes una casa preciosa, dale calorcito.

   —Me llamó Emma, está en los Ángeles, le dije que viniera para acá, mi preciosa casa no está lista para recibir visitas —explica. Pero la realidad es que es ella la que no está lista para eso.

   —¿Sabes quién vive cerca de tu casa? —pregunto con una sonrisa maliciosa en la boca.

  —No, no quiero saberlo y tú no me lo vas a decir —acusa entrecerrando los ojos —Te conozco y vas a hacer que las ganas de saberlo me carcoma.

   —Tienes razón. Por eso deberías descubrirlo por ti misma —me burlo.

   —Eres una mala amiga, que lo sepas —acusa

  —No, no lo soy.

El timbre de la verja suena y Ayla se apresura a abrir, sabiendo quién es. Un minuto después, las carcajadas de mis amigas me separan de la cocina y dibujan una sonrisa en mi rostro. Al final sé que las cosas pueden ir mal, pero hay personas que con solo una palabra, un gesto o simplemente siendo partícipe de su alegría, te llevan un pequeño rato de luz a tu vida.

  Las encuentro en la sala, ambas sentadas en el sofá. El cabello negro de Emma, con salvaje e indomables rizos negros, extendido sobre uno de los cojines en el que tiene apoyada su cabeza cómodamente. Ella es así, atrevida, perspicaz y si antes pensaba que Ayla no tenía filtro es porque llevaba años sin relacionarme con Emma, quién no sabe lo que es siquiera la palabra.

   La primera impresión que tuve de ella fue la de una chica culta, elegante, refinada. Sus ojos negros encerrados por unas pestañas kilométricas ocultaban miles de picardías. Con un cuerpo lleno de curvas y un color de piel oscuro, como el café, siempre llamaron la atención sin necesidad de imponer si presencia. Imaginé que terminaría siendo una modelo, una de esas chicas hermosas que salen en la TV o en los grandes carteles, promocionando algún nuevo producto. Hasta que la conocí y todas esas suposiciones quedaron junto a su vergüenza, olvidadas. El talento de Emma siempre fue la música, fue eso lo que nos unió y lo que nos enseñó que las apariencias engañan y que una chica aparentemente tranquila, era en realidad una rebelde, sarcástica a la que le importaba poco lo que los demás pensaran de ella y hacia lo que le daba la gana siempre. 

    —¿Te vas a quedar parada ahí con cara de lela, o vas a oír las aventuras de mi luna de miel? —pregunta arqueando una ceja.

   —No tienen cara de lela, es lela. —argumenta Ayla.

Indeleble/ Melodías del Alma Libro I  #pgp2023حيث تعيش القصص. اكتشف الآن