Capítulo 11: Gorgón

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En la aldea, Prometeo siempre buscaba formas de entretenerse cada vez que tenía tiempo libre. Adoraba pasar el día tonteando con Perseo, pero a veces tontear le parecía monótono. Esa era una de las razones por la cual visitaba otros sectores de trabajo en aquel intento de civilización encerrada entre muros. Eso también le había valido de la curiosa habilidad de hacer amigos. Ahora, caminando en medio del bosque mientras huía de los cazadores, caía en cuenta que la mayoría de esos amigos o habían quedado atrás en esa aldea o se habían convertido en presas como él.

Vaya ridiculez la que le parecía todo aquello.

Cuando el sol alcanzó el punto más alto en el cielo y cuando se por fin logró despegar la última costra de residuos de pegamento que había dejado la máscara en algunos mechones de cabello, sugirió a Hera que se detuvieran. La hora tenía que ser lo más cercanamente al medio día si es que acaso no estaba transcurriendo ya. Parar y descansar a la sombra de los árboles parecía justo y necesario. El calor hacía que Prometeo sintiera el cuerpo pegajoso y que se acercara cada tanto a beber agua a la orilla del río. Por suerte hidratarse no suponía un problema mientras se mantuvieran cerca de él. Lo que sí le parecía un inconveniente era que al ser una fuente inagotable de agua podían toparse con cualquier otro cazador que se acercara en busca de ella. Por eso ni uno ni otro bajaban la guardia incluso cuando se resguardaron del sol bajo un torcido árbol de manzanas cuyos frutos comenzaban a madurar.

De no ser porque su vida pendía de un hilo, aquello podría haber sido una caminata recreativa para Prometeo. Sin embargo, la imagen de Bohr lanzando su lanza con mucha precisión y atravesando a una persona se colaba en su mente cada tanto, lo que lo hacía regresar a la amarga realidad.

Intentaba distraerse un poco mirando el paisaje o escuchando atentamente los sonidos que aquel bosque producía, pero era casi imposible obviar el asunto.

Luego de descansar sus pies ayudó a Hera a encender una fogata y a pescar un par de peces regordetes que nadaban en un tramo poco profundo lleno de rocas. Mientras se cocinaban ensartados en un palo cerca del fuego, se tendió en la orilla sobre la grava y arenisca que el río bañaba suavemente a su paso. Dejó que la lenta corriente le acariciara la piel. El agua estaba fresca y le reponía las energías que le hacían falta. Cerró los ojos e intentó olvidarse del mundo por un instante. Sus orejas estaban sumergidas por completo, por lo que el susurro de los árboles siendo mecidos por la brisa y el canto de los pájaros se volvió un sórdido vaivén en sus tímpanos. No tardó demasiado en comenzar a divagar entre sus recuerdos, evocando a Perseo con tanta solidez que fue doloroso.

Era la primera nevada del año y se encontraba visitándolo en su casa. Alice se había encargado personalmente de asignarles esa cabaña cuando cumplieron catorce, y desde entonces Perseo cuidaba de ella y su hermana con una responsabilidad demasiado propia de un anciano.

A Prometeo le encantaba ir de visita, y desde que Perseo y él eran amigos aquel lugar se convirtió en su segundo hogar.

Persephone preparaba té y cuando estuvo listo les había llevado una taza a cada uno hasta la habitación. Perseo tenía un rato trabajando en los remiendos de un suéter que Prometeo había roto accidentalmente al resbalar en la entrada de los laboratorios. La prenda tenía un par de agujeros en los codos, justo donde él se había hecho un par de raspones.

Perseo se había ofrecido a curar las heridas en un principio cuando lo vio al llegar a casa y advirtió las pequeñas manchas de sangre en la ropa, pero su hermana lo había mandado a asearse porque iba embarrado de lodo por su trabajo en los huertos. No muy contento, tomó un baño rápido y regresó a su lado a ver a Persephone terminar de hacer lo suyo.

Luego de eso parecía intranquilo. Él quería ayudar de algún modo, por lo que se había dado en la tarea de remendar los agujeros en las mangas. Mientras, Prometeo esperaba enrollado en una sábana sobre su cama, mirándolo trabajar. Y pensaba; pensaba en lo curioso que era el destino al haberlos juntado, en que ese chico que zurcía su suéter era la persona más importante en su vida y en lo mucho que le encantaba. Para ese entonces apenas tenían un par de meses de ser formalmente novios, por lo que aún no se acostumbraba al hecho de actuar como tal, aunque fuese dentro de aquellas cuatro paredes, escondidos del mundo y en un secreto acogedor que intentaba obviar el miedo de lo peligroso que podía ser aquello.

Prometeo (la ascensión) - Libro #1Where stories live. Discover now