8- Tú también

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Benjamín:

—¡Amaris!

Parecía estar sufriendo dolores de cabeza, y de un momento a otro se desmaya.

—¿¡Qué le pasó!? —dice Luciana, desesperada.
—Amm, se desmayó, ¿no lo ves? —responde Hernán, sarcásticamente.
—¿¡Podrías callarte!? Si solo te quedarás ahí flotando, ¿¡por qué mejor no te vas!?
—Ok ok, resuelvan su problemita.

Dice y se va volando. Mis ojos no me engañaron, vi que él tenía otro cristal igual al de Amaris y al mío, pero no es tiempo de preguntar sobre eso. Lo mejor ahora será llevar a Amaris hasta su casa.

—¿Sabes en dónde vive? —le pregunto a Luciana.
—Ah, sí, pero creo que tardaremos en llegar, no sé exactamente dónde estamos.

Es verdad. Cuando huía pensaba ir al pueblo, pero terminé desviándome cuando me caí.

—Iré a ver por arriba. —Intento saltar hacia los árboles, pero no lo logro—. Mierda, no puedo saltar.
—¿No puedes? ¿Por qué? —pregunta.
—Mi magia desapareció.
—¿Tú también? —sorprendida.
—¿Cómo? ¿Acaso a ustedes también les pasa?
—Eh, bueno, sí.

... Vaya.

—... ¿Crees que estemos relacionados entre sí? —digo.
—Benjamín, no quiero hablar de eso, mejor concentremos en llevar a Amaris hasta su casa.
—Tienes razón.

Veo que la herida de Amaris desprende sangre. Tomo un pañuelo que tenía y lo ato en la herida. La cargo y nos vamos caminando.
El camino se hace incómodo, Luciana no dice ni una palabra, se ve que aún está enojada.

—No debí ponerme así —comenta Luciana, en medio del silencio.
—Creo que fue compresible...
—Tal vez, pero tenía que haberme calmado y pedir que me lo explicara con calma... Oye, ¿ahora puedes saltar? Es para que lleguemos más rápido.
—¿Y tú?
—Mi lazo es suficiente.

Aquel lazo luminoso me resultaba curioso, pero me guardaré las preguntas para otra ocasión. Observo que aún carga aquel libro que Amaris dijo que encontraron en el templo.

—¿Qué harás con ese libro?
—Aún no lo sé. Lo voy a dejar con Amaris. No sé qué podría hacer yo.

Termina de hablar y lanza su lazo para irse. Por suerte, mi magia volvió y logro seguirle el paso.

(...)

Unos minutos después llegamos a la casa.

—Mira, vamos por el balcón —dice Luciana. Sube hacia él con su lazo y abre las puertas.

Hago lo mismo, y bueno... lo primero que me encuentro es a esa zarigüeya, gruñéndome.

—¡Ah! ¡Adoris!— dice Luciana—. ¡No vinimos a hacer nada!
—Bueno, estoy con Amaris en brazos, desmayada... claro que pensaría mal.

Intento ignorar la situación y camino hasta la cama de Amaris, y la dejo ahí.

—... No entiendo por qué a mi padre no le gustaba la casa, yo la veo en buen estado— confundida.
—¿Disculpa?
—Ah, no es nada. —Se percata de un mensaje en su celular—...
—¿Ocurre algo?
—Es mi padre. Dice que vuelva a casa.
—... Bueno, ¿sabes si Amaris tiene algún botiquín de primeros auxilios?—pregunto.
—Mmm... creo que mi madre le envío uno entre todas esas cosas, pero no sé en dónde puede estar —Luciana deja el libro de lado, abre un cajón cualquiera y encuentra el botiquín—. Ah.
—Gracias —digo mientras tomo el botiquín—... Pienso curar la herida en su mano, por si te lo preguntabas.
—...
—¿No tenías que irte?
—La verdad es que no confío en dejarte a solas con ella.
—¿Crees que la voy a matar o algo así?
—Tus palabras no hacen que me quede más tranquila —seria.

El Resplandor de la MagiaUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum