Clases

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Los días siguieron pasando y ya, a dos semanas de estar en la cabaña, me sentía muy bien. Llamaba a mí psiquiatra diariamente. Conversaba mucho con Max, luego de aquella vez en la que las confesiones salieron de mi, me sentía más ligera. Aunque seguía pensando que él me escondía algo más, no volvimos a tocar esos temas. Solo recordábamos las anécdotas de nuestra infancia que nos hacian reír.

Rememorar la manera en que nos conocimos era imposible. Nuestras madres eran amigas desde la secundaria, por lo que siempre estuvo en mi vida y aunque a Peige la veía como mi hermana, a Max nunca lo vi fraternalmente. Las veces en las que lo miraba a escondidas lo demostraban. En general Max siempre estuvo presente en mi vida, por lo que compartimos muchos momentos vergonzosos.

Aquella vez que a escondidas de mis padres me teñí el cabello por primera vez, pensando que había comprado un tinte claro, tipo castaño o algo parecido, pero resultó ser verde y al tener mi cabello virgen tomó un color muy gracioso, entre verdoso y marrón. Fue una tragedia cuando mis padres se dieron cuenta. Peor aún cuando tuve que, como castigo, llevarlo así por un mes.

Un chocolate caliente y ese tipo de historias nos acompañaban en las noches. Habían ocaciones en las que ninguno tenía ganas de hablar y solo veíamos una película sentados frente a la chimenea.

Hoy no es diferente. Me levanto temprano, mi cuerpo, acostumbrado a los continuos ensayos y desvelos; no está habituado a que duerma pasadas las 7 de la mañana. Luego de pasar al baño, me dirijo a la cocina y como Max me dijo que iría al pueblo a buscar provisiones; no me molesto en cambiarme el pijama, un simple short corto y una camiseta; porque sé que nadie me va a ver. Llego a la cocina y empiezo a prepararme algo para desayunar, cuando de pronto siento la mirada de alguien sobre mi. Me volteo sobresaltandome, encontrandome a Max, vestido solamente con un pantalón de pijama de algodón gris, sentado sobre la encimera, viéndome fijamente sin importarle el haberme asustado.

Hago lo mismo que él y lo detallo con la mirada. Su abdomen cuadriculado, pectorales definidos, anchos hombros, fuertes brazos. Un sueño de hombre, físicamente. Sin embargo, lo que más llama mi atención son los tatuajes que cubren su cuerpo, uno en el pectoral izquierdo, unas letras en un idioma que no conozco, quizás chino o japonés. Otro entre la cadera y el abdomen, más letras pero esta vez con unos números romanos.

-¿Quieres una foto? Te va a durar más -dice de repente, atrayendo mi mirada a su rostro, dividido por una sonrisa pícara.

-¿La quieres tú? Te recuerdo que apareciste sigilosamente y solo te quedaste mirándome.

-No aparecí sigilosamente -hace comillas con los dedos en el aire para marcar su afirmación -solo estabas entretenida y no me oíste entrar. Además, si tengo delante esas vistas, no voy a dejar de mirar, no soy idiota.

-En eso te equivocas, si lo eres -me cruzó de brazos, demostrando mi molestia -¿Que haces aquí por cierto? ¿No dijiste ayer, que irías al pueblo?

- Si, lo dije, pero luego pensé...

-¡Vaya qué milagro! ¡¿tu pensando?! -estrecha los ojos, juzgandome con la mirada

-Te levantaste con la vena sarcástica de guardia hoy o ¿Qué?

-Pues si ¿Tienes algún problema con eso?

-¿Yo? Ninguno, al contrario, me gusta cuando eres sarcástica, me pone.

-¡Pervertido! -le grito lanzándole lo primero que encuentro, un paño de cocina.

Dudo mucho que eso le haga algún daño, pero al menos lo que cuenta es la intención ¿Verdad? El muy idiota se ríe a carcajadas, sosteniendo el trozo de tela. Mientras, yo me vuelvo a cruzar de brazos, no llevo sujetador y ya demasiada imagen sugerente estoy ofreciéndole.

Indeleble/ Melodías del Alma Libro I  #pgp2023Where stories live. Discover now