KNY Fanfic

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CARGANDO...

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Según los recuerdos que guardas desde que tienes uso de razón, tu rutina siempre comenzó antes del alba.

Te levantas a las cinco y media de la mañana acompañada por el silencio común ocupando en su totalidad de la enorme mansión a la que tú toda tu vida tuviste el derecho de llamar hogar, siendo atravesado por el incómodo sonido de tu alarma mañanera intentando despertarte para que te pongas en pié.

Inútil considerando que todos los días abres los ojos antes de darle la oportunidad.

La ama de llaves dejó lista tu ropa desde el día anterior, no debes buscarla antes de ir a tomar una ducha y permitir que las damas de la limpieza hagan su trabajo al sacudir y tender tu cama. Tu tiempo en el baño nunca toma más de quince minutos perfectamente sincronizados a reloj en los que tomas un baño de diez minutos y te secas el pelo los otros cinco, saliendo para encontrar todo perfectamente organizado. Como si nadie hubiese vivido ahí nunca.

Jamás remodelaste la habitación a tu gusto y son escasas las veces que tus cosas se notan esparcidas por el lugar, así que no es nada fuera de lo común. En vente minutos te vistes con el uniforme del colegio privado al que asistes con otros adolescentes de tu clase social siempre mantenido tanto la camisa como la falda bien planchadas, los tacos bajos negros brillantes y el saco gris perfectamente libre de pelusas indeseadas, ajustando la corbata para que quede lo más pulcra posible.

El cabello siempre es igual, después de todo la norma dicta que nunca cambie. Para las damas suelto y arreglado, una diadema negra o media cola opconal como adorno simple mientras los chicos deben conformarse llenándolo de gomina para mantenerlo hacia atrás o de costado, pero sin un solo pelo fuera de lugar. Todo maquillaje siempre debe ser natural, no está prohibido, pero nada más que un brillo y tal vez un poco de máscara de pestañas.

Pecas al usar un poco todos los días antes de salir.

A las seis en punto sales de tu cuarto y te diriges al pasillo, encontrándote a tu hermana pequeña justo a tiempo en la unión de las escaleras dobles. Ella te lanza una mirada apreciativa mientras caminan hacia la otra, al tenerse de frente se saludan dandose un pequeño abrazo frío antes de bajar las escaleras a la par.

En tu cabeza no hay nada más que ruido blanco, siempre molestando de fondo como un canal televisivo en el que solo se escucha estática. Tus pies enfundados en largas calcetas blancas cumplen con lo que ya acostumbran desde hace doce años, colocándote en un asiento pulcramente acomodado frente a tu familiar.

La comida no tarda ni cinco segundos, todo está listo desde que bajan las escaleras. Ambas son servidas y desayunan en mutismo absoluto, perdidas dentro de sus propias mentes. Ya no hay tensión, pasaron tanto tiempo haciendo exactamente lo mismo que el ambiente incómodo se transformó en silencio neutral.

Las dos terminan al mismo tiempo limpiando sus bocas con servilletas y poniéndose de pié para dirigirse de nuevo junto a la otra en dirección a su salida. Antes de irse una mujer en uniforme les entrega sus maletines a ambas, deseándoles un buen día con una reverencia de cuarenta y cinco grados.

En el frente las espera su chofer, abriendo la puerta del Cadillac negro para tí. Entras con cuidado mientras el chófer cierra y le abre a la joven del otro lado, ella solo espera pacientemente hasta que está contigo en el espacio considerablemente grande. La ves sacar sus audífonos y te quedas observándola en silencio mientras se los coloca cuidadosamente, recostando su cabeza en tu brazo mientras mira por la ventana.

El Vertedero De SugarWhere stories live. Discover now