Capítulo 1

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Hola, si eres nuevo en esta novela, te pongo al corriente: mi novela ,antes, era un poco basura sin narración y muy corta, por lo que empezaré a reescribirla.

Si vienes de la última actualización, muchas gracias por darme una segunda oportunidad!



Capítulo 1

La mirada perdida

La mañana era fría, sí, últimamente las mañanas eran espantosamente tristes, hundida en una rutina, agua fría por mi espalda, el suelo del baño, hielo, con tan solo una toalla empapada cubriéndome del clima tan triste que se respiraba.

Luego ir a por el desayuno de siempre, una taza de cacao con leche acompañado de gritos de mis padres en el piso de arriba, se escuchaba la vajilla romperse, sus voces maldiciendo y unos llantos incesantes, la buseta llegó, que me llevaría a mi instituto con uniforme, relojes caros y personas superficiales.

-Mamá, llegó la buseta, adiós.- me despedí de ella, sabiendo que no me iba a obtener una respuesta. Cogí mis llaves del cuenco en la mesa a la entrada de casa tras subir de dos en dos las escaleras del salón, abrí las dos puertas de madera y metal, entré a la buseta.

-Buenos días Alicia.-saludó el conductor mientras movía mi mochila a mis piernas.

-Buenos días, ¿qué tal?-pregunto sonriendo, mirando de reojo al chico que se sentaba a mi lado.

-Bien, bien.-responde arrancando la buseta nuevamente.

El trayecto casi siempre era aburrido, música nueva por la radio, chistes malos y los niños gritando, llorando en la parte trasera del vehículo y un sinfín de coches por delante nuestra por la carretera rota por los últimos sismos de estos días.

Al bajarme ya dentro del instituto, me despedí del conductor y caminé rápidamente por escaleras mojadas de lluvia hasta mis amigos, quienes estaban riendo como locos, como siempre lo hacían.

Estaban apoyados en una columna, sentados en círculo, haciendo deberes a última hora, como siempre lo hacían.

-¿Qué tal está la carempanada?-pregunta mi mejor amiga, escribiendo en el cuaderno, copiando un ejercicio de estadística.

-Tan bien como siempre ya lo sabes, Cristina.-mentí, como siempre lo hacía.

Al regresar del instituto bajé a por un bocadillo, a la cocina espaciosa y de mármol, encontré a mi gata estirándose en el suelo, al verme, maúlla y se acerca a saludarme.

-¿Qué tal Alicia?- pregunta mi tía-abuela apartando el crucigrama de enfrente de ella, se pone de pie y de acerca a darme dos besos en las mejillas, era una de sus consentidas, siempre lo había sido.

-Bien tía, aburrido como siempre.-respondo resoplando, alzó a mi gata, Lisa, ella se quejaba y la dejó en el piso, se quitó los mechones de pelos que había dejado en su camiseta blanca.

-No hagas eso, que te arrugas la cara.-responde arrugando la cara, tenía una piel suave sin importar sus décadas.-entonces, ¿qué quieres de merienda amor?-pregunta caminando hacia la cocina, sacudiendo su camiseta nuevamente, haciendo ruidos con sus chanclas azules.

-Lo que haya, da igual.-bajo la cremallera de mi uniforme y caigo sobre una de las sillas del comedor pequeño, enfrente mía hay un espejo decorando el comedor grande, de madera oscura.

Abro un cajón debajo de la mesa y saco mi Tablet para ver alguna película que se vea bien en Jenflix, ella, en la cocina abre los armarios pequeños empotrados contra la pared, se acerca por la pequeña ventana sin cristal que separa la cocina del comedor.

-Hay galletas saladas, ¿quieres que las unte con el queso que trajo su mamá?

-Claro, y si puedes, con agua por favor.- respondo apoyando mis pies descalzos en la silla de enfrente, la puerta a la terraza minúscula estaba abierta, vi volar algunos mosquitos, y mi gata, atenta, tratando de cazarlos, corriendo hacia la terraza, donde una construcción de un edificio frente a mi casa, martilla desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde, gritos de obreros y chiflidos a más de una chica guapa.

El cielo estaba despejado, tenía tantas dudas en mi cabeza, como si realmente quería de vuelta a Elías en mi vida, si quería pasar por el mismo infierno de hace dos años, por los rumores de los demás, de la presión que día a día recibía en aquel entonces.

Abrí la aplicación Jenflix, escogí una película, mi favorita; la vie est belle, un clásico apasionado, definitivamente una obra de arte pintada de dolor y felicidad, no aguanté las ganas de esperar hasta mi escena favorita y lo adelanté hasta el minuto 1:19:00, y en la pantalla, Roberto Benigni exclama a través del micrófono:

"¡Buenos días princesa, he soñado toda la noche contigo,

Íbamos al cine y tú llevabas aquel vestido rosa que me gusta tanto,

Solo pienso en ti princesa, pienso siempre en ti!"

Tras conversar con mi tía, terminé de ver la película en mi habitación, en el piso de abajo, donde tantas veces había reído con toda mi familia de fotos vergonzosas, vídeos llorando en Disneyland, haciendo caras y recordando con nostalgia aquellos días sin preocupaciones, antes de que explotara todo, antes de cerrar las puertas del negocio y los sueños que veíamos tan cerca, ahora estaban más lejos que antes.

Cerré la habitación con seguro y me acerqué a la ventana, la abrí, los ruidos de la construcción no cesaban, en el reloj marcaban las seis en punto, empezaba a oscurecer, como todos los días de todos los meses del año, la ciudad que tanto detestaba, , y en noches frescas, sentarme en el tejado del sauna y contemplar a lo lejos la bella luna, con estrellas opacas, escuchando a los grillos cuchichear y los pájaros quejarse, Madrid era una linda ciudad, con bellas personas por conocer.

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