Epílogo

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Nueve meses después...



14 de mayo de 2016

—Te lo advierto, Sara, si no sales ahora mismo descorreré la cortina, me estoy empezando a aburrir aquí fuera.

—¡Te he dicho que ya voy! Por favor, no entres, es que... ¡Madre mía, eres más impaciente que un crío!

Aitor suspiró y se recostó contra el aparador, esperando a que Sara le enseñara cómo le quedaba el vestido. Odiaba los centros comerciales, las compras y las largas colas, pero no podía negarse a acompañarla cuando ella se lo pedía de esa forma, simplemente no era capaz de desilusionarla en nada, aunque tuviera que perderse el importantísimo partido de futbol que se disputaba en ese momento.

«Menudo pedazo de calzonazos soy» –Sonrió con ironía ante la situación; él, que siempre había huido de todo eso, ahí estaba, cargando con las bolsas, el bolso y la chaqueta de ella mientras esperaba a que saliera del probador.

—¿Te he dicho alguna vez que las bodas me ponen muy nerviosa? –dijo Sara con el claro objetivo de distraerle–. No todos los días acudo a un acto tan importante, todavía no me puedo creer que Leire se case.

—Es la segunda vez que se casa. –Matizó Aitor–. A ver cuánto le dura este; le doy un mes.

—¡No digas eso! Es tan romántico que haya vuelto a encontrar el amor... Seguro que les va genial.

Aitor puso los ojos en blanco y cruzó los brazos sobre el pecho. Miró al chico que estaba a su lado, esperando como él a que su novia descorriera la cortina del probador. Ambos se dedicaron un evidente gesto de resignación con la mirada, parecía incluso que eran capaces de leerse la mente y, por señas, el chico le informó de cómo iba el marcador del partido que se estaban perdiendo: 0 a 0.

La dependienta le distrajo de repente, situándose a su lado mientras depositaba sobre la mesa unos bolsos de cóctel de color hueso, para que Sara tuviera varias opciones donde escoger.

—¿Va a necesitar la opinión de la peluquera? –preguntó la dependienta en voz alta para que pudiera oírla.

—Oh, sí. Tal vez un recogido...

—¿Un recogido? –preguntó Aitor sorprendido–. ¡Ni hablar!

—¿Por qué? –intervino Sara conteniendo la risa.

—Me encanta tu pelo suelto, y ni se te ocurra pensar en alisártelo. Me gusta entrelazar mis dedos en tus rizos, ya lo sabes.

Sara sonrió para sí.

—¿Qué hay de malo en cambiar un poco? Por un día...

—Si preguntas mi opinión te diré que no lo hagas; eres más guapa al natural.

—Sí, claro... –Se echó a reír–. Bueno, ¿preparado? Voy a salir –anunció divertida.

—Adelante, estoy impaciente.

Sara emitió un leve suspiro y descorrió la cortina con energía, seguidamente caminó con seguridad hasta el centro de la sala y dio media vuelta para mostrar su vestido, al tiempo que se fijaba en el espejo.

Lucía un precioso vestido de seda en color negro, de escote cerrado y anudado al cuello mediante una fina cadenita dorada que se cerraba como una gargantilla. La parte más sensual de Sara era su espalda, fina y suave, y la abertura del vestido permitía resaltar sus encantos hasta la cintura, donde el vestido se cerraba, ajustándose en las caderas. Pero sin lugar a dudas, lo más impresionante eran los zapatos de tacón de aguja de color beige que se había puesto.

—Dios, Sara...

Aitor descolgó la mandíbula, deleitándose con la perfección de las curvas de su novia. Era pequeña y delicada, pero su cuerpo, ese cuerpo que a esas alturas conocía de memoria, era increíblemente hermoso con un vestido como ese, tan apropiado para ella.

—¿Te gusta?

—No tengo palabas, no estoy acostumbrado a verte así, estás... preciosa.

—¿De verdad? –preguntó ilusionada–. ¿No crees que es demasiado formal?

—No, es perfecto.

—Me cuesta decidirme, ya sabes que no estoy acostumbrada a llevar estas cosas.

—Eso es precisamente lo que no entiendo. Siempre te has sentido mejor llevando deportivas y pantalones, y ahora mírate. –La señaló con las manos de arriba abajo–. Estás increíble. ¿A qué se debe? No creo que sea solo por la boda de mi hermana.

Sara se giró sutil y caminó con elegancia hasta quedar frente a él. Se mordió el labio inferior antes de acercarse para ofrecerle un suave beso en los labios. Él no pudo contener el impulso de atraer hacia sí a esa hermosa mujer, siguiendo la curvatura de su espalda con las yemas de sus dedos y pensando que, finalmente, la espera había valido la pena.

—Ahora todo ha cambiado –susurró Sara cerca de su rostro–. Visto con esta ropa porque ya no me vergüenza mostrarme tal y como soy, me pongo estos zapatos porque sé que antes de caer al suelo tendré un brazo sujetándome, y jamás se me ocurriría alisarme el pelo porque acabaría con mi personalidad, además, echaría de menos que no jugaras con mis rizos.

Aitor sonrió y volvió a acercar a Sara; esta vez, el beso duró un poco más.

—Te quiero, pequeña, lo sabes, ¿verdad?

Sara asintió, sintiéndose la mujer más feliz del mundo. Solo Aitor era capaz de ahuyentar sus temores, de hacerla sentir mujer, deseada y especial, de tener la paciencia necesaria para deshojar la flor, pétalo a pétalo, hasta descubrir a la increíble personita que se escondía entre tantas capas de inseguridad y baja autoestima; en definitiva, solo él era capaz de despertar en ella sensaciones que no había sentido nunca.

Puede que Aitor no fuera un hombre perfecto, pero sí que fue, desde el principio, el hombre perfecto para ella.

~FIN~

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