Lo chocó al intentar salir del castillo.

De hecho, chocó contra otro de los superdeportivos que se encontraba en la trayectoria de su mala maniobra. No tiene licencia de conducir por una razón: jamás había conducido un carro antes de ese percance. A Kuro le dio gracia y luego huyó antes de que el alfa lo etiquetara como el coautor del siniestro vial, el muy cobarde. Hazel tuvo que hacer una bola con su orgullo y acabó por llamar a Moon para que desencajara un carro del otro. Lo peor: la expresión del alfa al llegar a la escena del crimen fue la de alguien muy poco impresionado. Realmente hubiera deseado que se hubiera cabreado en lugar de ofrecerle clases de manejo. Para Hazel se oyó igual a un "Hehe, debes aprender de mí, que todo lo sé y todo lo tengo, imbécil".

Por supuesto que se negó. Al principio. Cuando Moon le dijo que podría disponer de cualquier carro que quisiera si aprendía a conducir, su tozudez flaqueó bajo el poder del materialismo. Y por eso están aquí. Vino a sacar la jodida licencia de conducir. En Arvandor también podía hacer los trámites, pero la licencia emitida en las manadas lycans solo sirve para transportarse dentro de ellas. Los humanos solo aceptan, pues, licencias humanas. Así que le pidió a Kuro que le enseñara, ni de coña se rebajaría a concurrir al alfa cabrón, y... ¡Taran!

Debería sentirse encumbrado y autorrealizado por haber pasado el examen al primer intento y llevar consigo su licencia de conducir, no enfurruñado y con ganas de rebanarle la polla al alfa por andar ligoteando como un puto.

—Venga, amor —ronronea el susodicho, avanzando tras él—. No tengo la culpa de que me miren el paquete.

Hazel prensa la mandíbula con la fuerza de un pitbull. Atraviesan un corredor con artículos de bebés y un paquete de pañales vuela de su mano a la cara del alfa. "¡Paf!"

—¡No me sigas, alfa vulgar! ¡No quiero que me vean contigo! ¡Te ves ridículo con esa ropa!

Moon viste el conjunto de siempre: una gabardina larga y negra, pantalones negros y botas negras, todo a juego con su maliciosa alma. Su estilo gótico medieval puede cuadrar en Arvandor, pero no en un jodido supermercado humano del siglo veintiuno.

Ni hablar de sus orejas puntiagudas.

Moon recoge el paquete de pañales del suelo y su sonrisa se vuelve estratosférica.

—Vaya... ¿Adelantándote a los hechos?

—¡Deja eso allí, psicópata!

El alfa cierra distancias y lo abraza por la cintura, echando los pañales al carrito en el proceso.

—¿Deberíamos comprar la góndola completa? —sugiere con una sonrisa en su voz—. Con uno no alcanzará para la cantidad que quiero hacerte.

Hazel se cubre de rojo de la cabeza a los pies.

—¡A-Aléjate!

El alfa le agarra el culo con ambas manos, sin pudor ni consideración por los pobres humanos que se topen con ellos. Para su entera mortificación, a Hazel se le escapa un sonidito. Un sonidito muy similar a un gemido. A un gemido muy erótico e inapropiado.

Moon lo mira con las cejas arqueadas.

—¿Empezamos con la primera camada?

—¡Moon! —chilla, candente como una barra de metal al sol—. ¡Ya basta, nos van a echar!

—Apagué las cámaras —le susurra sensualmente al oído.

Hazel tiembla y se afloja en sus brazos automáticamente, como si fuera una reacción natural, instintiva. Tal vez lo es. Jamás admitirá que se siente genial dejarse invadir por su aroma y su calor. Moon se siente como su hogar, pero también como algo muy lejos de allí, algo supremo y etéreo, es... como el paraíso.

EXTINCTION【Libro I】|Disponible en físico|Where stories live. Discover now