Reapertale Fanfic

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Al terminar con las labores que su madre le había impuesto, la doncella de larga cabellera negra tomó su lira y se recluyó en el gineceo, tocando bellas melodías en espera a que la mayor arribase en su hogar.

Había sido un día muy tranquilo, las tareas que su progenitora le había dado antes de partir en dirección al pueblo fueron pocas, logrando terminarlas antes de que Helios diera paso a Selene en el manto nocturno.

Por la ventana veía el atardecer con estupor, hipnotizada ante la belleza de los tonos rosaceos que el cielo tomaba para despedirse del sol y abrir paso a las estrellas que guiaban a su hermana la luna. Sus dedos se movían con calma y maestría, rozando las yemas de los mismos contra las desgastadas cuerdas de la lira con marco de oro, regalo de la diosa de la sabiduría en su cumpleaños número cuatro.

Ya llevaba tanto tiempo tocando ese maravilloso instrumento que fácilmente podía hacerlo sin tener la necesidad de mirar, para ella era como hilar o tratar la lana, dejar que sus manos se movieran por cuenta propia para realizar el trabajo que llevaba años perfeccionando.

Tan distraída estaba con su amada lira que no escuchó el momento en el que su madre llegó, con una canasta llena de nuevas telas y lana que tratar. Desafinó de forma estruendosa al escuchar su nombre en ese inconfundible tono de voz, que la llamaba seguramente para entregarle las telas que le había pedido con anticipación.

Con calma se levantó de su asiento para salir del Gineceo, bajando las largas escaleras y cruzando la habitación hasta pararse en el umbral, cara a cara con la mujer cabra ya un poco mayor. Ella le sonrió con una enorme dulzura para acariciar con delicadeza los largos cabellos negros de su dulce hija, mirándola con gran cariño.

-Hija mía, he comprado unas telas nuevas para terminar una colcha que utilizarás este invierno, ya que parece venir más temprano y con más frío que los de otros años.- tomó asiento en una silla y procedió a sacar unos cuantos rollos de tela gruesa y blanca de la canasta que suele utilizar cuando se ve obligada a ir al mercado y conseguir lo que no tienen en casa; la joven de cabello negro sonrió agradecida.

-Muchas gracias, madre. Le agradezco mucho- pronunció, acercándose a la mesa para tomar la orilla de una de las telas y así frotarla entre sus dedos, sintiendo la suavidad del algodón. -Igual, no se hubiera molestado; tengo muy buen aguante sobre el frío, podría soportar un invierno más-.

-¡No digas esas cosas, Tori! Siempre es bueno cuidarse del frío, en especial a tu edad. Y sabes bien que no es una molestia, papá gana suficiente como para que podamos vivir cómodamente hija mía- la mayor tomó la canasta y sacó un par de rollos de algodón para colocarla en los brazos de su hija, aún sonriendo -por favor, deja la canasta en el gineceo mientras yo voy por la colcha. Terminaremos de coserla juntas, ¿Te parece?-.

La de tez blanca observó la canasta en sus manos, sonrió a su madre asintiendo dos veces con la cabeza para luego subir por las escaleras. Toriel miró como su hija doblaba la esquina y suspiró, repasando la lista mental de quehaceres a completar que le quedaban; sintió alivio al darse cuenta de que su dulce pequeña ya había terminado todas las labores de la casa, sonrió y con calma fue a su habitación para recoger la gran colcha de textura suave, casi totalmente terminada.

Bajó las escaleras, notando como la menor ya se encontraba en el umbral de la puerta que llevaba al patio. Ella le sonrió con nervios, afirmando sus dedos en la tela para señalar la puerta abierta -Madre, ¿Podemos terminar de coser afuera? Hay una noche muy bella y no hace tanto frío, ¡Por favor!- la mujer cabra cerro los ojos por un momento, como si estuviera pensando la respuesta.

-Esta bien, hija. Terminaremos la manta afuera pero primero quiero que subas por tu manto, podría refrescar y no quiero que te enfermes-. La menor le sonrió ampliamente para correr en dirección a su cuarto entre risas y pequeños saltos. Volvió en cuestión de minutos con un pequeño manto de lana sobre sus hombros y otro más grande en sus manos, que colocó sobre los hombros de su madre.

El Vertedero De SugarWhere stories live. Discover now