Realidades

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Ninguno de nosotros estaba preparado para decir adiós a Hermes. En nuestras mentes, no estaba que él quisiera abandonar la lucha o dejar de ser un cincuenta. Sin embargo, cuando lo dijo, lo acatamos, respetamos y ayudamos a hacerlo.

Nuestra entrada a Grecia aquella mañana, fue en medio de bromas y sugerencias de lo que haríamos con nuestro tiempo libre. A quienes estuvimos al frente de la operación que le dio libertad a Vryzas, nos darían tiempo libre.

Aún no nos dicen cuanto, pero tengo claro lo que haré apenas pise libertad.

—Tú deberías ir al médico, hacerte un lavado, una limpia o sacrificar un par de gallinas.

Sugiere Nikolái al verme salir del baño en donde vacíe todo lo que comí en Moscú hace unas horas. Lo que como es expulsado de mi cuerpo, algunas veces a minutos de consumir, otras horas después. Mi apetito ha sufrido ciertos cambios, desde que quise comer toda la comida asiática que tropezaba.

Parte de nuestro trabajo fue en allí, Vryzas quiso obsequiarme que su última orden como líder directo fuera un trabajo en el territorio de mis ancestros. Quise de gustar su gastronomía, pero en los últimos meses me salió caro la decisión.

—Nikolái tiene razón —me dice Stan al pasar por mi lado y detenerse —es normal ese apetito en ti, pero no que vomites como mujer preñada.

Recojo el morral sin hacer comentarios, en Stan es obvio que es por preocupación y hasta en Nikolái, en los demás, es solo las ganas de fastidiar.

—Iré en cuanto pueda —respondo al notar que espera por respuesta.

Busco el móvil para darle la sorpresa a Lissa, no pude cumplir la promesa de llamarla. Mi llegada a Grecia fue para subir a otro avión rumbo a Asia y en los días que siguieron por cuestiones de seguridad, se nos ordenó apagarlo hasta no regresar.

—No tiene baterías o de plano se murió —menciono en vos alta.

—¿Necesitas una llamada? —me pregunta Nikolái.

—Viajaré esta misma noche, no es necesario —respondo guardando el móvil e ingresando al jeep.

—¿Cuándo la conoceremos? —sonrío sin decir nada.

Primero debo hablar con ella y hablar de nuestros planes. Ella hablaba de querer empezar de cero en otro estado, lo mismo sería en otro país. No he hablado con Vryzas, pero sé que no se negara si le pido estar con él.

Hace seis meses, yo me había ganado el puesto para quedarme dentro de los que custodiaban su hogar. Boris me pidió un cambio con él, por sentirse cansado, pero en el fondo lo pedía para organizar lo de su matrimonio.

Bromeaba diciendo que nuestras mujeres serían amigas e insistía en conocer a la mujer que me traía soñando, despierto todo el tiempo. Con Boris era fácil hablar de ella o de cualquier otra cosa, sin ser pretendido por interesarme en una desconocida o querer a alguien por una noche de sexo.

No fue sexo, ella me enseñó la enorme diferencia que existía entre una y otra. Algo que no podía confesar a hombres que se mofaban del amor y lo débil que este hacia los demás.

—No te preocupes, tu secreto con la dama misteriosa está a salvo —lo escucho decir al saltar a la lancha luego de llegar al puerto —espero hayas sabido escogerla.

En grupo de seis nos dividimos en las lanchas y cada uno ocupa el puesto correspondiente. En algún momento del recorrido todo empieza a tornarse extraño rumbo a Persépolis.

—¿Qué sucede con la radio? —pregunta Carlo desde la segunda la lancha.

—Los móviles tampoco responden —comenta Vladímir desde la tercera.

Akim (Saga Angeles  y Demonios #4)Where stories live. Discover now