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—Buenos días.

Emito un involuntario gruñido. Me siento confundida, perdida en un espacio que no reconozco, es como si anoche hubiera bebido más de la cuenta y ahora no supiera dónde estoy. Abro los ojos una rendija, lo suficiente para ver un hermoso rostro a escasos centímetros del mío, ¿acaso he muerto y estoy en el cielo?

Grito con fuerza en cuanto la imagen se hace más nítida y descubro a quién pertenecen esas facciones masculinas. En un acto reflejo por preservar la distancia, ruedo hacia un lado con demasiada energía, pero no calculo bien y acabo aterrizando contra el suelo. El fuerte golpe hace tambalear la mesita que hay a mi espalda y el despertador cae, estrellándose justo sobre mi cabeza.

—¡Madre mía, Sara! ¿Tengo que velar por tu seguridad de buena mañana? –pregunta desde las alturas con una cautivadora sonrisa en el rostro.

—¡Joder! –me quejo tocándome el chichón que empieza a despuntar.

—Déjame ver –dice acercando una mano a mí.

—¡No! –Me apresuro a responder mientras me aparto–. No es nada.

Me levanto torpemente mientras él me observa sin moverse de la cama. Camino hacia el baño y, nada más entrar, cierro la puerta con tan mala suerte que me llevo el dedo meñique del pie derecho en el proceso.

—¡AUUUUU... Me cago en la leche! ¡Seguro que esta vez me lo he roto! –Me lamento con voz lastimosa, dando saltitos y presionando fuertemente el dedo con la mano para impedir que el dolor se extienda.

Desgraciadamente olvido que tampoco soy muy hábil haciendo equilibrios, por lo que en uno de los saltos a la pata coja mi cuerpo se tambalea y choco contra la bañera, cayendo irremediablemente dentro, no sin antes agarrarme con fuerza a la cortina de plástico que, debido al peso, cae poco a poco desprendiéndose de sus anillas a cámara lenta hasta acabar hecha un gurruño junto a mí en el fondo.

Alterado por el estruendo y las blasfemias, Aitor entra en el cuarto de baño escandalizado. Nada más verme se acerca decidido y retira de un brusco estirón la cortina de mi cabeza; en cuanto comprueba que estoy ilesa, sonríe.

—No hay nada como empezar el día besando el suelo, aunque ya sabes que yo prefiero un buen pedo mañanero. –Se echa a reír, pero soy incapaz de seguir su broma, lo único que me apetece es coger el bote de gel y tirárselo a la cabeza para borrar esa estúpida sonrisa de su cara–. Tengo curiosidad, Sara, ¿qué se siente al tener dos pies izquierdos? –dice partiéndose el culo de risa nuevamente.

—Muy bien, me alegra ver que te diviertes, y ahora, ¿me dejas un momento a solas, por favor? –farfullo molesta.

—¡Claro! –dice dirigiéndose hacia la puerta.

Antes de salir, se vuelve en mi dirección y añade:

—¿Sabes? Ya sé qué regalarte para Navidad. –Le miro extrañada, ¿más regalos?–: una barandilla para la cama, así me aseguro de que no te caes por los lados. –Concluye en tono ufano.

Respiro hondo varias veces obligándome a reprimir mis instintos asesinos. Por suerte, su empeño en provocarme cesa y, sin dejar de reír, cierra la puerta del baño para concederme un momento de intimidad.

Cuando estoy medianamente presentable me reúno con ellos en el comedor. Las carcajadas de los niños son lo primero que escucho, seguido del inconfundible olor a tortitas, que a partir de ahora siempre voy a asociar con Aitor.

—Has llegado justo a tiempo –dice colocando el plato de tortitas delante de mis narices–. Ahora veréis, niños, Sara no da una.

—¡Oye! –protesto.

—Vamos a ver, ¿qué es esto? –Me reta.

Miro la tortita durante un rato hasta que la forma del animal empieza a dibujarse en mi mente.

—Un elefante –digo convencida.

Todos se echan a reír.

—Es un armadillo, ¿no lo ves? —contesta Naiara.

—¿Y esto? –Me incita Gorka.

Cojo aire y lo expulso lentamente..., ¡vamos allá! ¡Seguro que ahora sí que doy en el clavo!

—¿Un conejo?

Risas desenfrenadas se suceden de nuevo.

—¡Un suricato! –responden los niños al unísono.

Hay que joderse, no pueden ser más retorcidos.

Me siento a la mesa y les acompaño en el desayuno, sabiendo que tras este regresaré a mi apartamento con muchas cosas en las que pensar.

Me fijo una vez más en Aitor, es atento, cariñoso, divertido... Los niños le adoran, y no es de extrañar, cuando logra quitarse esa impenetrable coraza resulta ser un tipo encantador. Esta conjetura me lleva a pensar una vez más, ¿qué le habrá pasado en la vida para que en su personalidad reinen dos posturas completamente opuestas?

El desayuno transcurre entre bromas y risas, y casi olvido que entre nosotros no existe ningún vínculo, porque más que extraños, en este momento parecemos una gran familia.

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