Mi puto padre

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—Levanta

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—Levanta.
Hablé con seriedad después de ver a Frank suplicarme por su libertad.

—Rebeccah, porfavor. Soy tu padre.
Frank habló mientras se levantaba del suelo.

Cogí la cadena de sus esposas y lo arrastré de nuevo hasta el ascensor.

—Peralta.
Llamé a Jake.
—Tú conduces.

Esperé a que Jake se metiera en el ascensor y luego apreté el botón. Frank no dejó de dar explicaciones innecesarias durante todo el rato.

—Te lo voy a explicar, es fácil.
Senté a Frank en el asiento trasero del coche.

Me senté en el asiento de copiloto, con Jake a mi lado.

—Vamos a ir al hospital. Subirás con nosotros y firmarás lo que te den los doctores.
Expliqué con seriedad.
—¿Queda claro?.

Frank asintió mientras hacía la intención de encenderse un cigarrillo.

—Dame eso.
Le quité el cigarro de la boca y me giré hacia Jake.

Jake arrancó el coche.

Llegamos al hospital; Frank firmó el permiso de operación justo a tiempo, Jake y yo fuimos a por un café después de dejar a mi padre en el Alibi y volvimos a la comisaría, dónde me esperaba Fiona.

Había que llevar a mi hermana a un penal, de la cárcel pasaría al juicio y de ahí ya veríamos lo que pasaba.

Amy estuvo conmigo y con Fiona durante todo el proceso de encarcelamiento. Había que buscarle un abogado a Fiona, uno bueno, pero ¿Con que dinero iba a pagarlo?.

—Ams.
Llamé a Amy.

—¿Si?.
Conducía de camino a mi casa después del turno.

—¿Conoces a algún abogado?. Uno bueno, no me valen gilipollas.
Sonreí.

—¿Te suena Jennifer Walters?.
Amy aparcó el coche en la puerta de mi casa. Negué con la cabeza.
—Es la abogada más inteligente que he conocido en mi vida, que lo diga yo ya es mucho.

Sonreí.

—Puedo pasarte su teléfono, pero te aseguro que no será barato.
Amy habló mientras me escribía un mensaje con el teléfono de aquella abogada.

—Gracias Ams.
Sonreí bajando del coche.
—Hasta mañana.

Entré a mi casa mientras me encendía uno de mis cigarrillos. Al entrar parecía que no había nadie allí, hasta que oí a alguien aspirar tan fuerte que pareció que estaba esnifando.

Y en efecto, encontré a Frank esnifando desde un CD, tres rallas de metanfetamina. Lo extraño en ella era su color, no era la meta normal, era azul.

—¿De dónde lo has sacado?.
Le quité a mi padre todo lo que tenía que ver con la meta azul.
—Contesta.

Me acerqué a él amenazante, parecía bastante afectado por el chute, cosa que no solía pasar. Así que supuse que sería la primera vez que probaba esto.

—El vecino, ese que iba contigo al colegio...
Frank se llevó las manos a la cabeza intentando recordar el nombre del chico.
—¡Jesse Pinkman!.

—¿Es coña?.
Crucé los brazos sobre mi pecho. Tenía que ser mi ex.

Situemos a Jesse Pinkman. Íbamos juntos a clase de química, era el típico niñato fuma-porros que se metía en líos para quedar como el payaso. No sé como, pero fue mi primer enamoramiento, mi primer beso y mi primer todo.

Estuve enamorada de él hasta que nos graduamos, cosa que Pinkman se pasó por el culo. Me dejó por Mandy Milkovich y nunca me pidió perdón.

Cogí con enfado la droga que le quedaba a mi padre.
—Si te vuelvo a ver con esto, voy a dejar que te encarcelen.

Salí de la casa tan enfadada que ni pensé en lo que estaba haciendo. Llegué a la puerta de Jesse Pinkman.

—¡Abre, Pinkman!.
Grité mientras aporreaba la puerta.

El chico abrió, parecía confundido pero no le di tiempo a sacar conclusiones. Entré en la casa dándole un empujón.

—¿Quién te ha dado esto?.
Le tiré la droga que le había quitado a Frank en la cara.

—Tía, ¿Qué coño haces aquí?.
El chico seguía confundido.

—Dime quien te la ha dado o te llevo directo a comisaría.
Le enseñé mi placa al borde de perder la paciencia.

—Mierda, Becka.
Jesse sonrió.
—Joder, ¿te has echo poli?. Pensaba que los Gallagher mataban polis.
El hijo de puta se reía mientras recogía la droga que yo le había tirado.

—Habla.
Me acerqué a él esperando que se asustara, pero solo sonrió más todavía.
—Esta meta es nueva. Según la científica es la más pura que han visto nunca ¿y tu la vendes?. No me lo trago. Dime quien te la pasa.

Jesse cambió su sonrisa por un ceño fruncido.
—Tía, si quieres entrarme, no deberías ser tan agresiva.

Gruñí con frustración y cogí la droga.
—Que te follen, Pinkman.
Salí de aquella pocilga.

Rosa y yo habíamos estado muy metidas en el caso del "cristal azul". Esa meta era muy rara y tan poco común como el instinto paternal de Frank. No supimos nada del cristal azul durante meses, Jesse Pinkman es la primera noticia que tengo sobre el caso.

Había terminado mi turno, pero volví a la comisaría, sabía que a Rosa le quedaban todavía dos horas, así que podía contarle lo que había descubierto.

—Vi como este tío le pasaba esta bolsita a una yonqui.
Le pasé a Rosa una foto de Jesse y la droga que le había quitado a Frank.

—Vale, ¿Dónde está el chaval?.
Rosa sonrió mientras recogía las pruebas.

—Se me escapó. Perdona.
Bajé la cabeza.

—Vamos a por él, ¿no?.
Rosa seguía sonriendo mientras cogía su chaqueta.

—Creo que sería mejor que lo pensáramos.
Sonreí.
—¿Y si le seguimos para ver quien le pasa la droga?.

—Si, tienes razón, deberíamos...

Rosa no pudo terminar la frase, Jake le interrumpió.

—Bee, prepárate.
Jake llegó sonriendo y me lanzó unas llaves, cosa que atrapé al instante.
—Voy a enseñarte a conducir.

Sonreí tanto como lo estaba haciendo Jake.

—Pero con el coche de Charles.
Jake se rascó el cuello.
—No quiero que te cargues el mío.

—Eso explica esto.
Hablé mientras enseñaba el llavero de Taylor Swift que llevaban las llaves.

—Se lo compré yo, ¿a que mola?.
Jake sonrió.

Life Warriors • Jake Peralta Where stories live. Discover now