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Me sitúo frente al lugar de encuentro: El laberinto de Horta.

No sé por qué ha escogido este escenario, supongo que buscaba un entorno natural y cómodo, apartado del agobio y la aglomeración de la gran ciudad.

Me consta que es el jardín más antiguo de Barcelona, cuyo interior alberga un laberinto de cipreses exquisitamente cuidado. Además del laberinto, existen pequeños rincones como el jardín de los Bojes, el Doméstico con la plantación de camelias o el canal romántico, donde se encuentra la isla del Amor. Conocer estos detalles hace que me ponga aún más nerviosa, y no porque crea en las antiguas leyendas que corren sobre ese pequeño lugar en particular, sino por tener la oportunidad de descubrirlos junto a él. El laberinto de Horta es un entorno idílico a tan solo unas cuantas paradas de la línea 3 de metro, ¡quién lo diría!

Me detengo frente a la entrada unos instantes, sobrecogida por la abundante vegetación y construcciones neoclásicas; es como sumergirse en una novela de época.

El sol baña el parque con su dorado resplandor. Me dejo llevar guiada por el aire puro y limpio, ligeramente mentolado, que desprenden las plantas aromáticas situadas estratégicamente a lo largo del amplio camino. Árboles centenarios ofrecen una gran sombra debido al espesor verdoso que poseen, llegando a impedir el paso al sol en algunas zonas, y ahí, en el sombrío rincón olvidado, se extiende una capa de tupido musgo.

A ambos lados del sendero se extienden largas franjas delimitadas con zócalos de piedra en las que luce un manto de césped recién cortado y se apilan pequeños montoncitos de hojas secas, evidenciando con timidez la estación otoñal.

El conjunto de este lugar, su aroma y los distraídos visitantes, contribuyen a que mi cuerpo tiemble debido a las pequeñas ondas eléctricas que se expanden sin control por cada rincón de mi anatomía; estoy muerta de miedo.

Camino hasta situarme frente a la enorme escalinata de piedra que da paso al laberinto, me asomo distraída hacia abajo y veo a niños que corren entre los matorrales intentando encontrar la romántica placeta que hay justo en medio. Y entonces pasa por mi mente un pensamiento fugaz. Es absurdo caer en esto ahora, lo sé, pero acabo de darme cuenta de que jamás nos hemos visto, de hecho, me describí haciendo alusión a Angelina Jolie y dudo que recuerde a la perfección todos los cambios que realicé a la conocida actriz. Tal vez se haya quedado con ese nombre y espere encontrar a alguien parecido; ese miedo es el que ahora me impide respirar con normalidad.

Estoy a punto de desfallecer, me siento ridícula así vestida y tengo mucha vergüenza, por no mencionar estos zapatos, que se clavan en la tierra a cada paso que doy

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Estoy a punto de desfallecer, me siento ridícula así vestida y tengo mucha vergüenza, por no mencionar estos zapatos, que se clavan en la tierra a cada paso que doy.

Miro con ansiedad mi teléfono móvil, decidimos intercambiarnos los números en el último correo por si no nos encontrábamos, pero él aseguró que lo más probable era que no utilizásemos ese recurso, pues nos reconoceríamos al instante.

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