Capítulo 7

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Capítulo 7

Mamá y papá

Me levanté de mi cama, asustada por la alarma de mi móvil tirado en el suelo. Estiré mis brazos y apagué la alarma, enseguida deje sonar una de mis canciones favoritas de Carla Morrison, Te Regalo.

Salí de mi cama, cogí mi uniforme colgado del respaldar de la silla y fui al baño, a darme una ducha rápida y fría, para poder despertarme, dentro del baño vi las cicatrices en mis piernas, todavía dolían, estaba la sangre coagulada en pequeñas líneas dibujadas, caía agua sobre ellas, al salir me envolví en una toalla, acto seguido me vestí con el uniforme de educación física, me arrimé al espejo y con los polvos, tapé toda mi piel con maquillaje, cerrando la cajita, pinté mis labios de un rojo de aspecto natural, arreglé mi pelo y lo alcé con una coleta, vi las puntas abiertas, dos, cinco, siete, veinticinco... Vi más claro mi rostro bajo la luz penetrante, mis cejas disparejas, mis granos, las cicatrices, todo lo que siempre me había acomplejado, y no hablemos de mi cuerpo, nada por ninguna parte, y ya estaba en desarrollo hace dos años, definitivamente los genes han sido inútiles, no tengo el cuerpazo que tuvo mi mamá, y tampoco los rasgos de mi papá, que son tan definidos.

Salí del baño y recogí mi móvil y la mochila verde, al salir de la habitación vi a mi hermano subir las escaleras de dos en dos con nuestro gato detrás de él, desayunaría como yo, pan y leche, quizás un café caliente y un huevo frito si teníamos suerte.

Al llegar arriba, no había nadie, había seguido derecho, hacia más arriba, donde dormía papá, solté la mochila en la columna y saqué de la cocina, de las estanterías de madera, un vaso y un cruasán con mantequilla, al terminar de desayunar bajaba mi hermano con dinero para comprar algo de comer, la mitad para él y la otra para mí, porque nunca faltaba dinero para alimentarnos.

-¿Cómo está mamá?-pregunto moviendo la silla para sentarme.

Encoge los hombros, guardando el dinero en su bolsillo del pantalón.

No dije nada más, nuestra relación era extraña, vivíamos en la misma casa pero algunos días ni intercambiábamos unos saludos, un qué tal, como desconocidos, otras veces como enemigos o hermanos de verdad.

Pasados los treinta minutos, la buseta paró en la puerta de mi casa, apenas terminaba de desayunar, por lo que terminé de tomar la leche de un sorbo, cogí la sudadera doblada en la mesa y subí las escaleras tan rápido como mis piernas me permitían, mi hermano abría la puerta, metiéndome prisa.

-Joder macho, siempre tardas un huevo, ¡date prisa!

-Que sí, me estoy poniendo la sudadera...-acomodé mi pelo encima de la prenda azul y salí, cerrando las dos puertas fuertemente, al entrar a la buseta, saludé al conductor y me dispuse a escuchar el álbum de Tom Odell.


Enrollé los audífonos y los escondí en el bolsillo pequeño de mi mochila, no permitían los móviles, nada electrónico dentro de la institución, ya que nos distraía de la realidad.

-¡Ali!-me llamó Guillermo, a lo lejos, me saludó con la mano y lo respondí con una sonrisa, agitando mi mano.

-¿Qué tal?-pregunto acercándome a él, en la pista pequeña de fútbol, al lado de las clases, con los pasillos al aire libre.

-Marica, ¿estudiaste para el examen?-preguntó enseñándome un montón de papeles.

-¿Qué examen? ¿De qué hablas?-mordí mis labios y fruncí el ceño.

-Ay no marica, yo pensaba que usted sabía, es de química y biología, mira-me enseñó fórmulas para calcular la mole y varios ejemplos con definiciones.-le iba a preguntar si me podía explicar sobre el número de átomos, que como se calcula.

-No tío, lo siento, no he estudiado-sobé mi frente-joder...¿ahora qué hago?

-Pues a ver, estudie al menos algo-agitó sus manos y se acomodó el pelo, lo tenía lacio y encima de la frente, sus ojos verdes resaltaban en días lluviosos como estos, solo veías azul y agua hasta encontrar sus ojos.

Arrastré mis pies por las escaleras, siguiendo a Guillermo, sin escuchar su voz, solo pensando en las horas desperdiciadas llorando, hundida en la agonía, en la desesperación, el profesor avisó del examen hacia una semana, y solo me dediqué a llorar desconsolada en mi habitación, sin salir, solo a preparar unas galletas saladas con mantequilla y fuet con limón como merienda y cena.

Guillermo bufó y se giró a mirarme.

-¿Segura que está bien?-enrolló los papeles, mirándome fijamente.

-No hay de que preocuparse, estoy bien-sonreí y el dudo por un instante, antes de que dijera nada, hablé-de verdad, Eva también me lo preguntó ayer-reí-no hay de que preocuparse, que parecéis unos locos.-le di un puñetazo liso en el hombro y sonrió.

-Bueno, si lo dices...-saludó a los demás y nos sentamos a debatir sobre moles, números y apuntes mal escritos.

A la hora del examen pude concentrarme lo suficiente para responder a dos preguntas de diez, solo me desviaba de los enunciados, al recordar los gritos de mi mamá y a medida que pasaba el tiempo...30...me daba cuenta de algo...25...en lo que estaba sumergida desde mucho tiempo atrás, desde la primera cachetada de mi mamá...20...todas mis noches en vela, llorando, escribiendo en mis piernas con unas tijeras...15...se remontaban a una única cosa...10...porque el problema no eran los demás...5...el problema...0...era yo.

Sonó el timbre y al ver mi hoja en blanco, exasperé, al punto de pensar en romper la hoja y que llamaran a mis padres para que me recogieran, pero recordé, que no tenía padres dulces y bondadosos, tenía a un padre alcohólico y a una madre cáustica.

She.Where stories live. Discover now