Capítulo 12: Patroclo

14 1 0
                                    

La noche estaba por caer y tenían que acampar. Perseo ya llevaba mucho rato en silencio, pensativo. El sonido de sus zapatos chapoteando el agua encharcada en sus calcetines comenzaba a sacarlo de quicio.

En su cabeza daba vueltas la cara de Galileo deformada en trozos de carne desgarrados por un disparo a quemarropa, aquel helicóptero sobrevolando el cielo y, además, no podía dejar de pensar en las palabras escritas en él: Aquiles Corp.

Curie caminaba a su lado sin decir una palabra. Se notaba que el cansancio comenzaba a pasarle factura. Su paso cansino y sus constantes suspiros eran la prueba de que ya no podía más.

Llegaron al borde de otro acantilado. Una cascada más alta que la anterior se precipitaba delante de ellos hasta unas rocas que parecían muy peligrosas. Curie se sentó sobre unas piedras desgastadas, exhausta. Bebió un poco de agua y se frotó el cuello. Torció la cara cuando tocó su brazo lastimado para comprobar que todo estuviera bien, por lo que decidió dejarlo como estaba y no investigar más.

Al verla en ese estado Perseo sintió un poco de pena. No pudo evitar pensar en que habría sido de ella si la hubiese dejado ahí sola con el Purgador. Tal vez se las habría ingeniado para huir, o tal vez habría muerto devorada por él.

—Descansaremos—dijo Perseo.

Curie giró su cabeza para verlo. El sol naranja les bañaba la cara y Perseo tuvo que usar su mano como visera para taparse los ojos.

—Puedo seguir—afirmó ella espantándose una polilla del rostro.

—No. Es momento de descansar. Pronto dejará de haber luz. Además, la temperatura está descendiendo.

—¿Cómo piensas bajar? La cascada es más alta.

Perseo se sentó a su lado a mirar el paisaje. Las montañas a lo lejos ya habían adquirido un tono obscuro.

El cielo, naranja y púrpura, se miraba más inmenso de lo habitual.

Paseando la vista por su alrededor descubrió una pendiente que podría serles útil. Se acercó más a la orilla y comprobó que llegaba hasta el fondo del acantilado.

—¡Mira, podemos hacerlo por ahí!

Curie se acercó a ver.

—Mientras no resbalemos, todo estará bien, supongo—agregó Prometeo.

A Curie se le dibujó una mueca de incredulidad en el rostro.

—¡Oh, vamos! —se quejó Perseo—. No parece tan peligroso.

—¡Allá! —exclamó ella, señalando hacia abajo.

Perseo dirigió su mirada hacia donde el dedo de Curie apuntaba, y, al fondo y más adelante, se encontró con lo que parecía ser una cabaña.

—Santos Purgadores...

Su voz estaba llena de asombro y alivio. En efecto, era una cabaña.

Acabó por comprobarlo cuando finalmente estuvieron en el fondo del acantilado. Desde abajo se advertía que la caída era más imponente. Habría sido una verdadera estupidez siquiera pensar en poder saltarlo, por lo que dedujo que Prometeo habría hecho lo mismo que ellos.

Solo para estar seguro inspeccionó los alrededores, pero no encontró rastro alguno de él. Eso lo hizo sentir mejor de algún modo, pero cuando Curie pintó la posibilidad de que su cuerpo hubiese sido arrastrado corriente abajo la zozobra regresó. Ella se disculpó por eso, pero de todos modos tenía razón. No obstante, albergaba la esperanza de que su chico hubiese utilizado aquel método menos peligroso para bajar; confiaba en lo inteligente y observador que Prometeo era.

Prometeo (la ascensión) - Libro #1Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin