Capítulo 6: Persephone

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Perseo ayudó a Curie a caminar, echando uno de sus brazos sobre su hombro hasta que ella pudo sostenerse de pie por su cuenta. Luego de un rato de lento y silencioso avance llegaron hasta un arroyo donde decidieron detenerse un momento en sus orillas para estar más seguros en caso de que otro Purgador se presentase. La herida en su frente ya había formado una costra y no sangraba más, sin embargo, el corte en el brazo de la chica era profundo y necesitaba suturas.

La manga de la camisa de Curie estaba rasgada, por lo que Perseo terminó de arrancarla para hacerle un vendaje. No era el mejor de todos, pero de algo serviría.

Enjuagó sus manos en el arroyo y comenzó a frotarlas para sacarse la sangre de encima. El olor ferroso que despedía comenzaba a provocarle náuseas.

El recuerdo repentino de todas las veces en las que le tocó tallarse las manos luego de cazar conejos con Alice le asaltó la mente. Pensar en ella solo hacía que la boca se le pusiera amarga y se le desinflara el corazón un poco más.

Se sentía traicionado. No lograba entender cómo en esa desgracia tan grande alguien como Alice lo había abandonado. Los porqués inundaban cada uno de sus pensamientos y ninguno de ellos tenía respuesta. Él la consideraba como alguien de su familia, confiaba plenamente en ella, y todo lo que había obtenido por creer ciegamente en que aquello era recíproco, era a Prometeo corriendo peligro.

Torció su semblante en una mueca de enojo.

Respiró hondo, agitó la cabeza para despojarse de tanto parloteo mental y prosiguió a quitarse la costra de sangre que se habían formado debajo de sus uñas.

—¿Por qué lo haces? —preguntó Curie de pronto, recostada en el tronco de un árbol.

Perseo volvió a verla, desconcertado.

—¿El qué?

—¿Por qué simplemente no me matas y me reclamas como premio?

Ella también era una presa. Perseo no supo qué responder, así que volvió a lo suyo en el arroyo. 

Ella tenía razón. Podría solo matarla y seguir, pero en el fondo era consciente de que ese no era su objetivo. Además, si lo hacía, Prometeo no se lo perdonaría. Una cosa era defenderse, otra era matar por mero placer. ¿Con qué ojos podría verlo de nuevo cuando le confesara que por ambición había matado a una persona?

Sí. Una presa ajena sumaba más puntaje y por tanto más prestigio, pero eso significaba perder un poco del amor de Prometeo, y tenía la sensación de estar perdiendo demasiado en esos momentos como para arriesgarse a perder algo así de valioso.

—Perseo...

Escuchar su propio nombre con tono condescendiente fue irritante.

—No—masculló con tosquedad.

—No tengo que ser una carga para ti.

—Curie, cierra la boca.

—Hazlo.

—Cállate.

—No tienes que...

Perseo no lo soportó más y se abalanzó sobre ella.

—¡Ya cállate! —vociferó, sacudiéndola por los hombros—. ¡Solo necesito que guardes silencio!

—¡Entonces hazlo! —chilló ella.

Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Curie y de repente la vista se le emborronó a Perseo. ¿Por qué estaba llorando también?

La imagen fugaz de su hermana y de Prometeo sentados a la orilla de su cama hacía dos semanas, cuando todo estaba bien, se estampó por todo su cerebro y de pronto sus ojos fueron nubes y lluvia.

Prometeo (la ascensión) - Libro #1Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang