Capítulo 4: Curie

28 5 0
                                    

Perseo se detenía cada tanto a otear el paisaje. No tanto por el hecho de querer contemplar la maravilla natural que aquello constituía, sino porque, en caso de que Prometeo estuviera cerca, no quería pasarlo por alto. De todos modos, tenía que admitir que todo aquello le parecía algo por lo cual maravillarse. Jamás se había alejado tanto de la aldea, ni siquiera en las salidas de entrenamiento, por lo que todo aquel lugar le resultaba nuevo y desconocido.

Tal vez eso de culparse por no haber acordado con Prometeo un sitio donde poder verse no era algo muy relevante. Ninguno de los dos conocía lo suficiente ese bosque como para decir a ciencia cierta que había un lugar realmente seguro. No obstante, el reproche constante de no haber hablado con él sobre su plan le carcomía lentamente por dentro. Tal vez muchos problemas de los que estaban por venir se podrían haber evitado de haberlo hecho.

Deslizando sus ojos por todo lo que lo rodeaba, se encontró con poco para resaltar: árboles, maleza y ahora un poco de cielo azul. Parecía que comenzaría a despejarse, y eso era algo malo.

El corazón se le desinfló más cuando, a pesar de echar un largo vistazo, no se encontró a Prometeo.

Eso le preocupaba, en parte, pero el hecho de tampoco encontrar su cuerpo en todo lo que llevaba de camino también le daba esperanzas. Podía significar que él se encontraba bien, y primordialmente, vivo.

Sus sentidos se pusieron alerta cuando comenzó a escuchar a la hojarasca crujir. Sonaba a pisadas ágiles y rápidas. Algo se aproximaba corriendo en su dirección. Primero pensó que se podía tratar de un Purgador, pero no se demoró mucho en aquella suposición al recordar que ellos no corrían; flotaban en una especie de humareda negra que los rodeaba y les daba ese tono espectral tan característico y aterrador. Ellos no daban pisadas, ellos desgarraban todo lo que se interponía en su camino. Tal vez era un animal, u otro cazador, o tal vez una presa. En todo caso, se mantuvo alerta con su mano puesta sobre el mango de uno de los cuchillos que cargaba consigo.

De un arbusto frente a él apareció un chico que tropezó y rodó estrepitosamente por el suelo hasta quedar de bruces a sus pies.

Perseo desenvainó su cuchillo sin pensarlo demasiado y lo empuñó, listo para atravesar a quien fuera que supusiera un peligro. Sin embargo, sus ojos enfocaron un rostro que reconoció rápidamente.

Dejó escapar un holgado y tranquilizador suspiro.

Era Apolo. Se trataba de una presa. Perseo lo supuso porque iba desarmado y tenía cara de estar huyendo, no de estar persiguiendo a alguien en particular.

Cuando el chico lo vio a la cara palideció. Comenzó a retroceder dando patadas que se resbalaban en el fango y arrastrándose con sus manos.

—No, no... no—se apresuró Perseo a calmarlo—. No voy a hacerte daño.

Dio un paso atrás, intentando hacerle saber que no corría peligro. Apolo se quedó quieto, pero aún alerta. Pudo advertir como sus ojos iban de su rostro a su cuchillo y nuevamente a su rostro, por lo que Perseo volvió a retroceder, guardando su filosa arma de regreso en su sitio. Comprendió que para que sus palabras tuvieran validez, su arma debía de regresar a un lugar donde no representara una amenaza.

Tal vez Apolo podía tener información de la persona a la que buscaba. Cabía la pequeña posibilidad de que él hubiese visto a Prometeo, aunque fuese huyendo, o en el peor de los escenarios, muriendo. Cualquiera que fuera el caso, si él sabía algo necesitaba que se lo dijese.

—¿Quién es tu cazador? —le interrogó.

Apolo retrocedió un poco antes de responder hasta que su espalda se topó con un frondoso pino.

Prometeo (la ascensión) - Libro #1Where stories live. Discover now