Capítulo 20: Arcadia

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La mala suerte había sido una constante en la vida de Perseo desde el momento en el que el nombre de su novio apareció en el listado de presas para la ascensión, primordialmente porque el cazador que tendría que perseguirlo hasta la muerte sería él. Ese momento había marcado un antes y un después, y cada una de las cosas que sucedieron de ahí en adelante lo habían cambiado de forma tan presurosa que los estragos que causaron en el proceso no se repararían tan fácil. Perseo había adquirido en tan poco tiempo una concepción muy afilada sobre a quien le daba importancia en su vida y de quien se tenía que deshacer sin piedad, algo que jamás habría tenido la necesidad de poner en práctica en la aldea puesto que siempre trataba de evitar a cualquiera que no fuera Prometeo o Persephone.

Ahora existía alguien más que entraba en ese circulo de personas que merecían su plena confianza. Curie se lo había ganado a pulso, sin titubear, y podría jurar que estaban destinados a encontrarse en esa ascensión o de otro modo ya estarían muertos. Apolo, mientras tanto, el mas nuevo de sus compañeros de supervivencia, recién se les unía y conocía muy poco de él en realidad, por lo que dar un veredicto en esos momentos de cómo se sentía con su presencia sería algo arriesgado. Eso sí, era un chico agradable y parecía honesto, lo que le daba muchos puntos, así que Perseo decidió que podía depositar un poco de su confianza en él esperando que, con suerte, en un futuro cercano, tuviesen la oportunidad de conocerse más a fondo y volverse buenos amigos sin tener que pasar por eventos traumatizantes que atentaran con sus vidas.

Curiosamente, entre tanto cambio radical, aún permanecía intacto algo que no había cambiado en lo más mínimo en Perseo, ni siquiera después de todas esas calamidades que le habían sucedido, y era que seguía convirtiéndose en el mismo chico desinhibido y sentimental cada vez que algo trataba de Prometeo.

Fue después de una oteada fugaz al paisaje que sus ojos advirtieron un par de figuras humanas mirándolo desde lo alto de una cuesta, poniendo alerta todos sus sentidos. En el momento en que una de esas figuras comenzó a correr pendiente abajo, gritando su nombre y tratando de no tropezar en alguna raíz para no romperse la cara, las lágrimas comenzaron a acumularse en sus pestañas, se ablandaron sus facciones y se transformó en un blandengue lleno de ilusión.

Había encontrado a su chico; a su amado Prometeo.

Con una voz llena de renovadas energías le gritó que esperara por él, que era peligroso y que podía resbalar, pero Prometeo no parecía querer hacerle caso porque seguía corriendo tan rápido como nunca antes lo había visto hacerlo.

Solo les llevó unos segundos volver a estar uno cerca del otro, y cuando finalmente se encontraron, las fuerzas de Perseo no bastaron para darle ese abrazo tan apretado que venía deseando darle desde hacía mucho rato.

—¡Estás bien! Dios mío, ¡estás bien! —Perseo lo examinó de pies a cabeza. Sus manos recorrieron su rostro, sus hombros, su pecho, sus brazos, luego volvió a su cabeza y volvió a abrazarle—. Estás bien—Perseo comenzó a llorar—. Estoy tan feliz de que estés con vida.

Se deshizo en sus brazos, sus piernas flaquearon y se doblegaron sin la más mínima oposición, cayendo de rodillas. El mundo desapareció por unos instantes a su alrededor, todo se insonorizó, y cuando Prometeo se acuclilló junto a él para sostenerlo todo volvió a ocupar su sitio lentamente.

—Tenía tanto miedo. —Perseo tomó su rostro entre sus manos y le apartó unos cuantos mechones que se habían deslizado sobre sus mejillas. Lo besó, y sintió que la vida le volvía poco a poco al cuerpo.

Besó su frente, sus mejillas, sus manos... Sentía que no se saciaba y necesitaba más. Se mantuvieron abrazados por largo rato bajo la lluvia, hasta que Curie y Apolo les alcanzaron. Ellos se limitaron a darles su espacio y a verlos amarse. Haber encontrado a Prometeo era un regalo caído del cielo.

Prometeo (la ascensión) - Libro #1Where stories live. Discover now