Apartamento de Aitor, Domingo 12 de octubre de 2014 17:52: El encuentro

228 41 0
                                    


Aitor se preparó frente al espejo, estaba más nervioso de lo habitual y eso le extrañó.

—No es para tanto, solo voy a quedar con una "amiga" –Intentó convencerse.

Pero sabía que Sara no era una amiga cualquiera, y eso era lo que llevaba peor. Esa chica conocía mucho de él, de lo que hacía, de cómo lo hacía, de lo que pensaba... Jamás había permitido que una mujer llegara tan lejos salvo una vez, hace mucho tiempo, y lo último que quería era volver a pasar por eso; por otro lado, Sara era solo una amiga, mujer, sí, pero nada más.

Cogió una enorme bocanada de aire y salió de su apartamento. Habían quedado en una zona segura: El parque del laberinto, un sitio tranquilo en el que había poca gente, sin ruidos y que olía bien; el lugar perfecto.

Cuando consiguió aparcar cerca del recinto, sintió su corazón latir con fuerza y supo que no dejaría de estar nervioso hasta que lograra poner rostro a su desconocida. Caminó con decisión hasta llegar al punto de encuentro y, justo al final del camino, recostada contra la barandilla de piedra con vistas al laberinto, estaba Sara. Enseguida supo que se trataba de ella, lo intuyó nada más percibir su silueta en la lejanía, apenas un diminuto punto granate, no obstante, tuvo la certeza de que no se equivocaba. Le pareció que ella también le había reconocido y eso le hizo sonreír, pero conforme se acercaba, la chica dio media vuelta y, por un breve espacio de tiempo, la perdió de vista.

—¿Qué hace? –susurró frunciendo el ceño.

La vio bajar con urgencia las escaleras que llevaban al laberinto como si una avispa le hubiese picado en la cara en ese preciso instante.

Aitor aceleró el paso, la imagen que se exponía frente a sus ojos lo tenía confundido; jamás hubiera imaginado que la chica con la que acababa de citarse y llevaba conociendo más de un mes, saldría corriendo en dirección opuesta.

En cuanto llegó a la barandilla de piedra y miró hacia abajo, la vio allí, nítida y jovial, corriendo por los pasillos intentando encontrar la salida, pero equivocándose constantemente.

Sonrió ante la cómica imagen de la chica, que parecía abochornada por la situación mientras iba de aquí para allá esquivando a la gente y los obstáculos; Aitor se relajó y sin dejar de sonreír, la contempló.

«Es la leche» –pensó para sí.

Esperó paciente, movido por la curiosidad de saber si finalmente ese pequeño ratoncillo de laboratorio encontraría la salida, aunque su extrema torpeza dificultaba alcanzar el ansiado objetivo.

El mejor momento fue cuando la vio tropezar con una piedra y cayó hacia delante, su vestido se arrugó y quedó movido de tal manera que hizo visible unas sencillas braguitas blancas de algodón. Aitor no fue capaz de contener la risa y empezó a reír de la situación mientras ella se levantaba y recomponía; continuó mirándola hasta perderla entre los densos pasillos de cipreses que conducían a la salida.

Se quedó estupefacto en la parte más alta del parque, su cita acababa de esfumarse delante de él y no sabía cómo tomárselo. Esperó durante media hora analizando la situación, tenía la sensación de que volvería, pero viendo que no lo hacía, le escribió un mensaje.

«Sara, mueve hacia aquí ese hermoso culo, te recuerdo que sigo esperándote».

Una hora después, por fin se encontraron cara a cara. Sara parecía diferente, se había cambiado de ropa y posiblemente guardaba el vestido granate en la bolsa de Zara que llevaba. Decidió acercarse para saludar, repasándola con la mirada al mismo tiempo.

«No está mal, es una chica corriente». –Pensó sin quitarle ojo.

Una parte de él se relajó ante la constatación de ese hecho: no era el tipo de mujer que le gustaba; jamás se acostaría con ella, lo que la convertía en la amiga perfecta.

La tarde avanzó y él se fijó en su pelo, le gustaban sus tirabuzones sueltos y sedosos que caían con elegancia alrededor de su fino rostro. Sintió la enorme tentación de tocárselos, quería hacerlo para palpar la suavidad de esos definidos bucles que llamaban poderosamente su atención. Imaginó cómo sería jugar con un mechón de su cabello, cuando una oportuna rama de abeto se enredó en su pelo y la obligó a detenerse.

Aitor sonrió y se acercó a esa chica frágil y risueña, esa chica pequeña, divertida, graciosa y con el pelo más bonito que había visto nunca y, con todo el cuidado del mundo, aprovechó esa extraordinaria circunstancia para desenredar el mechón de su cabello, recreándose tanto tiempo como pudo. Cuando se separó, observó que Sara tenía las mejillas encendidas, sabía perfectamente lo que eso significaba, había estado con demasiadas mujeres para interpretar sin error ese tipo de reacciones.

Hablaron durante largo rato, cada vez se les daba mejor. La vergüenza de las primeras horas había dado paso a un entretenido diálogo en el que los dos compartieron, bromearon, jugaron... Entre líneas se empezó a cultivar algo, pero en ese momento ninguno de los dos fue realmente consciente hasta que los olvidados celos volvieron a resurgir con más fuerza que nunca. Aitor recordó a Alberto e instintivamente su recuerdo se instaló en su campo visual, impidiéndole ver más allá. Ese personaje no era más que una mosca cojonera acechando tras las sombras, esperando su momento para atacar, para arrebatarle a Sara, la única amiga que había tenido, la única a la que había abierto parte de su corazón, la única con la que quería hablar a cualquier hora, en cualquier momento, en cualquier circunstancia...

Friend ZoneOnde histórias criam vida. Descubra agora