Maldito destino

182 34 4
                                    

Capítulo 32
Maldito destino

Eric

1 de septiembre 2027.

Llego de trabajar algo cansado; los días han sido duros debido a nuestra falta de resultados. Están privando de libertad, están privando de vida a personas inocentes diariamente. Y nosotros no logramos encontrar la raíz del problema.

Me siento extremadamente tenso.

Abro la puerta del condominio y Hércules salta sobre mí. Sonrío por primera vez en el día y agradezco haber adoptado a este cachorro bobtail de casi 30 kilos. Juego con él por todo el lugar, dejando a nuestro paso un verdadero desastre hasta que Izán se interpone, acabando con el fantástico momento.

—¿Tacos o hamburguesa?—cuestiona, mostrándome la pantalla de su móvil con pereza en el gesto.

—Puedes hacerte algo en la cocina, deja ya de comprar tanta chatarra en línea.

—¿Te afecta en algo?—cuestiona, alzando una de sus cejas como si realmente me importara que me juzgue de esa manera por ser tan "mandón"; palabras suyas.

—Tu salud se irá al caño, niño.

—Tengo 27 años, no puedes seguir llamándome niño, Eric.

—¿Sacaste la ropa de la secadora?

Su rostro expresa al instante que lo olvidó por completo.

—Ah...

—Era tu única tarea del día, ¿y no lo hiciste? ¿Así quieres iniciar en la policía? Qué vergüenza.

—Eric...

—Búscate un trabajo, y cuando lo consigas, veré qué tan viable es que trabajes conmigo —advierto antes de iniciar la cena.

Quesadillas, vegetales al vapor y un pedazo de carne de res es lo que decido cenar pacíficamente mientras veo las competencias de clavados en el televisor. Saboreo mi comida y cuando estoy por dar el primer bocado, un texto llega a mi celular.

Bombón, ¿listo?
Ya casi es hora del evento,
Te veo en mi casa en 10 minutos.

Cierro los ojos.

Saco aire por la boca.

Tallo mi rostro y me muestro desganado.

Había olvidado por completo el compromiso que, sin querer, me eché con Ramona.

Dejo caer mi cabeza hacia atrás y doy un suspiro antes de llevarme un enorme bocado mientras el resto del platillo lo dejo en el contenedor de Hércules, pues no tengo tiempo para terminarlo. Debo cambiar mi ropa ya para ir a ese aburrido y nada grato, evento de apariencias.

Es imposible no abrir el baúl de los recuerdos cuando veo impresa la palabra "Cano" en algunos de los estantes del lugar, decidiendo conscientemente pensar que es una insignificante coincidencia, evito así darle la importancia que merece; simplemente lo ignoro.

Sostengo la mano de Ramona y sonrío ocasionalmente. Ella se encuentra muy emocionada, pues al parecer está por firmar un contrato con una de las marcas de esta noche y, según cuenta, sería muy bueno para ella. La aliento, la apoyo y, justo ahora, le acompaño. Esa es mi labor como su novio.

Mucha ropa aburrida después, por fin termina.

Sólo un discurso de despedida y podré regresar a casa para descansar. Sueño despierto con la comodidad de mi cama y me saboreo unos buenos tacos de la esquina. Creo que eso es lo que ha estado en mi mente las últimas dos horas. Pero aquello que es realmente obvio y que no quise ver desde el inicio, aparece sobre nosotros y bajo los reflectores... brillando como siempre lo ha hecho; tan intenso y hermoso, que mi atención es capturada por completo.

Mi pecho se comprime. Mi corazón se acelera. Mi mirada se abre y un trago amargo atraviesa mi garganta mientras su voz me deleita el oído.

Esperaba no volver a verla.

Jamás.

Estaba seguro, realmente convencido de que ella no volvería a la ciudad.

Las ganas de abandonar el lugar se intensifican, pues la verdad es que me gustaría hablar con ella, saber cómo está, cómo le ha ido, lo que sea sólo para escuchar su voz un poco más. Pero no me parece correcto porque Ramona se encuentra a mi lado.

El discurso termina y yo me levanto con toda la intención de correr, aunque no me es permitido. Mi novia sujeta mi brazo, devolviéndome al asiento y comentando que ella quiere y debe ir con Mara.

Mi única salida es insistir en que necesito ir al sanitario.

Nos hago un favor a ambos.

Aprovecho el tiempo. Me miro a través del espejo y no pierdo la oportunidad de llamarme cobarde, imbécil, entre otras cosas. Le doy vueltas al asunto y pienso que han pasado tres años, tres míseros años en los que aseguré haberla superado. ¿Cómo podría ser así? Si mi primer instinto es huir de ella al verle.

¿Qué carajos? Qué vergüenza doy.

Pero no puedo negar que, estar tan cerca de nuevo, revive un sentimiento especial que se había apagado con su partida.

La extrañé.

Y ahora sólo pienso en ella. Reproduzco su imagen sobre el escenario. Un bonito cabello corto que se le ve de maravilla, la seguridad y confianza con la que se expresa frente al público... y lo mejor de todo, un brillo renovado; incandescente.

Es suficiente.

Ramona ya debe estar esperándome para ir a cenar y llevarla a casa, así que salgo de la cueva en la que me escondo. Le miro a lo lejos, me hace señas. Yo sonrío y me acerco a la bella mujer que me acompaña; ella está verdaderamente feliz y me alegra mucho que así sea. Brinca sobre mí y la sostengo con firmeza, perdiéndome en un dulce y exquisito beso, como los que sólo ella sabe dar.

—Ven acá, debo presentarte.

Mis alarmas se activan pero no puedo negarme, y lo que tanto había deseado que no sucediera esta noche, aparece frente a mí.

La veo.

Ella me mira.

Hacemos contacto visual.

Un huracán de sentimientos arremete en mi interior.

—Eric, ella es Mara; mi ídola en esta industria. Mara, te presento a Eric, mi pareja.

¿Por qué el maldito destino sigue haciendo de las suyas?


Continuará.

El oficial de mis sueñosWhere stories live. Discover now