El que fue a mi casa me mira de pies a cabeza y Kaile gruñe por lo bajo cuando se detiene frente a nuestro estrado.

—Sigue caminando, Rowan —le advierte Andrei sin siquiera inmutarse.

—Solo quería desearles suerte —responde él, sin quitarme los ojos de encima.

—Suerte necesitan los mediocres —le responde Isla, sin quitar los ojos de su teléfono, como si a ninguno de ellos le supusiera algún tipo de problema el abogado de Victor —, así que suerte, abogado Andes —lo mira brevemente.

El tipo me sonríe con algo de burla y sigue caminando. Apenas me doy cuenta de que ni siquiera había respirado en su presencia, hasta que Andrei me habla.

—Son lagartijas, Alexis —murmura —, pequeñas mierdas que creen que están listos para las ligas mayores, pero no es así. No merecen que gastes pensamientos en ellos —me aconseja.

Asiento, aunque no puedo evitar mirarlo por última vez antes de que la puerta tras el estrado del juez se abra y un policía judicial observe la sala.

—Todos de pie para recibir al Honorable Juez Joseph Winston de la ciudad de Valencia — dice en tono firme.

Me mantengo de pie y un hombre de edad avanzada ingresa, vistiendo un traje negro. Lleva lentes gruesos, una expresión un poco ceñuda y recorre la habitación, arqueando sus cejas al notar a Kaile, pero no dice nada.

—Pueden tomar asiento —habla finalmente. Se acomoda en su silla, tras un estrado de madera oscura que lo pone por encima de nosotros y vuelve a mirar ambos costados —. Siendo el tres de febrero del corriente año, daremos inicio al juicio contra el señor Victor Ansemio Tarev, nacido el quince de marzo... —por algunos segundos, dejo de escuchar, mientras detalla toda la información sobre el monstruo —, y la señora Marisa Risso, nacida el ocho de...

—Ale —Isla me llama la atención —, toma un poco de agua —me ofrece una de las botellas cerradas que está sobre la mesa, animándome cuando las manos me tiemblan.

Logro beber un sorbo cuando vuelven a pedir que nos pongamos de pie para recibir a los acusados. Mi corazón late frenético cuando una puerta a la derecha de la sala se abre y Victor y Marisa entran, esposados y escoltados por la policía. Los dejan en las sillas más alejadas de mí, al otro lado de sus abogados, pero puedo verlos perfectamente.

No siento satisfacción por verlos demacrados, pero me siento menos débil. Los veo como las lagartijas que Andrei dijo que son sus abogados y pienso que un ave fénix se comería a esas diminutas lagartijas de un bocado.

Un solo bocado.

Levanto levemente el mentón. Me vieron rota muchas veces y esta vez no pienso darles el gusto.

—En las audiencias del día de hoy tendrá espacio la acusación formal, la presentación de pruebas por parte de los abogados acusadores y podrán presentar a sus testigos, que podrán ser solicitados y cuestionados por la defensa de los señores Tarev y Rossi —vuelve a hablar el juez —. Antes de dar el comienzo formal al juicio, ¿alguna de las partes desea hacer alguna declaración?

—Nosotros, señoría —el abogado del monstruo se pone de pie, esperando a que la autoridad le ceda la palabra.

—Adelante.

—Con el debido respeto, señoría, creemos firmemente en el seguimiento legal de los procesos de enjuiciamiento y no hay ningún aval para que haya un perro presente en la sala —espeta, mirando con rechazo a Kaile, que permanece echada a mi lado, mirándolo con aburrimiento ahora que está lejos y no le supone un peligro.

El juez mira también a la dálmata.

—He notado que hay un perro, sí —carraspea y levanta una hoja de su escritorio. Está muy lejos para que alcance a leer, pero él lo hace —, y aquí tengo la documentación que la certifica como animal de apoyo emocional, firmado por un psicólogo con matrícula nacional —explica —. Supongo que los abogados presentes comprenden el alcance de las leyes respecto a los animales de apoyo.

Fuego | SEKS #5Where stories live. Discover now