Capítulo 18

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Capítulo 18

"Propósito de mi melancólica vida y Adrián"

Estuve un día más en la clínica antes de marcharme lejos de esas cuatro paredes blancas, Cristina me puso al corriente de lo que ocurrió en estos días en los que permanecía dormida sin nada de qué preocuparme, sin soñar en nada, una abrumadora oscuridad, sumergida en la soledad inmanente.

Abrí la puerta de mi casa, era miércoles por la mañana, hacía frío y apenas tenía una chaqueta vaquera de Marcos para protegerme de la nieve que bailaba hasta la sal esparcida por toda la calle. Solté un suspiro, contemplando mi aliento en el aire, entre sacudiendo mis zapatos en la alfombra, colgué la chaqueta en el perchero y bajé las escaleras hasta la cocina, todo estaba como lo había dejado antes de irme a la fiesta; el cargador en el cuenco de frutas ya podridas, junto a las gafas de sol de mi hermano que no veía hace días, incluso antes de la fiesta casi ni lo veía pasar por los pasillos de donde vivíamos.

-Alicia...-escuché su voz saliendo de las escaleras, su eco chocando con los cuadros de una familia feliz. Giré y lo encontré asustado pero tranquilo, quedé muda, contemplando su rostro mientras se acercaba temeroso hasta mí.

-¡!-no pude decir nada, tampoco reaccionar antes de tiempo, antes de su abrazo, de esos que te devuelven el alma al cuerpo, sentí como sus manos apretaban mi camiseta ya arrugada, escondiendo su rostro entre mi cabello y cuello, cerré mis ojos con fuerza y lo imité, quedándonos en un silencio fraternal, aferrado nuestros cuerpos contra el otro, no pasa mucho tiempo cuando logro escuchar unos gemidos a mi oído; estaba llorando.

-No vuelvas a hacerlo. – acaricia mi pelo a la vez que me susurra al oído, provocando escalofríos por toda mi espalda.

Dejo que el tiempo tarde lo que quiera, dejando que quede grabado por siempre este momento; mi hermano envolviéndome en sus brazos. Se forma un nudo en mi garganta, tragué saliva, a la vez que se separa de mi lentamente, se va sin sonrisa alguna en su rostro, sube las escaleras y a los pocos segundos escucho la puerta abrirse para después cerrarse.

Mis manos regresan a su casual frío, de pie acompañada del silencio llegué a pensar en todo lo que había pasado hasta ahora, las llamas en la fiesta, las lágrimas en las mejillas de Guillermo, la sonrisa de mi hermano, hasta en las pequeñas flores marchitadas del jardín.

Bajé las escaleras a toda prisa, entraría a mi habitación a por los cigarrillos escondidos entre los pesados libros del Don Quijote de la Mancha y La Odisea; al abrir la puerta voy directamente a la estantería de la esquina, donde tendría la cajetilla y el mechero en un pequeño baúl con notas y anillos de amistades que lo fueron en épocas de hipocresía y falsas sonrisas en fotos; ya con el cigarrillo entre mis labios, sujetando el mechero con mi mano, abro la ventana de mi habitación con fuerza, para sentarme en su marco.

La chispa del mechero sale disparada hacia la nicotina, suelto con un rugido el humo acumulado en mi boca, miré hacia el cielo nublado, allá, más lejos de las nubes, pude ver el día de mi muerte; sería cuando los pájaros dejasen de cantar, el sol dejara de alumbrar los pequeños rincones del mundo, sería cuando ellos dejaran de existir, que, al terminar el vuelo, mirase atrás y viera una tumba vacía de recuerdos y aventuras. Pero hasta ese entonces tengo tiempo de remediarlo, tratar de prolongar el tiempo, tan solo tendría que buscar, quizás en el rojo de sus labios y en el fondo de la taza de café a las cuatro de la tarde, o puede que la respuesta se esconda en esos rincones del mundo, donde ni el sol alumbrase ni los pájaros cantasen.

Alcé mi pierna y apoyé mi rostro sobre ella, al girarme vi toda mi habitación enrevesada, calcetines y camisetas formaban un nuevo tapiz sobre la madera, la almohada resbalada sobre la silla del escritorio lleno de papeles y envoltorios de comida, en aquel momento, solo en ese instante, me di cuenta de la melancolía de mi vida, de que se me acababa el tiempo con ellos.

She.Where stories live. Discover now