Capítulo 15: Leónidas

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Estaba tan molesto que la única razón por la que logró dormir fue porque el cansancio era indigerible. Lo que consiguió no fue un descanso reparador, sino un estado de conciencia soporosa. Era demasiada frustración que se presentaba como dolor en cada músculo de su cuerpo. Si en algún momento sus pensamientos se habían apagado del todo, no lo recordaba.

El tiempo transcurría en un continuo e interminable bucle en su cabeza. Cada intento de reponer fuerzas se sentía como un parpadeo. Su mente vagaba entre un sueño lúcido y la realidad, lo que solo le resultaba más agotador.

El ruido de una explosión lejana lo sacó de su décimo intento de sueño, más ligero que una pluma y más incómodo que el mismísimo suelo en el que se encontraba tendido. Tenía entumecidos los pies, las muñecas le dolían, y las sogas que lo apresaban estaban atadas con demasiada tensión.

Gorgón se retorció a su lado, gruñendo quejas por el ruido. Él sí parecía haber dormido y conseguido un sueño más profundo que el suyo hasta ese momento.

Sus ojos tardaron en habituarse a la ondulante luz de las antorchas. Se encontró a Hera sentada. Ella se miraba más alerta y menos cansada. Estaba murmurando algo que Prometeo no alcanzaba a entender, el ruido que hacía Gorgón con sus quejas lo volvía más difícil.

Intentó sentarse, pero apenas y pudo darse la vuelta, y en el proceso Gorgón se llevó una patada en las costillas.

—¡Maldita sea contigo! —le reprochó él torciendo la cara. Prometeo no era tan hábil como podría haber creído al estar atado, pero no iba a utilizar su inexperiencia para disculparse con Gorgón. De hecho, no se habría disculpado de ningún modo.

—El cielo está ardiendo—susurró Hera de pronto con una voz más alta y clara.

Prometeo comenzó a arrastrarse hasta que se topó con una pared y volvió a intentar sentarse. Parecía una oruga convulsionando.

Cuando por fin lo logró se sintió victorioso.

Su regocijo le duró poco al enterarse que Gorgón lo miraba con una sonrisa socarrona y gesticulando en silencio la palabra "inútil".

Prometeo quiso patearlo de nuevo, pero decidió concentrarse en otra cosa antes de intentar algo en lo cual podría también fallar y darle más razones a Gorgón para fastidiarlo.

—¿Estás bien? —le preguntó Prometeo a Hera.

Ella volvió a verle y, soltando un largo suspiro, le sonrió.

—Sí. ¿Y tú?

—Siento adormecido el trasero.

—Eres un inútil—le acusó Gorgón—. No era tanto tranquilizante.

Prometeo intentó ignorarlo.

—Mira. —Hera le hizo una seña con su mentón.

Alzó la mirada al cielo y ahí se encontró con la inmensa negrura del espacio, las estrellas y un tinte rojizo pintándose sobre las copas de los árboles.

—¿Está amaneciendo?

—No seas estúpido. —Gorgón giró su cuello de un lado al otro, haciendo sus vértebras cervicales crujir; luego soltó un escupitajo que aterrizó cerca de una de las antorchas—. El sol no sale aún. Solo pon atención, ahí está la constelación Leo.

—Es fuego—advirtió Hera.

—¿Un incendio? —dedujo Prometeo.

—Tal vez.

—Algo hizo explosión—anunció Gorgón—. Lo he escuchado hace un momento.

—Tal vez lo provocaste tú con tu lanzallamas—se quejó Prometeo.

Prometeo (la ascensión) - Libro #1Where stories live. Discover now